Acaso uno no pueda dejar de asociar a Hollywood y a muchas aclamadas series estadounidenses con las grandes historias y los grandes personajes.
Deportistas en su apogeo, políticos obsesionados por el poder, artistas que pasan del cielo al infierno en cuestión de instantes… y la lista continúa.
Lo particular del momento es que los reflectores de la Meca del cine occidental empezaron a ocuparse de la vida y obra de grandes científicos.
La imagen que esta misma industria ayudó a difundir y consolidar -el estereotipo del hombre en el laboratorio, solitario, tal vez un poco excéntrico y loco, que se asociaba más con el villano que con el héroe- empieza a ser dejada de lado para retratar a los hombres de ciencia en toda su dimensión.
La tendencia no es completamente nueva. Desde hace unos años, la popular serie “The Big Bang Theory” muestra con humor y gran calidad la vida diaria de un grupo de brillantes científicos que, al igual que cualquier otro mortal trabajan, se enamoran, tienen sus pasatiempos y encuentros sociales. Todo esto, claro está, teñido de debates sobre física cuántica, cosmología y partículas subatómicas.
El fenómeno parece consolidarse con dos películas -”El código enigma” y “La teoría del todo”- que arrasaron entre las candidaturas para los premios Oscar y que tendrán un lugar destacado en la ceremonia que se celebrará hoy en Los Ángeles.
La primera relata la vida de Alan Turing, matemático y criptógrafo británico que tuvo un rol protagónico durante la II Guerra Mundial al descifrar los códigos nazis.
La segunda cinta, también biográfica, narra la historia del célebre físico teórico y cosmólogo Stephen Hawking desde sus días de estudiante en Oxford hasta la actualidad.
Si bien son contadas con distintos enfoques y tonos, lo cierto es que el mérito de ambas películas es retratar a ambos genios de la ciencia en su costado más personal, al construir una imagen con virtudes pero, también, con defectos para sacarlos de la imagen acartonada y distante que tan fuertemente se ha impuesto.
Del paper al cine
Contar la vida de científicos y pensadores brillantes supone, de alguna forma, un ejercicio de divulgación científica o, al menos, el desafío de traducir en un lenguaje amplio y de fácil entendimiento para el espectador las complejidades de los descubrimientos, en este caso de Turing y Hawking.
En este sentido, “El código enigma” pone el acento en una lucha de ideologías -la necesidad de descifrar el código de la máquina alemana Enigma para derrotar a Hitler y poner, así, punto final al nazismo- y en la ciencia como un fin concreto: ganar la guerra. El film muestra cómo Turing desarrolla la máquina que le ayudará en su objetivo y los contratiempos y obstáculos -políticos y personales- que deberá sortear.
Resulta imposible entender, a partir de un único film, las infinitas complejidades del pensamiento que permitieron al criptógrafo inglés encontrar una respuesta a tan difícil ecuación, amén de que el director, a través de los diálogos entre personajes, intente acercarse aunque sea superficialmente a este razonamiento.
La película, en todo caso, permite dar un pantallazo general para comprender cuán contaminada y perjudicada puede estar la ciencia de su contexto espacial y temporal.
“La teoría del todo”, por su parte, atraviesa un carril sustancialmente distinto. La lucha de Hawking no será contra políticos o escollos del poder o de la guerra, sino contra la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular que, si bien no altera su capacidad de pensamiento y reflexión, lo deja paralizado casi por completo y lo obliga a comunicarse a través de un aparato generador de voz.
La película no sólo se ocupa de mostrar cómo, a pesar del cada vez mayor deterioro y la gradual pérdida de capacidades de movimiento, Hawking se casa, forma una familia y juega con sus hijos.
También se intenta mostrar cómo es que el físico llega a sus teorías respecto de las singularidades espacio-temporales, la posibilidad de que los agujeros negros emitan radiación y lo que supone una somera aproximación a estas ideas.
Aquí se juega visualmente con la idea de inspiración repentina a partir de escenas cotidianas -la leche disolviéndose en el café o ver una chimenea desde un punto de vista poco ortodoxo- sin dejar de mostrar el duro trabajo de Hawking por demostrar sus teorías.
Ayer fue el matemático estadounidense John Nash en “Una mente brillante” (2001); hoy son Turing y Hawking. Hombres brillantes para futuras películas no faltan.