La polarización entre dos modelos de país tiene finalmente su momento culminante. En los 15 días que restan de campaña de cara al balotaje del próximo 22, el Frente para la Victoria y Cambiemos se batirán en un duelo histórico. Nunca antes dos candidatos presidenciales enfrentaron la instancia definitiva de una segunda vuelta electoral desde que la Constitución fue reformada en 1994. Daniel Scioli y Mauricio Macri tienen por estas horas el privilegio de poner en funcionamiento un sistema que fue abortado en 2003 cuando Carlos Menem desistió de enfrentar en una segunda vuelta a Néstor Kirchner. En aquel entonces, el ex presidente asumió que sería derrotado por amplísima diferencia por el ignoto gobernador de Santa Cruz, que había llegado a la elección crucial tutelado por el eterno enemigo interno del riojano, el presidente interino Eduardo Duhalde.
Scioli y Macri, que se sacaron sólo tres puntos de diferencia en las generales del 25 de octubre, tienen como objetivo convencer a todos aquellos que no los eligieron en la primera vuelta. El botín más preciado son aquellos electores que se inclinaron por quien quedó tercero, Sergio Massa, ya que representan el grueso de los votos que no fueron al Frente para la Victoria ni a Cambiemos.
No hay dudas por estas horas de que quien corre con ventajas en esta tarea es el jefe de Gobierno porteño, ya que los votantes, que ni en las PASO ni en las generales apoyaron al kirchnerismo, tienen ahora como única opción, para propiciar una alternancia política, a Macri. Este agrupamiento del voto opositor es el que intentan impedir que se termine de concretar Scioli y Cristina Fernández, quienes debieron dejar de lado las enormes tensiones que existen entre ellos para unirse en una lucha por la sobrevivencia política de todo el oficialismo. El peligro inminente es que una victoria de Macri dé, al hoy referente de la oposición, el control de las tres principales "cajas" del país: la del Gobierno nacional y las de la Provincia de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Nadie sabe mejor que el kirchnerismo todo el poder político que se puede construir con fondos frescos.
Por ello es que tras superar las 72 horas posteriores al 25-O, que estuvieron marcadas por el shock y los pases de facturas internos, el candidato presidencial, la jefa de Estado y todo el florido universo K se lanzaron a edificar una campaña negativa contra el candidato de Cambiemos. "El líder de la Alianza", llama Scioli a Macri para identificarlo con la fallida experiencia de gobierno de la UCR y el Frepaso, que terminó con la crisis institucional, política, social y económica de 2001. El aparato propagandístico del Gobierno fue como siempre menos sutil: en Fútbol para Todos se asimiló al postulante opositor con José Alfredo Martínez de Hoz, el ministro de Economía de la dictadura militar.
La maniobra es bastante obvia: se pretende contaminar a Macri, que se inició en la política hace 12 años, con experiencias negativas del pasado. Por un lado, con el ciclo económico de neoliberalismo que arrancó con el golpe de Estado de 1976 y que tuvo su punto de mayor apogeo durante el gobierno peronista de Menem -que el matrimonio Kirchner apoyó en decisiones trascendentes como las privatizaciones-. De ahí que se advierta el peligro de "volver a los '90". Por otro lado, se busca proyectar, sobre una posible administración nacional de Macri, la sombra del desgobierno en el que terminó la última coalición no peronista que llegó al poder, la famosa Alianza.
Esta campaña negativa no es sólo patrimonio del oficialismo. También Cambiemos utiliza estrategias de este tipo para remarcar las debilidades del candidato oficialista. Macri, quien busca no confrontar y diferenciarse así de la crispación kirchnerista, acusa insistentemente a Scioli de tener demasiados compromisos con Cristina Fernández, Carlos Zannini, los gobernadores peronistas y La Cámpora, e induce a los votantes a pensar que de llegar el mandatario bonaerense a la Presidencia no podrá ejercer el poder. Tan poco sutil como el aparato propagandístico del Gobierno es Elisa Carrió. La diputada no duda en equiparar la continuidad del oficialismo con "la muerte de la República" y el "triunfo del narcotráfico".
De este modo, el peligro de la ingobernabilidad también está siendo sembrado desde la oposición para derrotar al candidato del Gobierno. El mito que se pretende erradicar es que sólo el peronismo puede gobernar este país, para remplazarlo por la profecía de que si el justicialismo continúa en la Casa Rosada habrá una guerra intestina despiadada entre el cristinismo y la ortodoxia pejotista que expresa el sciolismo.
No hay que sorprenderse por semejante artillería pesada volando por los aires. Muchos analistas de la política internacional coinciden en que la clave de cualquier balotaje es que cada candidato/partido ponga la lupa sobre los defectos y contradicciones de su oponente para concitar el voto "anti" o "en contra" y salir así directamente favorecido. Esto es lo que sucedió en las últimas elecciones presidenciales de Brasil y de Uruguay, en las que el Partido de los Trabajadores y el Frente Amplio pusieron todos sus esfuerzos en remarcar que la posibilidad de que la oposición regresasara al poder, de que hubiera alternancia, podría significar una pérdida de beneficios o derechos para las clases medias y populares. De modo que no es para nada nueva la fórmula que está siguiendo por estas horas el kirchnerismo.
Pero estas estrategias electorales, consideradas lógicas y normales por los especialistas, corren el riesgo de degenerar y convertirse en campañas sucias, que es cuando se apela a la mentira para denostar la honorabilidad o la ética del rival. Por ahora ni el oficialismo ni el frente opositor Cambiemos han recurrido a estas artimañas, aunque el kirchnerismo tiene en su haber varias maquinaciones de este tenor y sobre el macrismo pesa también un grave antecedente durante la campaña porteña de 2011.
Sin embargo, una cosa es poner en duda si el candidato contrincante tendrá la fuerza necesaria para conducir el país -esto forma parte de las estrategias de campaña, que tienden a marcar los aspectos más negativos del rival cuando se llega a la instancia del balotaje- y otra cosa muy diferente y mucho más grave es obstruir la gobernabilidad, condicionarla de antemano. El ex canciller de Raúl Alfonsín, Dante Caputo, publicó recientemente una columna en el diario La Nación en la que despotricó contra las voces oficialistas que están sembrando los fantasmas de la ingobernabilidad si gana la oposición. Sabiamente, Caputo recomendó: "El próximo gobierno debería construir un sólido poder político y una fuerte legitimidad social para resistir y cambiar algunas cuestiones centrales de nuestro país. El primer cambio, que tardará naturalmente en concretarse, será lograr que ningún sector apueste a la ingobernabilidad para alcanzar el poder".
Caputo, como los más importantes nombres que tiene hoy la UCR, tal cual el mendocino Ernesto Sanz, aconsejan por estas horas a Mauricio Macri que piense en un gobierno de coalición y que acepte ampliar las bases de sustentación de su eventual presidencia. Sanz, sin ir más lejos, dijo a Los Andes, en la entrevista que se publicó el pasado domingo, que de este tipo de alianzas programáticas deben participar incluso los gobernadores peronistas, que son una amplia mayoría.
Pero volviendo a Caputo, el ex canciller escribió en la mencionada columna: "Aprendí en mis años de política que, contra lo que comúnmente se supone, las alianzas deben construirse cuando se comienza, cuando está aún intacta la legitimidad dada por la elección. Cuando se hacen desde la debilidad, ya es tarde: son un comunicado público de debilidad y sólo sirven para acelerar las derrotas".