Por Rodolfo Cavagnaro - Especial para Los Andes
Ya ningún analista deja de reconocer que es casi imposible esperar fuertes aumentos en el valor del dólar en la Argentina. Una de las razones es porque el gobierno lo ha dejado flotar pero le ha cambiado el sustento, ya que utiliza una política de tasas de interés que absorbe la mayor cantidad de excedentes posibles para evitar que los mismos vayan especulativamente a refugiarse en la divisa norteamericana.
Por otra parte, la estrategia financiera del gobierno, de solventar el déficit con fondos del exterior, es seguida por varias provincias y empresas. De esta manera llegan muchos dólares por préstamos que deben ser liquidados en el mercado y hacen aumentar la oferta habitual de divisas.
Esta estabilidad, las tasas del Banco Central y las oportunidades de negocios en el Mercado de Valores, hace que ingresen muchas inversiones al circuito bursátil, que es claramente especulativo. El 90% de los capitales ingresados en los últimos meses tuvieron este destino. El riesgo es que, ante cualquier cambio, salen rápidamente y se llevan los dólares que hoy sobran.
Dado que no se esperan grandes cambios en la cotización, se agudiza el problema de la competitividad del tipo de cambio. Hoy muchos sectores acusan un atraso cambiario del 20%, aunque habría que computar bien la eliminación de retenciones y, en el caso de las pyme, la eliminación de los impuestos al cheque y Ganancia mínima presunta.
Si el tipo de cambio ha quedado atrasado, las únicas formas de ganar competitividad son devaluar la moneda o bajar costos internos. La primera es rápida, pero queda rápidamente neutralizada por los aumentos de precios, por lo que no parece una solución idónea. La segunda, consiste en bajar los costos internos y entre ellos están los de logística, los de burocracia y los impuestos. También hay que incluir algunos costos cada vez más gravosos, como son los gastos bancarios y la inflación.
Los principales costos
El costo más importante son los impuestos y, aunque los tomamos en forma global, corresponden a gabelas nacidas en la Nación, provincias, municipios. Así como ciertas tasas aplicadas por organismos de control. Según el tipo de negocio, la envergadura de la empresa y el diseño de la cadena de intermediación, los impuestos pueden llegar a representar entre el 30 y el 60% del precio de un producto.
En los casos de los exportadores sus rangos de impacto están cerca del 30%, pero el problema es que no los pueden recuperar y, por lo tanto, esa carga impositiva va agregada al precio del producto y eso les hace perder competitividad. En el caso de la industria vitivinícola, por ejemplo, el reintegro es el del 6%, la Coviar pidió elevarlo al 9%, pero se lo negaron.
Argentina presenta una maraña de impuestos que no se reparten equitativamente pero que complica seriamente a las empresas. A los conocidos, como IVA, ganancias, ganancia mínima presunta, al cheque, se le agregan los que gravan al factor trabajo, como las cargas previsionales, ART, obras sociales y otras que hacen que el costo laboral se vea incrementado, al menos, en un 50%. Todo esto conspira contra la creación de nuevos puestos de trabajo y constituye un estímulo a factor capital ya que incentiva la incorporación de tecnología que reemplace mano de obra.
Por otra parte, está el más regresivo de todos, el impuesto a los Ingresos Brutos que cobran las provincias. En Mendoza está en el 5% en general, aunque este año hubo algunas rebajas, pero en otras llega hasta el 8%. Este impuesto se acumula con efecto cascada y cuantos más intermediarios intervienen en la cadena mayor es la incidencia en los precios finales.
La inflación es el otro impuesto que es la forma de financiar el déficit del Estado en todas sus dimensiones. Si bien nace como un efecto de la expansión monetaria, luego va adquiriendo otras características. Hay inflación de demanda, en otros casos de oferta y la más difundida es la de expectativas.
En este último caso, los agentes económicos fijan sus precios “por las dudas” y siempre lo hacen por sobre las estimaciones, acelerando el ciclo del proceso. Este crecimiento de los precios internos, con un tipo de cambio inducido a estar quieto, ayuda a generar los problemas de pérdida de competitividad.
El problema de los bancos
El sistema financiero en la Argentina es un verdadero problema. Desde el 2001 a la fecha ha sido el sector que más ganancias acumuló. No les devolvieron los depósitos a los ahorristas pero ninguno se fundió. Algunas fusiones sirvieron para concentrar más el sistema con la ayuda del gobierno que quiere bancarizar a todo el mundo para controlar la evasión impositiva.
Pero a pesar que los bancos se quejan de que el Estado los usa de fiscalizadores, se callan al ver como el mismo Estado les manda grandes masas de dinero al obligar a las personas a tener que pasar por su circuito. Todo esto es plata gratis que reciben las entidades, no obstante lo cual cobran a sus clientes comisiones groseramente altas sin justificación alguna, con la complacencia del Banco Central.
Los costos bancarios pesan cada vez más en las empresas y particulares y ahora ellos piden que se bajen los impuestos, pero nunca aceptan bajar sus comisiones. Esto les permite dar aumentos a sus empleados por encima de la media, financiado con los fondos de sus clientes. Este es un tema delicado porque no figura en ninguna agenda que discuta los costos internos y debería revisarse para ponerlos en términos internacionales.
El “costo argentino” tiene estas particularidades, a las cuales se deben sumar las formaciones oligopólicas remanentes del Kirchner como las cadenas de hipermercados, que forman un combo difícil no solo para las empresas son también para las personas. Muchos de esos grupos empresarios son los que ahora se quejan por la apertura de la economía y se encargan de neutralizar cualquier rebaja con márgenes inaceptables.