En 1996, Eros Ramazzotti compuso un tema titulado Carta al futuro. En él cuenta de un tiempo lejano en que llegó una enfermedad terrible que a nadie perdonaba la vida; un príncipe, olvidando a su pueblo, decidió encerrarse en su castillo junto a su familia y amigos, pensando en que todos allí dentro estarían seguros. No faltó ni comida ni bebida ni fiestas. Sentía que nada podía trasponer la seguridad de su castillo. Pero se equivocó. La carta está dirigida a un bebé por nacer, a quien le dice que ignora qué tipo de mundo le espera, pero su deseo es que sea “hijo de una nueva y más justa humanidad”.
Apenas comenzada esta pandemia vino a mi mente este tema. Y no pasaron muchos días para asistir a las primeras muestras de ese deseo de Ramazzotti. Whatsapp se puso al rojo vivo con videos que lo demostraban. Diversas muestras de solidaridad, ya no solamente de persona a persona sino de pueblo a pueblo, de país a país. El mundo está cambiando, me dije, porque el hombre comienza a mostrar cambios.
He pasado mucho tiempo en Italia, y es un mito argentino que los italianos son excesivamente afectivos, de abrazos y besos como sus “hijos” de este lado del mundo. He sido testigo de familias que han vivido por años en un mismo barrio sin conocer a sus vecinos. Hoy no sólo se conocen, incluso por nombre, sino que salen a los balcones, se saludan sonrientes, cantan juntos, ríen juntos; han logrado formar una comunidad. La comunidad ya estaba ¡pero ellos no se daban cuenta! Este es un pequeño ejemplo de los frutos que da y que dejará esta crisis mundial.
Uno de los terribles rostros de esta pandemia son los médicos que se ven obligados a comportarse como dioses, a tener que decidir quién vive y quién no. No quieren ese papel, pero no tienen alternativa porque carecen de los insumos necesarios para salvar a todos. En el futuro, ellos vivirán una peste peor que ésta, la de convivir con ese peso en la conciencia, aun cuando comprendan que no tenían salida. Pero de ese drama también saldrán frutos.
Por otra parte estamos siendo testigos de grupos de jóvenes que se dedicaban a hacer chucherías en 3D y, espontáneamente, se abocaron a producir elementos necesarios para la medicina; precarios, pero que pueden salvar la vida de muchos, llegado el caso de que el sistema de salud pudiera saturarse.
Ejemplos como éstos hay muchos.
“Una nueva y más justa humanidad”. Esa frase me hace pensar no sólo en el modo en que el hombre se comportará con el hombre sino también con su gran casa, la única que tiene, la Tierra. Tres semanas de encierro -y no en todos los países- bastaron para que la temperatura global bajara 1,2 grados, se redujera a un tercio el agujero de ozono y el dióxido de carbono en la atmósfera bajara a niveles de hace cuatro décadas. En menos de un mes, animales autóctonos se pavonean nuevamente por ríos, canales, calles de pueblos. Pruebas de esto circulan por whatsapp constantemente.
El coronavirus está cambiándolo todo. Personalmente creo que lo más importante es que está modificando el modo de ver la vida de la gran mayoría de las personas.
No hay crisis que no dé grandes frutos; y ésta es una que le toca vivir a toda la humanidad. Me gusta recordar que la peste negra, pandémica para la época, dio paso al Renacimiento.
Analia Andrades
DNI 12.931.353