Olimpíadas es el proceso de cuatro años que va entre un Juego Olímpico y otro y es el momento en el que dirigentes y deportistas deben trazar un plan de trabajo para potenciar lo que se está haciendo o mejorar lo que no se ha hecho bien y de ahí poder conseguir una medalla.
Para el fútbol argentino, por ejemplo, ya comenzó la campaña de cara a los Juegos de Tokio 2020 y sería muy bueno que los “popes” comenzaran a trabajar al respecto. Por su parte, el hockey femenino, tan acostumbrado a los éxitos en los últimos años, quedó a un paso de seguir el mismo camino que el fútbol. Esto es volverse rápido y con las manos vacías.
El hockey y el fútbol son disciplinas que nos dieron grandes alegrías en deportes de conjunto en los Juegos. Pero claro, también tuvieron en común una serie de problemas dirigenciales que fueron calando en las estructuras que hasta hace no mucho parecían sólidas.
Otra coincidencia que hay entre ambos deportes es que hubo un personaje que, de manera directa o indirecta, tuvo participación en esos procesos de degradación de las instituciones. Estamos hablando de Aníbal Fernández. El ex jefe de Gabinete del gobierno anterior, está procesado por su participación en el Fútbol para Todos y dejó en la Confederación Argentina de Hockey (CAH), a cuya presidencia renunció a comienzos de julio, una gran cantidad de problemas económicos e institucionales. De hecho nadie desconoce que la “grieta” del equipo que hizo historia tuvo que ver con peleas con él.
En el fútbol, los millones que manejaba Fernández y que iban directo a la AFA donde al parecer había un agujero negro, todavía nadie sabe para qué fueron usados. Lo que sí está demostrado es que los clubes están fundidos, que Gerardo Martino se fue de la dirección técnica de la Selección mayor, entre otras cosas porque no cobraba su sueldo; lo mismo le pasa a Julio Olarticoechea, el bombero que llevó al equipo Sub 23 a los Juegos de Río.
En el hockey, Fernández dejó, a quienes lo sucede,n la incómoda situación de averiguar qué pasó con un subsidio de $ 56 millones que se recibió para instalar 40 canchas, de las que sólo se hicieron cinco.
La dirigencia argentina (deportiva y política) debería tomar nota de estas situaciones y afrontar la próxima Olimpíada en un proceso de saneamiento. Todos sabemos que cuando la cabeza no funciona como el resto del cuerpo, termina fallando.
El vóley, un modelo
El trabajo realizado por el vóleibol es un modelo a seguir. La dirigencia entendió que repatriar a Julio Velazco era la mejor decisión que podía tomarse y los resultados están a la vista.
Otro deporte que hay que aplaudir de pie es el rugby. Desde la gestión de un inquieto Agustín Pichot, Argentina no sólo consiguió comenzar a codearse con los mejores del mundo en dos competencias de nivel como son el Rugby Championship o Cuatro Naciones y el Súper Rugby, sino que también participa con periodicidad en el circuito mundial de seven.
El sexto puesto en el regreso olímpico es el fruto de un proceso responsable. Hay que recordar que el rugby fue capaz de hacer que sus jugadores se quedaran en el país y rechazaran contratos millonarios en el exterior.
El básquet es una mezcla de ambas situaciones con muchos problemas dirigenciales, que llevaron a la intervención de la Confederación Argentina (CABB) e incluso hoy tiene una huelga de jugadores de la Liga Nacional, pero con un grupo de humano que siente la camiseta y mantienen al deporte en los primeros planos mundiales.
La dirigencia de la provincia está frente a una oportunidad única de dar un salto de calidad y ayudar a sus deportistas a seguir destacándose. Es hora de poner en funcionamiento el Plan Estratégico, de aprovechar lo que pueden aportar Pepe González y Luis Testa (DT de las Selecciones juveniles) al vóley; Pablo Chacón al boxeo; Axel Müller (estrella en Río) al rugby; Celita Tejerina al windsurf; Macarena Sans y Natalia Vico al balonmano y trabajar en conjunto por el futuro.
