Los frutos del viñedo no son para todos (II)

El autor asegura que las asimetrías entre los actores se han agravado. Cree necesario fortalecer a los sectores más pequeños de la industria.

Los frutos del viñedo no son para todos (II)

En este nuevo artículo retomamos un problema planteado en el anterior. Ya se ha señalado que la vitivinicultura mendocina está marcada por las desigualdades y heterogeneidades. En este sentido, el presente artículo pretende iluminar las dificultades y conflictos que presenta el sector de pequeños productores en su relación productiva y comercial con el sector industrial, todo esto centrado en el período de la posconvertibilidad (2003-2015).

En este sentido: ¿se encuentran todos los productores en las mismas condiciones para negociar con las bodegas? ¿Qué cambios estructurales han tenido estas relaciones en el último período? Para responder esto, nuestra investigación parte de entrevistar a productores en el Departamento de Luján de Cuyo indagando en la trayectoria de sus relaciones con las bodegas.

¿Nuevas o viejas pujas y relaciones asimétricas en la agroindustria?

Una forma aproximada de analizar las mutaciones históricas de las relaciones comerciales entre el sector primario y el industrial es observando la estructura de aprovisionamiento de la vid por parte de las bodegas. En este sentido, los datos de 2001 al 2014 señalan tres tendencias. La primera: una disminución de 27,3%, de la elaboración de vinos por terceros o a maquila. Sobre esto, algunos entrevistados señalaron como una de las posibles causas la gran cantidad de transacciones fraudulentas que sufrieron anteriormente, por lo que tienen cierta aversión a emprender este tipo de contratos. Otra característica es el aumento del 38% de la integración vertical por parte de las bodegas. Y finalmente, las relaciones de compra-venta entre productores independientes y bodegas que han tenido un comportamiento oscilante en relación al ciclo económico y a las posibilidades de venta de las grandes bodegas. Durante esta década la uva comprada tuvo un aumento generalizado, luego de períodos de contracción en 2009, 2010, 2012 y 2014, y de aumentos entre 2002-2008, 2011 y 2013 (INV, 2014).

En síntesis, las asimetrías entre los actores se han agravado más aún, a partir de las grandes dificultades de los productores para mantener una relación comercial estable con las bodegas, del aumento de la integración vertical y de la imposibilidad de encontrar en la elaboración propia una posibilidad concreta de apropiarse del excedente.

Ahora bien, sus relaciones comerciales no fueron las únicas que se modificaron, sino que sus relaciones productivas también. La inserción internacional significó nuevos parámetros que miles de productores tuvieron que encarar con gran esfuerzo económico, como por ejemplo: su reconversión hacia varietales finos, la incorporación de nuevas tecnologías y de nuevas formas de manejo del viñedo orientadas apuntando a la mejora en la calidad.

En este sentido, la reconversión implicó un rediseño en las relaciones micro, cara a cara o mediadas por un técnico, entre el pequeño productor y la bodega, donde el Estado y sus políticas no intervienen y que no son problematizadas ni discutidas, por lo que el productor ha perdido gran parte de su capacidad de decisión y autonomía sobre su propia finca. No controla qué produce, cómo ni con qué herramientas. Con esto queremos decir, que a las viejas formas de subordinación comercial se le han agregado nuevas formas de control productivo que complican más aún su situación. Hemos distinguido tres situaciones.

Un primer caso que hemos llamado el de los productores subordinados, en los que el sector bodeguero tiene mayor capacidad para influir sobre qué ha de producir el pequeño productor, que en muchos casos opta por esta modalidad subalquilando sus viñedos a una bodega para evitar perder la finca. Bajo este tipo de contratación le son impuestas formas muy originales de subordinación ya que no solo no tiene control sobre la producción en su finca, sino tampoco sobre los costos y las condiciones de pago, que son definidas por la bodega. Además, existen mecanismos que aseguran más aún las relaciones desiguales, como un seguro bajo el cual en caso de pérdida parcial o total de la producción por piedra la bodega está exenta del pago de la producción, es decir, las pérdidas son asumidas por el productor.

Otro grupo, que hemos llamado productores desarticulados o en vías de desaparecer, ha pasado por otras experiencias, como cooperativas, contratos de elaboración incobrables o la imposibilidad de mantener una relación estable con las bodegas y que por ello presentan serias dificultades para integrarse al complejo. Dentro de esta modalidad no existen formas de supervisión directa sobre la producción primaria. En general, como no hay un acuerdo previo, existen ocasiones en que al momento de comprar la uva el sector industrial determina la calidad y fija un precio. El viñatero se encuentra en una posición más vulnerable en el momento de negociar ya que en muchos casos desconoce la calidad y precio de sus productos. Estos productores que deben salir a buscar un comprador año a año terminan por malvender su uva y son los que se encuentran en peor situación por los bajos precios y la baja posibilidad de negociar el pago de contado.

Finalmente están los productores fidelizados, que mantienen una relación comercial estable con una bodega, pese a que muchos entrevistados señalan que esta forma ha comenzado a desaparecer. Este tipo de relación recuerda a la época previa a la reconversión, cuando el productor tenía una relación de confianza con el bodeguero, quien le daba adelantos que posibilitaban su capitalización. La integración y grado de supervisión varían en este grupo y van desde la vigilancia de algunas labores particulares del proceso productivo hasta la poda o la cosecha por parte del agrónomo o técnico de la bodega. El precio y las condiciones de pago tienen mayor margen de negociación ya que generalmente existe un contrato previo a la cosecha, según el cual el productor se compromete a adecuar el producto en relación a los requerimientos industriales y del mercado de consumo y su contraparte es recibir mejor precio y condiciones de pago.

En síntesis, este análisis empírico demuestra que la reconversión productiva no solo implicó una modificación de los actores sino que supuso una verdadera mutación de las relaciones productivas y comerciales que existían entre ellos y el sector bodeguero. Estos cambios explican en gran parte los vaivenes de sus trayectorias productivas, su estabilidad y condiciones de negociación, es decir, nada menos que sus mismas posibilidades de persistir como productores.

Conclusiones preliminares

En consecuencia, creemos que es necesario pensar mecanismos de redistribución de la renta y formas de socializar mejor las pérdidas, reconociendo que no existe solo un problema y una solución dentro del sector. Reconocer las diferencias de productores, sus relaciones desiguales al interior del complejo, establecer prioridades y pensar políticas diferenciadas es imperioso. Ejemplos de esto pueden ser establecer en los contratos formales o informales un tipo de seguro en la producción de los costos ante pérdidas o que al menos éstas sean repartidas por mitades entre el bodeguero y el pequeño productor. Otra medida puede ser un sistema de subsidios directos a pequeños productores, que simplifiquen la llegada efectiva de ayuda a los productores evitando la burocracia. O el fortalecimiento institucional del sistema cooperativo para que aquellos productores que no se han integrado al circuito productivo tengan acceso al apoyo financiero, legal y logístico del Estado. Otra posibilidad puede ser el aumento de la participación de pequeños productores en el mercado internacional con su propia producción de vinos, estableciendo cupos.

Ciertamente las miradas deben superar, por un lado, el consenso dominante que sigue haciendo hincapié en la competitividad (o en la falta de ella) y, por el otro, los viejos prejuicios heredados sobre el rol del Estado y las políticas del sector. La cuestión no reside en pensar si es necesario más o menos intervencionismo estatal, sino en fortalecer la capacidad de los sectores de pequeños y medianos productores de participar en la mesa decisora para definir qué políticas necesita y cómo implementarlas. Esto dependerá ante todo si rompemos con un solo “consenso” y empezamos a observar las cosas de un modo más amplio e integral.

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