Por Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar
¿Sirve mirarnos al espejo para ver cómo somos? Seguramente la mayoría diría que sí. Pero, ¿no les ocurre que cuando se ven en fotos consideran que no salen como son, ni como se ven en el espejo? ¿Dónde está la distorsión, entonces? ¿Querrá decir que no nos vemos como realmente somos? ¿O es que no somos como nos vemos?
Un verdadero trabalenguas para el que, llevado a escala de la sociedad, bien viene a cuento un "estudio sobre felicidad, relacionado con la estructura social", que realizaron la Universidad de Palermo y TNS Gallup en nuestro país.
La idea del trabajo era ver cuál es la relación que los argentinos tenemos con el dinero y la satisfacción que esto reporta a nuestras vidas. Y varias conclusiones fueron sorprendentes.
Una de las principales es que prácticamente nadie se considera de clase alta, ni siquiera quienes pertenecen a esa clase social. La mitad de los entrevistados dijo ser de clase media-media, apenas un 2% se incluyó en la clase media alta y nadie, pero nadie cree ser rico.
Aunque el fenómeno "clasemediero" también alcanza a los sectores D y E (los más pobres de la pirámide social) ya que 86% de quienes pertenecen a ese segmento social dijeron ser de clase media.
Con la consecuencia contradictoria de que si bien se alienta una mejora en la distribución de la riqueza en el país, al no incluirse en la clase que tendría que "hacer el aporte" no hay de donde redistribuir.
Tal vez sea porque la mayoría opina que quienes tienen dinero en nuestro país no lo lograron a base de esfuerzo, trabajo y educación sino mediante la corrupción, el fraude, el "acomodo". Hasta quienes efectivamente pertenecen al sector ABC1, pero no se consideran clase alta, aseguran que se escala corrompiendo y/o corrompiéndose.
Entonces, ¿quién va a querer ser considerado socialmente un corrupto? De acuerdo con el estudio, 24% de los encuestados adjudica el acceso a la riqueza a la corrupción, 21% a la herencia familiar, 16% a la educación y 13% al esfuerzo.
Como consecuencia, si nadie se considera de clase alta, nadie estaría dentro de la porción de gente que comete delitos para acceder o mantener una posición económica privilegiada.
A contramano de lo que este tipo de estudios arroja en los países desarrollados, los argentinos no creemos que la educación sea el principal atributo para ascender en la escala social (es la corrupción, ya lo dijimos), en cambio culpan a las deficiencias educativas por la imposibilidad de progreso que tienen las clases menos favorecidas.
Todo esto sorprende, pero no hace más confirmar lo que aseguran los principales consultores cada vez que se hacen encuestas pre-electorales: la supuesta corrupción de un candidato no es algo importante para definir el voto. Y eso suele verificarse cada dos o cuatro años.
El contraste desnuda, además, que para el imaginario colectivo el dilema moral que podría significar tampoco es demasiado importante.
Si se cruza este estudio con otro preliminar sobre "bienestar subjetivo" se encuentra, además, que a los argentinos les importa más su sueldo si lo comparan con el de sus compañeros de trabajo, que el monto en si mismo.
A ver si se entiende: nos pone contentos ganar más que el que trabaja a nuestro lado, pero no porque eso nos haga más felices, sino porque ganamos más que el otro.
Para 4 de cada 10 personas, el dinero aparece detrás de la familia y las relaciones a la hora de explicar los principales motivos de felicidad, en cambio 3 de cada 10 privilegia lo económico como motivo de bienestar emocional. Sin embargo, la escasez de dinero es una de las principales causas de insatisfacción vital.
En síntesis, 88% de los encuestados dice sentirse satisfecho con su vida en general y valora ampliamente la familia, la vida social y la buena salud.
Aunque hay un creciente pesimismo respecto del futuro de la economía, donde domina la incertidumbre sobre lo que viene en materia de empleo, dólar e inflación.
Cuando los argentinos nos miramos al espejo como sociedad vemos que el dinero no hace la felicidad, pero decimos ser infelices cuando nos falta. Pedimos una mejor distribución de la riqueza, pero no consideramos tener ingresos personales para contribuir al reparto.
Acusamos a los ricos de corruptos, por eso todos somos de clase media. Pueden ser mecanismos de defensa, de la más básica supervivencia, pero también formas de enmascarar la realidad.
Hay algo en el espejo de los argentinos que deforma.