En los últimos días, el Presidente de la Nación, Mauricio Macri, ha sido objeto de una serie de escraches, encabezados por grupos de personas que, más allá de un posible planteo político, dejan en claro la carencia absoluta de un necesario respeto hacia la figura presidencial, como debería corresponder a toda persona de bien. Porque se podrá estar o no de acuerdo con la forma de gobernar o de las medidas que el primer mandatario adopta, pero para ello cuentan con sus "representantes", como indica la propia Constitución ("El pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes") y más aún con un arma fundamental, como es el voto, esencialmente en un año electoral como el que estamos transcurriendo.
Podría señalarse que el "escrache", como modalidad de protesta, es un "invento argentino". Según se afirma, es un método de protesta basado en la acción directa, que tiene como fin que los reclamos se hagan conocidos por la opinión pública. Se indica que, en su uso político, nació en 1995, por parte de la agrupación Hijos, para denunciar "la impunidad de los militares del proceso liberados por el indulto de Carlos Menem". La modalidad fue utilizada luego en Chile, a partir del gobierno de Sebastián Piñera; en Perú, donde lleva el nombre de "roche" y en España, por parte de los afectados por las hipotecas.
Durante la gestión anterior, se produjeron numerosos escraches hacia figuras importantes y podríamos señalar a tres de ellas por la importancia alcanzada. En abril de 2010 la médica disidente cubana Hilda Molina debió interrumpir la presentación de su biografía, que se realizaba en la Feria del Libro, a causa de un escrache realizado por estudiantes de izquierda. En octubre de ese mismo año se conoció el procesamiento a Milagro Sala, en Jujuy, por el escrache al senador nacional Gerardo Morales, actual gobernador y en diciembre, también de 2010 hubo un violento escrache de la agrupación Quebracho, en la jefatura de Gobierno porteño.
Lo cierto y lo concreto es que esa modalidad de protesta ha vuelto a repetirse, con índices preocupantes de reiteración en los últimos tiempos, esencialmente contra la figura del Presidente Mauricio Macri. Los episodios más graves habían sucedido en Mar del Plata y en Villa Traful, casos en los que arrojaron piedras a los vehículos que trasladaban al jefe de Estado y en el pueblo neuquino alcanzaron a romper los vidrios de la combi. Hubo insultos e intentos de escrachar a Macri en Tucumán (cuando fue a recorrer los lugares afectados por las inundaciones), en Salta y hasta se repitieron por parte de algunos desubicados en Madrid, cuando el presidente fue a realizar un viaje oficial a España.
Según se afirma, en los últimos tiempos desde Presidencia se resolvió no adelantar la mayoría de sus actividades en el conurbano para evitar inconvenientes.
Sin embargo, la situación se repitió días pasados cuando Macri, junto a su pequeña hija, concurrió a misa en la localidad de Tandil. Allí, a la salida del templo, un grupo de personas lo rodeó y lo insultó, hecho que determinó que desde el Gobierno saliera a denunciarse un "plan sistemático" de sectores identificados con el kirchnerismo. Más allá de la situación política, que puede llegar a ser utilizada por uno y por otro para profundizar la grieta y polarizar en el año electoral, lo cierto y lo concreto es que resulta inadmisible e inaceptable la falta de respeto hacia la figura del Presidente de la Nación y todo lo que ello representa en un sistema democrático y hasta cabría preguntarse inclusive si un fiscal pueda llegar a actuar, o no, de oficio ante este tipo de hechos.