El mes de agosto es históricamente cuando los franceses se van mayoritariamente de vacaciones y los turistas aterrizan masivamente en París.
Después de dos atentados terroristas consecutivos del Estado Islámico y las advertencias de seguridad de sus propios países, los turistas extranjeros han comenzado a desertar Francia, con los japoneses y americanos a la cabeza.
Bajo estado de urgencia y ante una real amenaza terrorista, los franceses cambian de hábitos. Están en las playas en sus primeras vacaciones blindadas, con patrullas de policías, gendarmes o militares con fusiles de asalto y chalecos antibalas, en medio de los bañistas, en la arena en la Costa azul o la Costa Atlántica.
Con binoculares miran el mar. Temen que los terroristas puedan confundirse entre los yates y gomones en el Mediterráneo y atacar desde allí.
Después de la primera sorpresa, los veraneantes los aceptan. Se sienten más seguros. Los soldados patrullan a pleno sol, ante la indiferencia de los chicos, que juegan con sus palitas y baldes en las playas de la Costa Azul.
Las medidas de seguridad se extienden también en los balnearios, en sus calles, sus mercados, en sus iglesias y museos, en los lugares más turísticos del sur de Francia y la Provence.
La tragedia del 15 de julio en Niza, que dejó 86 muertos y el ISIS se atribuyó, y el crimen del padre Hamel en Normandía, cambiaron el clima en Francia.
Si bien los franceses están dispuestos a desafiar el terrorismo y seguir con su vida de todos los días, el ministro de Defensa Jean Yves Le Drian les anunció que su país “esta en guerra” y que los efectivos no son son suficientes aún para dar cobertura a todos los festivales de verano.