Cansados, saturados y ansiosos. Muchos barceloneses, independentistas o no, y también muchos madrileños manifestaban ayer su hartazgo ante la saga en que se ha convertido la crisis entre el gobierno separatista catalán y el gobierno central.
El ejecutivo de Mariano Rajoy anunció que seguirá avanzando en el proceso de suspensión del autogobierno catalán, tras recibir una carta del presidente regional, Carles Puigdemont, que amenazó con declarar unilateralmente la independencia si no se acepta su oferta de diálogo y continúa la “represión”.
“Estoy saturado de toda esta historia. Todos los días es 'un plazo importante, una fecha muy importante'”, cuenta Albert Puig, un informático barcelonés de 35 años, refiriéndose al plazo que el gobierno central había dado a Puigdemont hasta este jueves, para volver “al orden constitucional”.
Albert Puig fuma un cigarrillo a la entrada de la empresa donde trabaja, aguantando la lluvia que ha ensombrecido Barcelona después de unos días de tiempo veraniego. “Yo me informo, pero no veo que haya avanzado mucho” la situación, dice con desánimo.
En los últimos días, la evolución de los acontecimientos ha sido vertiginosa.
El gobierno de Rajoy puso sobre la mesa el artículo 155 de la Constitución, dos destacados líderes independentistas fueron encarcelados, los separatistas firmaron una declaración unilateral de independencia, suspendida por su principal firmante, Carles Puigdemont... un torbellino que tiene desorientado a Albert, reducido al papel de “espectador de lo que podría pasar”.
Dice que simpatizaba con los independentistas, aunque ahora no tanto. “Si me hubieras preguntado hace un mes, habría estado entusiasmado, ahora no lo tengo tan claro”.
Ariadna Galán también parece desanimada. Esta estudiante de 22 años, que reparte unas octavillas publicitarias delante de una tienda del FC Barcelona, dice estar “desilusionada” y “estresada”.
“Vemos la televisión todos los días, y hay mucha inseguridad. Estamos expectantes”, asegura.
A unos 600 kilómetros de allí, la angustia también se hace sentir en Madrid.
“Necesitamos más diálogo y no represión, el artículo 155 (que permitiría intervenir el autogobierno catalán) no me parece una solución”, confía Lola Méndez, profesora de español en la capital.
Según ella, la solución pasa por una reforma de la Constitución, aprobada en 1978. En una librería del centro de la capital, Alfonso Fernández, de 67 años, opina en cambio que lo que hace falta es firmeza.
“Si uno quiere dialogar pero no respeta la ley, no se puede dialogar”, apostilla.
Cecilia Molano, una grafista que vivió en Mallorca, donde el catalán es lengua cooficial, critica que tanto el gobierno español como el de Barcelona “han activado un sentimiento nacionalista” de ambos lados, que le da verdadero “miedo”.