Apenas estamos en abril y el 2016 es ya un año terrible para la música.
No se trata de desaire a Kendrick Lamar, Sturgill Simpson, Beyonce ni algún artista desconocido trabajando en su casa para convertir los sonidos en su cabeza en canciones para el disfrute de todos.
Pero un año que silencie las voces detrás de “Sign o’ the Times”, “Space Oddity”, “Tequila Sunrise”, “Shining Star” y “The Bottle Let Me Down” no puede ser calificado de ninguna otra forma.
La sorpresiva muerte de Prince el jueves se suma a una trágica lista que ya incluía a David Bowie, Glenn Frey, Maurice White y Merle Haggard. Lemmy Kilmister, de Motorhead, no murió este año por apenas unos días; Natalie Cole por cuestión de horas.
“Nos estamos quedando sin héroes musicales vivos, aquellos con los que nos medimos, a quienes emulamos, que sabemos que no superaremos pero que nos inspiran a intentarlo”, escribió en Twitter Carrie Brownstein, actriz y cantante de Sleater-Kinney.
Aunque las circunstancias de la muerte de Prince aún no estaban claras, la mayoría de las otras fueron mundanas, independientes de los excesos del rock. Cáncer. Diabetes. Padecimiento intestinal. Neumonía. Mal de Parkinson. Bowie y Frey mantuvieron sus enfermedades en privado, así que pocos fuera de sus familias las vieron venir.
Merle Haggard tenía 79 años, vivió su vida, y White, de Earth, Wind and Fire, sufrió un lento declive antes de morir a los 74. Pero otros eran demasiado jóvenes: 69 en el caso de Bowie, 67 para Frey, 45 para Malik Taylor, fundador de A Tribe Called Quest y conocido como Phife Dawg.
Y a los 57, Prince no había mostrado indicios de estar aflojando.
Todas esas muertes se sienten como un puñetazo al estómago. Sus carreras fueron lo suficientemente largas como para dejar legados impresionantes, pero no para seguir añadiendo logros. Nos faltaba tiempo con ellos, y a ellos con nosotros.
El último disco de Bowie llegó al mismo tiempo que su muerte, con la canción y el video de “Lazarus” llenos de humor e introspección. Bowie estaba llevando su música a Broadway. La idea de retirarse le era ajena, al igual que la noción de lanzar nuevas versiones de canciones que escribió en su juventud.
Los Eagles, un grupo del que Frey se fue una vez, estaba reunido de nuevo, creando. La banda, que llevó influencias de la música country al rock’n’roll, estaba llevando ahora influencias del rock’n’roll al country, en un nuevo mercado cuyas estrellas sonaban como si se hubieran criado escuchando canciones de los Eagles.
Aunque estaba tomándose las cosas con más calma, Haggard siguió trabajando hasta el final de sus años y llevó su música a generaciones jóvenes en el festival Bonaroo en Tennessee.
Y Prince parecía imparable. El tipo era pura energía en concierto, un remolino que se aseguraba de que sus grupos ensayaran hasta que todas sus ideas se cumplieran a la perfección. Lanzó cuatro discos en los últimos 18 meses y acababa de anunciar que estaba escribiendo su autobiografía.
Estaba en medio de su gira “Piano and a Microphone”, una rara oportunidad de verle interpretar sus mejores canciones en su versión más simple, sin acompañamiento de grupo.
En algunos de los recitales, cantó “Héroes” en honor a Bowie.
“Ya habíamos tenido un año duro”, dijo el veterano productor Ken Ehrlich el jueves. “Es realmente nuestra generación. Solíamos oír de las muertes de grandes del pasado por nuestros padres. Esta vez son nuestros granes”.
Las muertes de nuestros héroes musicales tienen resonancia especial porque sus canciones tocan el corazón. No eran celebridades. Eran amigos que te reconfortaban cuando estabas triste, que te daban valor, que entendían exactamente lo que estabas pensando.
Mientras la música estuviera viva, también vivía la persona que fuiste cuando la escuchaste por primera vez. El club donde el sonido del sintetizador de “1999” te envolvió y la persona con la que bailaste. El auto donde disfrutaste “When Doves Cry”. El cuarto donde te refugiaste para absorber “Sign o’ the Times”.
Recuerda eso, y quizás el 2016 pueda ser un poquito menos malo.