A fines de 1977; el sanrafaelino Hugo Britos, su esposa Delia Rosa Bustamante y sus dos hijos (Gustavo y María Gabriela) pasaron a la historia: se convirtieron en una de las primeras familias argentinas que invernaron en el continente antártico (en la región de soberanía argentina). Incluso, Delia llevaba en su vientre a la tercera hija del matrimonio: María Esperanza, quien nacería 3 meses después en Buenos Aires.
A casi 40 años de esta travesía, Hugo (quien ya tiene 82 años y vive en Bell Ville, Córdoba) será distinguido la semana próxima por la Legislatura de junto a otros integrantes de la agrupación Antárticos Mendoza.
Y, como si hubiese sido ayer, el hombre rememoró algunos de los momentos de aquella experiencia que -entre otras cosas- le dio el nombre a su tercera hija.
“La bautizamos María Esperanza, porque mientras estuvimos en la Antártida estuvimos en un fortín ubicado en la Base Esperanza justamente”, explicó el hombre, quien pasó casi 8 años de su vida en aquel continente (sumando el tiempo de todas las expediciones que realizó).
“Cuando uno va a la Antártida, va buscando otras necesidades, otras metas. Cuando le toca dejarla, busca regresar lo más pronto posible. Representa una abstracción completa del hombre, para demostrar que está a la altura de la naturaleza. Porque allá no hay 'súper hombre', y hay que respetar a los vientos, la temperatura y a la naturaleza misma. También uno aprende a cuidar bien todo lo que lleva, sin derrocharlo”, reflexionó.
Y casi en el acto comparó las expediciones de su época -la primera fue en la década del '60- con las actuales. "Todo ha cambiado: los vehículos, la tecnología, la ropa, las comunicaciones", resumió.En ocasión del primer viaje en familia para invernar en el continente blanco, los Britos fueron una de las 8 primeras familias argentinas que pudieron completar esta vivencia.
Antártico de ley
Hugo nació el 26 de febrero de 1935 en San Rafael. Estudió para técnico mecánico en la Escuela de Mecánica Fray Luis Beltrán y llegó a suboficial expedicionario del Desierto Blanco, dentro del Ejército.
Según recordó, su primera misión al continente blanco fue en noviembre de 1964. "Fuimos a preparar la Expedición al Polo Sur de 1965, y que partió desde la Base Belgrano. La misión se hizo por etapas y con mi compañero nos quedamos en una base sobral ubicada a 500 kilómetros de la costa (se precisan de 15 días en vehículo para completarlos), con el objetivo de ejercer el derecho a la soberanía hasta que llegaran nuestros relevos.
Para alcanzar esa base hay que cruzar dos grandes grietas: una que está a 80 kilómetros de la Base Belgrano y otra que tiene una extensión de 15 kilómetros y que puede completarse por el Pase Saravia”, indicó Britos, quien resaltó que se quedó un año más en el lugar luego de que llegaran los mencionados relevos.
En febrero de 1967, Hugo regresó a Buenos Aires y allí contrajo matrimonio con Delia Rosa. Ese mismo año fue protagonista de otra expedición que dejó un importante legado científico -en lo que se refiere al estudio de la naturaleza-.
“Durante una expedición descubrimos una montaña ubicada a 3.000 msnm y, como no figuraba en la cartografía, se la bautizó San Rafael. Ya de regreso en el continente, llevamos una de esas piedras al departamento en el sur mendocino y la entregamos para rendir homenaje. Hoy está en el Museo de Historia Natural”, resumió el aventurero.
La familia unida
Luego del descubrimiento del cerro San Rafael, Britos regresó a aquel continente en 1969, 1973, 1975 y 1976. Pero fue en 1977 cuando surgió la posibilidad de instalarse con toda su familia.
“Me seleccionaron de forma directa por mis antecedentes para ir con mi familia a la Antártida. El único requisito era que todos pasáramos la revisación médica, y así ocurrió”, rememoró.
Así las cosas, a fines de 1977 Hugo, Delia Rosa y sus hijos Gustavo y María Gabriela -de 9 y 6 años respectivamente- integraron el fortín Sargento Cabral que se instaló (junto a otras 7 familias) en la Base Esperanza. "El general Hernán Pujato y otros hombres antárticos habían tenido siempre el sueño de que la Antártida se colonizara con las familias, y esto era empezar a cumplir ese sueño de defender lo nuestro". acotó Britos quien en aquel entonces tenía 42 años.
“En esta misión, las esposas que viajaron se convirtieron en las maestras para que los chicos pudiesen seguir estudiando. Y un sacerdote que nos acompañó se convirtió en el director de la escuela”, resumió Hugo.
No obstante, el regreso a Buenos Aires se adelantó. Es que la familia Britos iba camino a agrandarse, puesto que Delia Rosa estaba con un avanzado embarazo. "Mi mujer es de sangre RH negativo y, cuando le hicieron los estudios, le dijeron que iba a poder viajar sin ningún problema. Pero cuando llevábamos casi 3 meses allá, el médico que viajó -que no era obstetra, aunque oficiaba como tal- dijo que podía llegar a tener mucho riesgo que diese a luz en la Antártida. Entonces se hizo una evacuación de emergencia y en febrero de 1978 volvimos a Buenos Aires", contó Britos.
Una vez que María Esperanza llegó al mundo, la familia tuvo intenciones de regresar al sur para completar todo el procedimiento. “A los 40 días de haber dado a luz esperábamos un avión que nos llevara de nuevo al fortín Sargento Cabral. Pero fue justo la época en que Argentina había entrado en conflicto con Chile por el Canal de Beagle, y todos los aviones estaban abocados a ello. Se fue postergando cada vez más la chance de volver hasta que, cuando era más o menos viable, nos preguntamos si realmente valía la pena, teniendo en cuenta que estaba próximo a culminar la expedición. Y decidimos quedarnos”, se explayó.
Aprender a valorar
En 1979 Hugo Britos viajó por última vez a la Antártida, antes de pasar a retiro. De los casi 8 años que pasó en ese continente, la enseñanza principal fue contundente: respetar y valorar.
“Todo lo que se lleva para allá se cuida bien, no se derrocha. Allá no hay almacenes ni nada, como podrá imaginarse. A las estufas las tenemos siempre a temperaturas de 5 °, por más que afuera haya -50 °. No podríamos usar estufas a mayor temperatura, porque nos quedaríamos sin combustible para el resto del año”, explicó.
Asimismo, el expedicionario destacó el rol de apoyo logístico y científico que juegan y el valor que aportan a la sociedad estas expediciones.