Los chalets Giol y Gargantini

Ambos chalets constituyen un patrimonio de especial relevancia para la provincia. Se encuetran situados en el departamento de Maipú.

Los chalets Giol y Gargantini

Ambas casas pertenecieron al establecimiento vitivinícola “La Colina de Oro”, que llegó a ser, para el Centenario (1910), el más importante del mundo por su extraordinaria producción. Estas residencias, declaradas bienes del patrimonio provincial (Ley N°5.814/91) y más tarde Monumentos Históricos Nacionales (Ley N°25.002/98), fueron cedidas por la provincia al municipio de Maipú para la creación del  Museo Nacional del Vino y la Vendimia.

Historia viva

Sus propietarios, Gerónimo Bautista Gargantini, de origen suizo y Juan Giol, italiano, formaron una sociedad en 1896, que se transformaría en orgullo de la vitivinicultura mendocina. Compraron 44 hectáreas en Maipú y levantaron los primeros cuerpos de la bodega. El crecimiento de la producción fue vertiginoso y en poco tiempo ambos alcanzaron gran relieve social y económico. Fue entonces, que decidieron construir en el lugar, estas espléndidas viviendas. Para ello contrataron al arquitecto boloñés Manuel Mignani, y al constructor Ricardo Ciancio, quienes para esa época ya habían ejecutado obras de importancia en la provincia, tales como la Penitenciaría Provincial y la Municipalidad de Maipú.

Los chalets Giol y Gargantini, construidos entre 1908 y 1910, están inspirados en las villas del Véneto italiano, rodeados de jardines y sobreelevados para ser observados desde puntos de vista privilegiados, como lo atestiguan los ejes monumentales que se plantean desde los portones de entrada sobre el carril Ozamis y que antaño se extendían hacia la cordillera, más allá de los viñedos.

Por dentro

Los ámbitos de recepción ocupaban gran parte de la planta baja, como expresión de la suntuosidad y jerarquía de la vivienda, abriéndose a los jardines por medio de grandes ventanales y balcones. El corazón en ambas casas era la “sala” ricamente ornamentada y que articulaba las áreas de recepción, la parte íntima y la de servicio.

En la casa Gargantini la sala,  iluminada por un lucernario de hierro y vidrio, es la gran protagonista de la composición; este espacio de doble altura está coronado por un lucernario de hierro y vidrio, que le confiere iluminación cenital. La escalera, de imponente desarrollo, conduce a través de dos tramos laterales al primer piso, de carácter más íntimo, donde se encontraban los dormitorios. En tanto, la zona de servicio se ubicaba en la parte posterior de las viviendas, compuesta por cocina, antecocina y pequeño subsuelo,  que oficiaba de depósito.

Un estilo único

En su expresión formal, estas residencias se asemejaron a otras construidas en la península: introdujeron el lenguaje en boga, el liberty, versión italiana del art nouveau que se desarrolló entre 1895 y 1914.

Evidentemente, el arquitecto puso especial énfasis en las fachadas principales, donde desarrolló un gran despliegue ornamental. En ellas se incorporaron una serie de ornamentos y guardas, algunos geométricos, otros con motivos vegetales, junto a la figura humana modelada en mascarones de cabellos ondulantes y en forma de cariátides en el acceso de la casa Gargantini.

Un elemento recurrente en las villas italianas y en estas residencias, es la torre- mirador. Su presencia obedecía a razones estéticas y semánticas: por un lado, dar un elemento pintoresco y asimétrico a la fachada y por otro, expresar el éxito y el poder económico alcanzado. De esta manera “il padrone” podía extender su mirada sobre su finca, dominarla, y a su vez, la casa era visible desde lugares alejados.

Los chalets estaban dotados además de connotaciones de modernidad y de innovación, acordes a sus propietarios y a los nuevos tiempos. Su decoración y equipamiento exhibía la riqueza y variedad de los materiales e instalaciones que la revolución industrial había incorporado a la vida doméstica: carpinterías de madera y de hierro, pisos de mármoles, mosaicos y ricos parquets, chapas estampadas para los cielorrasos, azulejería de colores para zaguanes, baños y cocinas; herrerías para balcones, coronamientos y escaleras, empapelados; artefactos sanitarios, cocinas y mobiliario de gran jerarquía.

Desde el punto de vista constructivo, también fueron innovadores, ya que se construyeron con un sistema de entramado de perfiles de hierro “sideroladrillo”, que permitió un excelente comportamiento al sismo y un óptimo estado de conservación.

Las instalaciones, el equipamiento y la infraestructura dan cuenta del nivel de confort que alcanzó la burguesía vitivinicultora de principios del siglo XX: un sistema de calefacción centralizado en una caldera que alimentaba radiadores de fundición ricamente decorados; agua potable proveniente de los filtros de la propia bodega y luz eléctrica de generadores propios.

Su destino

Estas residencias estuvieron muy poco tiempo en manos de sus propietarios. Gargantini, la habitó escasamente un año, ya que en 1911 se retiró de la sociedad y volvió a su país de origen, Suiza. Giol, por su parte, vivió allí hasta 1914, año en que vendió su parte al Banco Español y Río de la Plata y regresó a Italia.

Desde ese momento, las casas fueron utilizadas como residencia de gerentes de la bodega y huéspedes del banco. En 1954 la empresa pasó a manos del gobierno provincial. La casa Gargantini, entre 1958 y 1960, fue destinada a residencia del gobernador Ernesto Ueltschi; luego ambos chalets dejaron su destino original para cumplir funciones administrativas. El chalet Giol fue la “administración” de la bodega, mientras que el Gargantini fue sede del directorio. A tal fin fueron despojados de su mobiliario y equipamiento, por lo que hoy se conservan muy pocas piezas originales.

En 1987 la empresa Giol fue privatizada y la bodega pasó a manos de la Cooperativa Lumai, en tanto los chalets  fueron donados por el gobierno provincial al municipio de Maipú para la creación del Museo Nacional del Vino y la Vendimia.

Hoy, después de más de un siglo de existencia, estas espléndidas residencias constituyen un hito tradicionalmente reconocido como testimonios relevantes de la historia vitivinícola local; no obstante, las circunstancias actuales de desarrollo de la actividad y del enoturismo, sumado al posicionamiento de Mendoza como 8va. Capital Mundial del Vino, ameritan una puesta en valor del conjunto -casas y casco de la antigua bodega- que lo conviertan en el centro de una red interinstitucional más amplia de promoción y difusión de la cultura vitivinícola argentina.

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