Por Fernando Iglesias - Periodista. Especial para Los Andes
El fiscal que llevaba la causa judicial más importante de nuestra historia murió asesinado de un balazo en la cabeza cuatro días después de haber denunciado a la Presidenta de la Nación y un día antes de exponer su denuncia ante una comisión de la Cámara de Diputados. Un tren conformado por vagones producidos en los años sesenta chocó contra el final de un andén, 51 personas murieron, y cuatro días más tarde, en el acto de conmemoración del Bicentenario del primer izamiento de la Bandera Nacional, la Presidenta de la Nación arengó a militantes camporistas al grito de “¡Vamos por todo!” Más de veinte vidas se perdieron en los saqueos que conmovieron a Córdoba y Tucumán en 2013; y mientras se estaban aún desarrollando, en el palco de celebración de los Treinta años de recuperación de la Democracia, la presidenta de todos los argentinos bailó con Moria Casán y su hija Sofía Gala al ritmo de una murga de nombre significativo: Choque Urbano.
No creo que un solo episodio semejante pueda ser atribuido al actual gobierno, y sin embargo, florece y fructifica en el espacio comunicacional argentino la secta de los cierragrietas, cuya teoría política puede enunciarse de la siguiente manera: “Una grieta divide a la sociedad argentina. De un lado están los kirchneristas. Del otro, los antikirchneristas. En ambos lados hay fanáticos. Por lo tanto, kirchnerismo y antikirchnerismo son, esencialmente, iguales”. ¿Lo son? Veamos.
Evaporación de los fondos de Santa Cruz, valija de Antonini Wilson, campaña electoral financiada por traficantes de efedrina, adquisición de tierras fiscales a precio vil, falsificación de medicamentos oncológicos, multimillonaria compra de material ferroviario obsoleto, canchas de hockey pagadas y nunca construidas, 16.000 sillas de ruedas herrumbradas en un depósito del PAMI, estafa con las cunitas populares, los termosellados de Florencia, el blanqueadero del Hotel Los Sauces, los millones de La Rosadita, Skanska, Ciccone, Sueños Compartidos, Lázaro Báez, la estafa al fisco de Cristóbal López, los bolsos de José López... Es posible seguir horas describiendo los episodios de corrupción acontecidos de un lado de la grieta, pero: ¿qué pasó del otro lado? ¿Existe un solo hecho de similar magnitud a los anteriormente enumerados cometido por Macri o por el gobierno del PRO en la Ciudad de Buenos Aires durante los ocho años que la gobernaron? La respuesta es evidente, y sin embargo…
Tomemos el autoritarismo y la violencia. Hagamos nombres: Luis D´Elía, Fernando Esteche, Aníbal Fernández, Stiusso, Milani. ¿Existe algo mínimamente similar del otro lado de la grieta; es decir: en Cambiemos? Recordemos también lo que los malos resultados obtenidos por el kirchnerismo en las PASO han desatado: ataques con bombas Molotov contra vehículos y edificios oficiales, amenazas contra el Presidente y su hija más pequeña, movilizaciones terminadas en actos vandálicos, piquetes extorsivos encabezados por encapuchados, sobres explosivos, tomas de colegios, manipulación obscena del caso Maldonado. ¿Sucede algo parecido en Cambiemos o, al menos, pasó algo igual durante el gobierno de Cristina? ¿No es significativo que su principal queja sobre las supuestas hostilidades sufridas sea la de tres insultos (yegua, puta, montonera) emitidos no desde el poder o por la oposición, sino por ciudadanos de a pie exaltados?
¿Son lo mismo? ¿Realmente? Veamos los equipos de gestión: donde reinaba Cristina, hoy preside Macri. Donde estaba Boudou hoy está Gabriela Michetti. En el lugar de Aníbal Fernández juega ahora Marcos Peña. Por Julio de Vido entró Guillo Dietrich. Por Kicillof, van Prat Gay y Dujovne. Por Timerman, Malcorra y Fourie. Donde estaba ausente Scioli gobierna hoy María Eugenia Vidal…
¿Cómo hacen los cierragrietas para sostener el argumento todoeslomismista que, voluntariamente no, habilita hoy a Cristina a quejarse de persecuciones personales y decir que no hay estado de derecho? ¿Cómo hacen los cierragrietas argentos para escribir notas y notas, informe periodístico tras informe periodístico, que remarcan supuestas similitudes entre dos gobiernos que no pueden ser más diferentes?
Por si no he sido claro, no se trata de justificar los errores del actual gobierno señalando los del anterior sino de establecer el módico principio de que una cosa es un gobierno y otra cosa es una mafia.
Y sin embargo, el argumento todoeslomismista de los cierragrietas sigue siendo enunciado profesoralmente con el tono de quien señala una verdad evidente. Hay fanáticos aquí. Hay fanáticos allá. Por lo tanto, todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor…
Cualquiera que se haya topado en la vida con el manualito de lógica de Colacilli de Muro es capaz de percibir el truco cierragrietas inmediatamente: de la existencia de un elemento de similitud (la existencia de fanáticos de ambas partes) no se extrae la conclusión de la equivalencia de ambos conjuntos; de la misma manera que del hecho de que Einstein y Aníbal Fernández usen bigotes no se concluye la similitud de sus coeficientes intelectuales. No importa. Indiferente a la lógica, a los manuales y a la profesora Colacilli de Muro, el cierragrietas argento se esfuerza cotidianamente en establecer equivalencias y en sancionar igualdades entre protagonistas cuyas coincidencias son menores y circunstanciales. Y cuando la Historia le muestra lo grosero de su error, lejos de pedir disculpas, escribe extensos alegatos preguntándose qué les habrá pasado y publica sesudos ensayos donde demuestra que es la realidad la que está equivocada. La versión todoeslomismista del Relato.
Cerrar la grieta es una cosa. Establecer equivalencias entre sus dos orillas, otra muy diferente. Hay algo de auto-descalificatorio en el hecho, aparentemente ineluctable, de que las personas que hoy se declaran más comprometidas en cerrarla sean las que menos se preocuparon en impedir que se abriera; cuando desde los más altos cargos del Estado se insistía en identificar al Pueblo y a la Patria con el partido de gobierno y a los políticos opositores y los periodistas independientes con sus enemigos, y en explicar la Historia mediante falsas antinomias: campo contra industria, provincias contra Capital, morochos contra rubios, trabajadores contra clases medias, héroes y semidioses nac&pop contra gorilas y cipayos.
Y es que la grieta no nace de las inevitables durezas del debate político sino del intento de suprimirlo en nombre de la unanimidad persiguiendo a los disidentes; no de la falta de un proyecto de país sino del intento de elevar el modelo de país de una secta a proyecto nacional unificado; no de la existencia de fanáticos sino de su acceso al poder y del amparo que el poder les brindó por doce años para intimidar y prepotear al resto. Patotas. Aprietes. Insultos. Amenazas. Escraches. Por eso el fanatismo es menos el productor de la grieta que su fruto; el resultado de una táctica de división de la sociedad ejecutado por una elite de delirantes, psicópatas y saqueadores.