Los catalanes que no votaron: ¿Y ahora qué?

Los mismos catalanes están partidos con respecto al grado de su independencia. Grietas hay por todos lados.

Los catalanes que no votaron: ¿Y ahora qué?
Los catalanes que no votaron: ¿Y ahora qué?

Una marea de emociones ha inundado Cataluña en los últimos días, entre aquellos que exigieron la separación de España y los que se opusieron. De la noche a la mañana, aparecieron grafitis que proclamaban: "No somos españoles". Multitudes han marchado coreando: "Yo soy, yo soy, yo soy español", pasando junto a turistas boquiabiertos.

Una de las cosas que los une es que no tienen una idea clara de cómo sería una Cataluña independiente. ¿Se le readmitiría en la Unión Europea? ¿Emitiría una nueva moneda? ¿El comercio colapsaría? ¿Estarían separados de sus familiares en España?

Sorprendentemente, en la turbulencia que causó el referendo del domingo ha habido muy poco debate público sobre los efectos prácticos de declarar la independencia. La respuesta de mano dura de España convirtió al referendo en una batalla por el derecho al voto, un tema por el que hay un mucho mayor consenso en Cataluña.

Ahora que los catalanes que están a favor de la independencia votaron, los que se quedaron en casa se preguntan: ¿Qué acaba de pasar? ¿Y ahora qué sigue?

En entrevistas que se llevaron a cabo por toda Barcelona esta semana, muchos se mostraron confiados en que se irían resolviendo los detalles vagos aparejados con la categoría de país. Sin embargo, un número igual se siente aprensivo, incluso alarmado, por la inclinación hacia la independencia que el referendo puso en marcha.

"Explíquenme: si me quedo aquí, ¿habría ventajas o desventajas?", preguntó Loli Risco, de 59 años. "No nos están explicando nada. Solo están diciendo: 'Esto es lo que quiero'. Quiero que conservemos el euro y quiero seguir siendo europeo. ¿Qué haré? Voy a vender mi departamento y me iré".

Risco y su hija se quedaron en casa el domingo y dijeron que sus votos habían quedado fuera del drama del referendo.

Los dirigentes catalanes declararon que el 90 por ciento de los votos fueron a favor de la separación, un resultado que deja claro que casi los únicos con motivación para votar fueron quienes querían la independencia.

Sin embargo, al igual que Risco y su hija, más de la mitad de los electores de Cataluña no votaron ni se enfrentaron a la policía, que usó cachiporras y balas de goma para hacer cumplir la orden del gobierno central de detener el referendo que consideraba ilegal.

El resultado dejó no solo a España, sino a la misma Cataluña dividida.

A unas cuantas puertas de la casa de Risco, en una tienda que vendía codillo de cerdo en conserva, Noemi Aguro, de 38 años, tenía una actitud antipática ante aquellos que no votaron, diciendo que no les quedaba más que aceptar los resultados.

"No votaron. Tuvieron oportunidad. Ahora no se deberían quejar", dijo Aguro.

Por lo general, los economistas concuerdan en que Cataluña sería económicamente viable como un país independiente, pero difieren del impacto en el empleo, las barreras comerciales y las necesidades de gasto del nuevo Estado.

El gobierno separatista tendría que negociar asuntos espinosos con España, por ejemplo, cómo distribuir la deuda de España, ahora equivalente a más del 100 por ciento de su producto interno bruto.

Xavier Sala-i-Martín, economista y profesor de la Universidad de Columbia que ha encabezado el impulso separatista, sostiene que la salida unilateral de Cataluña podría dejar a España como única responsable de su deuda.

El gobierno separatista catalán, que en 2014 publicó un "libro blanco" que señala los planes de un Estado independiente, dijo que Cataluña asumiría una porción de la deuda si España aceptaba transferir infraestructura propiedad del Estado y otros activos al gobierno separatista.

La profundidad del apoyo a la independencia incluso en Cataluña se debate de manera acalorada. Las encuestas de opinión, aun cuando su confiabilidad sea incierta, han demostrado una división en la opinión cercana al 50 por ciento.

El gobierno registra una caída de un 10 por ciento en el producto interno bruto de la región. No obstante, agregó que los argumentos económicos han quedado al margen del debate.

"La economía quedó en segundo plano, y una de las partes la usa como propaganda", opinó. "Todo tiene que ver con la política identitaria. Es una definición de 'nosotros'".

Muchos activistas jóvenes -el centro del apoyo público al movimiento- se manifestaron bastante confiados en que los ingresos por el impuesto al valor agregado compensarían por mucho la caída en el comercio, incluso si se obligara a Cataluña a salir de la Unión Europea.

Gala Cabré, de 16 años, estaba sentada fuera del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, donde los patinadores atravesaban la plaza repiqueteando, y dijo que Cataluña florecería como un pequeño enclave adinerado. Su punto de comparación era Andorra.

"Andorra es un país independiente que tiene su propia moneda", dijo Cabré, mientras sus amigos asentían para alentarla. (De hecho, usa el euro). "Todo es más barato ahí. Andorra tiene mucha policía. Es un país muy seguro".

La profundidad del apoyo a la independencia incluso en Cataluña se debate de manera acalorada. Las encuestas de opinión, aun cuando su confiabilidad sea incierta, han demostrado una división en la opinión cercana al 50 por ciento.

En 2012, por primera vez, un 51,1 por ciento de los participantes estuvo a favor de la independencia, según el Centre d'Estudis d'Opinió, la agencia encuestadora oficial de Cataluña. En las elecciones parlamentarias regionales más recientes, en 2015, un 48 por ciento del electorado votó por partidos proseparatistas.

Rodríguez dijo que la división en la opinión estaba correlacionada con el ingreso, con los pobladores y las ciudades urbanas adineradas, que por lo general están a favor de la independencia, mientras que las ciudades de las clases trabajadoras, muchas de las cuales tienen raíces en otras partes de España, se oponen.

Alberto Vallespín, de 44 años, quien tiene una cerrajería en el centro de Barcelona, proviene de una familia catalana de antaño, pero le preocupa el efecto en su negocio, que tiene proveedores y clientes en otras partes de España.

La separación podría significar impuestos adicionales en esas transacciones, explicó Vallespín, en especial si el proceso es enconoso. Rechazó la idea de que la Unión Europea aceptaría a Cataluña en el futuro próximo.

"Las cosas no van a mejorar" si Cataluña obtiene la independencia, dijo. "Y podrían ponerse peor".

Sin embargo, Vallespín no participó en el referendo, no fue a manifestarse ni cerró su tienda en la huelga general del martes. Tenía clientes que hacían fila en el mostrador.

Era parte de una enorme ciudad en la que todo siguió como siempre toda la semana, mientras las multitudes que protestaban pasaban frente a él.

"Al final, los que están luchando son los que están a favor de la independencia", dijo Gemma Martín, de 33 años, cajera en una vidriería en Ciutat Vella (Ciudad Vieja). "El resto de nosotros solo mira", concluyó.

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