Hace más de cien años, la opinión pública de los mendocinos quedó dividida. Los que estaban a favor o en contra de la tala de álamos carolinos que habían sido plantados en las calles principales de la ciudad y que por tener muchos años estaban causando varios problemas al vecindario capitalino. La noticia llegó a Buenos Aires y produjo allí también apoyo y rechazo sobre este tema tan candente.
A pesar de todo, el álamo carolino sobrevivió y hoy es parte del paisaje ciudadano.
El español de los álamos
Fue el español Juan Francisco Cobo y Azconoa quien en 1808, trajo desde Cádiz unas estacas de árboles denominadas Populus nigra- más conocido como álamo de Italia.
Por aquel tiempo el joven hispánico se estableció en Mendoza y compró una hacienda ubicada en el departamento de Guaymallén, a pocas cuadras de la antigua capital de Cuyo. Además de proponer el paseo de la Alameda en plena ciudad, que fue concedida por el Cabildo, fue el artífice de la plantación del álamo en toda la zona.
Fue en su hacienda, donde plantó una gran cantidad de estos árboles, que eran desconocidos por la mayoría de agricultores mendocinos ya que por aquel tiempo, los ejemplares que existían eran el ciprés y el sauce. Además, las maderas de éstos, se utilizaba para construir muebles por los carpinteros y ebanistas locales.
En muy pocos años, la plantación de éstos árboles aumentó rápidamente, plantándose miles de hectáreas en plena urbe y en la campaña.
Mendocino por adopción
Después del terremoto de 1861, la ciudad se trasladó hacia el sudoeste del antiguo asentamiento y durante su nueva reconstrucción se plantaron cientos de álamos carolinos en todas las calles del centro.
Se cree que la estacas de estos ejemplares fueron traídas a Mendoza desde el Litoral en carretas y según algunos arquitectos y paisajista de entonces se decía que el álamo carolino por su fortaleza, podía ser muy útil para proteger a la población contra los derrumbes de casas, ya que en caso de terremoto, el carolino serviría de muro de contención contra los escombros.
Una de las más pobladas por estos ejemplares fue la calle de San Nicolás que luego de varios años se denominó General José de San Martín. Además de esta arteria principal, la antigua calle Unión -hoy Sarmiento- contenía una gran cantidad de estos árboles que fueron creciendo hasta llegar a unos 16 metros de altura.
Fue así que los mendocinos adoptaron al álamo como el principal árbol de la zona.
Pero, luego de la grave epidemia de cólera producida en 1886, se sugirió al gobierno realizar una reestructuración sobre la plantación de nuevos árboles y de especies diferentes al tradicional álamo carolino. Lo que produjo la división de algunos sectores
Tala de sueños
Durante los primeros años del siglo XX, se inició la tarea de talar algunos árboles que se encontraban en muy mal estado y que ponían en peligro la vida de los transeúntes.
Además, los comercios o casas corrían el riesgo que algún álamo cayera pesadamente en su frente, y que ocurriera una desgracia.
A pesar de todo, un grupo estaba en contra del corte de estos árboles ya que la falta de riego por parte de las autoridades municipales hacían que los carolinos se secaran.
Pero en plena calle San Martín, ocurrió una tragedia, cuando en una tarde de marzo, unos niños jugaban peligrosamente sobre un carolino que estaba en muy mal estado. El chico tuvo la mala suerte de posarse sobre el tronco y fue aplastado. Varias personas trataron de socorrerlo y un boticario le dio los primeros auxilios, pero falleció a los pocos minutos.
Este accidente colmó la paciencia de los que estaban a favor del corte de todos los álamos y las autoridades tuvieron que tomar una decisión. En julio de 1911 se autorizó a la municipalidad de la Ciudad para que se cortaran los álamos carolinos en ambos costado de la avenida San Martín desde la plazoleta de Barraquero hasta la avenida Godoy Cruz y desde ésta hasta la calle Tucumán. La ordenanza exceptuaba los que se encontraban en ambos costados de la Alameda.
Los obreros comenzaron rápidamente con aquella tarea pero unos días posteriores, todo el país se enteró lo que estaba pasando con los álamos de Mendoza. En sus páginas el diario La Nación, desde su editorial, se opuso desde un principio al corte de estos árboles y otro de los periódicos porteño: La Razón, estaba de acuerdo con que se talaran y reemplazaran por otras especies.
El debate se extendió por varios días, pero igualmente los álamos fueron extraídos de sus lugares y sustituidos por otros. Fueron muy pocos los que subsistieron al embate de las sierras y serruchos.