Los Angeles de Mauri y la sobreviviente

Se trató de un gran triunfo nacional de Cambiemos, donde sólo se salvaron algunos caudillismos locales del peronismo y Cristina Fernández, quien compró un boleto para competir en las generales de octubre. El macrismo no recibió un cheque en blanco pero de

Los Angeles de Mauri y la sobreviviente

Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

El viento sopló en todo el país, en el centro federal muy fuerte mientras que en el norte y en el sur más leve porque no pudo quebrar muchos bastiones feudales pero los dejó tambaleando a varios de ellos y donde ni siquiera eso pudo, Cambiemos aumentó significativamente sus performances.

La coalición oficialista nacionalizó la elección y se nacionalizó ella misma, penetrando en la Argentina profunda mientras que en el conurbano bonaerense libró un espectacular combate voto a voto.

El peronismo quedó fracturado en pedacitos difícilmente compatibles entre sí y Cristina Fernández, con su agónico empate, deberá convalidar en las elecciones generales de octubre -que serán absolutamente polarizadas- si puede aspirar a seguir siendo el líder de ese conjunto de tribus territoriales.

A Massa y Randazzo el viento se los llevó mientras que Cristina al fin de la jornada, ya pasada la medianoche, le empató a Bullrich cuando hasta el día anterior ella y los suyos estaban seguros de que arrasarían en lo que consideraban era su territorio, vedado a los demás.

Ayer ya no estaba luchando por la victoria, sino meramente por la sobrevivencia.

Sin embargo, las verdaderas protagonistas de esta elección fueron dos damas que jugaron un papel grandioso, épico podría decirse. La apabullante triunfadora de la Capital Federal, Lilita Carrió y la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. Los Angeles de Mauri.

Lilita, con un triunfo asegurado en su distrito, miró al resto del país y se dedicó a traccionar votos del interior. Su papel fue decisivo para incrementar la performance de Cambiemos en territorios insospechados, y particularmente para que distritos claves como Santa Fe o Córdoba fueran ganados por su fuerza.

Mientras que Vidal suplió a los flojitos candidatos de Cambiemos en su provincia y se puso entera la campaña al hombro, demostrando una fuerza y una convicción capaz de conmover al más pintao.

A golpes de coraje María Eugenia Vidal, esa frágil mujer, toreó a todos los que debió torear y golpeó todas las puertas que había que golpear. Se metió en territorio enemigo y la peleó como hoy sólo ella puede hacerlo. Puso en juego su prestigio cuando vio que a los candidatos de Cambiemos el cuero les daba poco.

Pero más allá del territorio donde Cristina Kirchner compró boleto de sobrevivencia y un pasaje para competir en octubre a todo o nada, lo cierto es que un viento sopló por todo el territorio de la nación incluido Buenos Aires. Un viento que no es necesariamente de color macrista sino que más bien  simbolizó las ganas de dejar de una vez por todas atrás el pasado y probar con un futuro que aún no se ha decidido a llegar, o si está llegando lo hace con cuentagotas.

Han perdido rotundamente todos los que creían que la sociedad argentina había decidido rechazar el rumbo votado hace dos años y también perdieron los que quisieron marchar por la supuestamente ancha avenida del medio equiparando a cristinismo con macrismo. Porque si bien es legítimo criticar a unos y a otros, eso debe hacerse en sus debidas y justas proporciones. Lo oportunista es igualarlos puesto que más diferencias no puede haber entre los que se fueron y los que están ahora.

En los años 80 el peronismo se renovó porque supo criticar duro a Alfonsín pero aclarando que el presidente era cien veces mejor que el viejo peronismo. Se pusieron de un lado de la historia. En cambio ahora los peronistas no kirchneristas, desde Massa a Randazzo (con las dignísimas excepciones de Schiaretti y Urtubey), no se pusieron de ningún lado por lo que no fueron ni chicha ni limonada. Y así les fue. No fueron nada.

Si a partir de ahora los peronistas quieren volver a ser opción electoral nacional más allá de una suma de cacicazgos locales, deberán definir de qué lado están y no mostrarse como timoratos esperando a ver quien se corona rey para bajar la cabeza frente al ganador. Ahora deberán construir su propia historia.

O sino aceptar el triste destino de que Cristina y su Armada Brancaleone la sigan construyendo por ellos.

También perdieron los tránsfugas como quien se creyó la gran esperanza blanca, Martin Losteau, ese chico que va y que viene como si fuera el Brad Pitt de la política argentina. Hizo una gran elección hace dos años en Capital, luego aceptó ser embajador de Macri en Estados Unidos y cuando más se lo necesitaba en el imperio, se escapó para apostar a un carguito de diputado nacional que sólo le interesaba para intentar saltar a jefe de gobierno en 2019. La gente, que no es tonta, la misma que le dio su confianza en 2015 por sus ganas y su juventud, ahora lo condenó como un joven viejo, ese que antes de recibirse de buen político, aprendió todas las triquiñuelas de los pícaros. Hasta Filmus, el perdedor serial, le pudo ganar.

Otros saltimbanquis que perdieron fueron  los hermanos Rodríguez Saá que ahora, por arte de magia, se hicieron cristinistas, pero ocurrió que los puntanos, que le suelen tolerar todas sus ocurrencias esta vez dijeron basta, con lo que se abre la esperanza de que uno de los feudos más cerrados del país, el que dura desde 1983, pueda abrir sus puertas a la verdadera democracia.

Y que otros, con el tiempo le sigan sus pasos, si el peronismo deja de ser ese partido hegemónico que al menos por ahora, en estas elecciones, dejó de ser. Ahora ya no solo tiene enfrente a  un buen candidato presidencial y a una buena candidata en la provincia de Buenos Aires como en 2015. Ahora tiene enfrente otra fuerza nacional que puede apostar a ser tan o más poderosa que el movimiento autodenominado nacional. Para que ambas peleen de igual a igual y los argentinos tengan derecho a la alternancia.

Además de los oportunistas, perdieron los derrotistas, los que creyeron que la sociedad argentina era tan voluble que en dos años había borrado con el codo lo que escribió con la mano, y enojada con Macri quería dar marcha atrás.

Los argentinos, con lucidez, decidieron no cambiar de caballo a mitad del río, y cruzar hasta la otra orilla. Ahora dependerá de los dirigentes si se llega o no a la otra orilla.

Que una gran parte de la población estuviera enojada es muy posiblemente cierto. Los hombres y mujeres comunes no recibieron demasiadas satisfacciones en estos dos años. Pero supieron tolerar y entender el estado real de las cosas mucho más que los comentaristas y los críticos que supuestamente hablaban en su nombre, no admitiendo ni el más mínimo error como si el macrismo fuera la continuación del kirchnerismo por otros medios.

Los ciudadanos argentinos saben que las cosas están difíciles y que no se saldrá sin esfuerzos. O al menos se mostraron en estas elecciones dispuestos a creer que los que les prometieron un cambio, efectivamente lo cumplirán. Y han decidido darle el tiempo necesario. Una apuesta sensata y prudente. Una elección donde, a lo largo y a lo ancho del país, jugaron un papel espectacular los Angeles de Mauri y  la comprensión popular.

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