Don Quique está ofuscado. Lleva días construyendo un puente provisorio de troncos, que le está comiendo sus ahorros y no está seguro de que vaya a “aguantar” su camioneta. Para colmo teme que al actuar sobre un río sin permiso pueda ir contra la ley, lo cual es bastante antipático para un caballero como él. “¿Qué me queda por hacer?” -se pregunta-. “Hemos agotado todas las instancias. Nos prometen soluciones, pero aquí seguimos esperando. Y ya no podemos esperar más”, dice.
Hace ya dos años, una crecida del arroyo Yaucha se llevó el cilindro que hacía las veces de puente para este poblado. Desde entonces, los habitantes del barrio Los Alamitos -en el secano sancarlino- deben cruzar la corriente arruinando sus vehículos y con el riesgo de ser arrastrados por la misma. Lo peor es que cuando el río crece quedan totalmente aislados y a merced de que surja alguna emergencia que no pueda a ser atendida.
Los pobladores saben -a fuerza de padecerlo- que el término ‘aislados’ no es una exageración. La pasarela peatonal que hoy tienen (la única vía segura para sortear el Yaucha) se construyó tras un suceso que bien podría haber terminado en tragedia. Hace siete años, una vecina que padecía una enfermedad crónica presentó una crisis y la ambulancia no pudo ingresar.
La mujer y un niño que tenía fiebre fueron rescatados varias horas después y llevados al hospital con un helicóptero de la Policía. Cuando el hecho tomó estado público, una edil de entonces (Isabel Castillo) gestionó edificar la pasarela.
Pero no ha pasado lo mismo con el puente. Las más de 20 familias que viven en el lugar (algunas de manera permanente y otras en casas de fin de semana) quedan sin acceso a las cuestiones básicas, cuando el arroyo viene con furia o se resignan a deteriorar y oxidar sus autos al pasar por el badén que hizo el municipio como única alternativa al puente roto.
“El problema es que somos pocos votos. Lo he comprobado toda mi vida con diferentes situaciones. Residir aquí es una elección de vida, pero hay gente que no podría sobrevivir lejos y el puente es la vida del lugar”, opina Iris Granda, conocida como Doña Nena.
La mujer es una voz autorizada de la comunidad. Llegó al pedemonte sancarlino a los 12 años, cuando su papá fue de encargado a un campo. Por más de 30 años trabajó como agente sanitario en la zona, recorriendo esta geografía difícil en sulky o a caballo para hacer controles y llevarle a las familias desde remedios y noticias hasta semillas para sus huertas orgánicas.
“La camioneta que ve ahí es fruto del esfuerzo de toda una vida y no sabemos cuánto nos va a durar”, se lamenta la ‘enfermera de los puesteros’. “Acá somos curtidos, aguantamos los palos que se vengan”, dice. Es su forma de explicar el por qué los lugareños pierden tierras por no saber de leyes o por qué sus nietos deben salir a las 6 a la ruta en pleno invierno para esperar el transporte escolar, que no se anima a pasar el río.
La Municipalidad intentó arreglar el puente hace dos años, pero una nueva creciente se lo volvió a llevar. Entonces, y como estrategia personal, un privado construyó una estructura provisoria de troncos y le puso un candado. Algunos, que pueden, se arriesgan a cruzar por allí. “Parece una simpleza, pero el no tener paso complica todo”, señala David Sosa, otro poblador.
La Unión Vecinal de Los Alamitos viene realizando distintas gestiones para solucionar la situación. En diciembre, entre todos los vecinos reunieron dinero para adquirir una plataforma metálica, pero no podían costear la construcción de las bases. Ahora, piden al Ministerio de Infraestructura que les preste maquinarias para levantarlas.
La solución parece estar cerca. Marcelo Toledo, el titular de Hidráulica de la provincia, dijo que no han realizado la obra por falta de presupuesto, pero que ahora la incluirán en el financiamiento por riesgo aluvional. “La obra cuesta 774 mil pesos y se estaría iniciando en abril”, prometió el funcionario.
Por su parte, Walter Gali, director de Obras de San Carlos, dijo que este barrio aparece como privado en los registros municipales y apuntó que le dieron un subsidio a la unión vecinal para la construcción del puente.
Idílica, pero inaccesible
Éste es uno de los bellos paisajes que ofrece el sur sancarlino, a pocos kilómetros de la reserva Laguna del Diamante. Un puñado de álamos pequeños dan nombre a este paraje, que es conocido como La Isla por haber quedado entre el arroyo Yaucha al este y el
Papagayos, al oeste. El primer afluente es el que debe sortear esta comunidad para llegar a la ruta 101 (vieja 40) y de allí tener acceso a los servicios elementales para un ciudadano (educación, salud, comercio, sitios sociales).
En el lugar residen cerca de veinte familias, unas doce que lo hacen de manera permanente y el resto tiene casas de fin de semana. Fue un barrio impulsado por el recordado intendente Natalio Firpo a fines de los ‘90, como una forma de contener a los puesteros y a sus hijos para que no abandonaran el secano. Lo concretó a través de la entidad Juventud Sancarlina, pero con el tiempo algunos privados adquirieron terrenos y levantaron allí sus casas de fin de semana.
“La falta de puente frena el progreso de este lugar tan bello”, dice Guillermo, un turista que suele recorrer esta zona asiduamente. Al lugar no pueden ingresar camiones con materiales de construcción, ni ambulancias, ni vehículos bajos, etc.