Los años '80 y las noches de jazz en la calle Espejo

Los años '80 y las noches  de jazz en la calle Espejo

En 1983 cursaba la carrera de Ingeniería. Siempre trabajé durante mis estudios. Ese año lo hacía como sonidista de una conocida casa de música mendocina.

Me encargaron un trabajo en 9 de Julio y Espejo. Allí llegué después de cursar. En esa esquina funcionaba un tradicional café famoso por esa época.

Estrenaba dueños, aspecto y onda. Pasaba a llamarse "Años 20". No podía creer lo que estaba viendo: tapiceros, electricistas, carpinteros, plomeros, pintores… todos trabajaban a ritmo frenético sin interferir en la tarea de los otros. Me habían dicho que a medianoche había una jam session y yo allí sin saber dónde instalar la consola de sonido y los bafles. Uno de los músicos se presentó, el famoso banjoísta Johnny Orozco: "Sí, no te preocupés, a medianoche largamos". Conocí a los otros músicos Juan Alsina en percusión, Omar Arancibia contrabajo, y una terna de vientos increíble: Ricardo Guiñazú, Julio Roldán y Sandro Cirillo. Era nada menos que la New Orleans Jazz Band. Me fui a casa, no había nada que hacer en ese momento. Volví después de las once y vi que, increíblemente, los trabajos estaban casi listos; algunos artesanos guardaban las herramientas. A medianoche empezó la magia.

A esa edad, más de 20 años, vivía mi primer "Encuentro cercano del tercer tipo" con el jazz. Había estado en algunos recitales pero esa noche de abril empezó para mí una experiencia que me marcó.

Charlaba mucho con los tres primeros, Johnny, Juan Luis y Omar que eran apasionados no sólo del jazz, también de la docencia y de las tertulias. En los intervalos, dos por noche, me explicaban los fundamentos del jazz, su historia y las características del estilo New Orleans tradicional del que eran furiosos adeptos. No toleraban la mínima desviación de esa hermosa tradición.

"Arreglo de cabeza"

De vuelta a casa tenía un lujo de chofer, Sandro Cirillo (76), con quien continuaba esas conversaciones ilustrativas. Maestros, todos ellos. La calidad musical de esa formación legendaria es conocida, no vale la pena abundar; eran geniales. El privilegio de haber convivido con ellos es algo que no termino de agradecer a la vida. "Se toca lo que llamamos 'el arreglo de cabeza', me explicaba Omar, "que es la melodía central del tema. Después cada instrumento solista improvisa un par de compases, se vuelve al leit-motiv y se cierra con el tutti, en el que los tres improvisan al mismo tiempo". Se dice tan fácil una cosa así, pero muy pocos son capaces de hacerlo como lo hacían ellos. Y yo estaba ahí, al lado de ese escenario pequeño, en un rincón del local, sobre la calle Espejo, y escuchaba todo lo que hablaban los músicos, aprendía a interpretar sus gestos y muchos detalles pero, sobre todo, tuve mi primera vivencia fuerte de eso que llaman "el swing".

Difícil de explicar

"No es difícil sentir el swing", dijo una vez Duke Ellington ante la pregunta de un periodista; "lo difícil es explicarlo". Mejor respuesta dio el inmenso Louis "Satchmo" Armstrong: "Si me preguntas qué es el swing es que no lo tienes". La banda transmitía fuerte esa cosa indefinible y la audiencia la devolvía amplificada y otra vez pasaba por cada músico y nos hacía vibrar a todos. Sublime. Recuerdo versiones inspiradísimas de grandes clásicos.

"Paso del tigre", "Cuando los santos vienen marchando", muchas otras, entre ellas mi favorita, "Saint Louis Blues".

Guardo muchas anécdotas. Una noche, los músicos discutían sobre qué tema tocar, porque se improvisaba todo, no había ni programa. Alguien del público empezó a silbar una conocida melodía, otro lo siguió y cuando el silbido se hizo suficientemente alto como para que los músicos se percataran, se prendieron con sus instrumentos ofreciendo una versión muy caliente de "El himno de guerra de la República". Fue mágico, y yo allí, testigo de toda esa maravilla. La experiencia terminó en primavera. Esos meses no fallamos ni un viernes; nos íbamos a veces con el sol alto. La banda siguió su derrotero, cambió varias veces de formación (ésa no era la primera) creo que sólo el Johnny permaneció siempre en ella y un mal día supe que el maestro Sandro Cirillo había sufrido un terrible accidente en su trabajo perdiendo una mano. Lo recuerdo y experimento la misma horrible sensación de ahogo y angustia que sufrí en ese momento. Sé que hizo construir un clarinete especial y sigue regalando magia por donde va. En estos más de treinta años he escuchado mucho blues y jazz, he conocido muchos músicos sublimes, pero con toda franqueza debo decir que nunca volví a escuchar un genio como él. Con todo mi respeto por los otros miembros de la banda y por los muchísimos excelentes músicos de jazz que he podido conocer, si me preguntan qué es el swing no daré la respuesta del legendario músico de Louisiana: diré que el swing es el Sandro con un clarinete. ¡Chapeau, maestro!, mis mejores deseos y mi más dulce recuerdo.

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.

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