Caminando con la mirada atenta, así andan por la vida. Incomprendidos y solitarios. Silenciosos y taciturnos. Aislados.
En general, buscan refugio en los espacios abiertos. En las reuniones sociales suelen estar en algún rincón alejado, acompañados de un vaso o un cigarrillo. Los peloteros infantiles suelen ser cámaras de tortura para ellos. Prefieren los encuentros íntimos y sigilosos. Miran y a veces sonríen ante algún comentario al pasar. Educados y corteses se disfrazan entre la multitud. Son imperceptibles para el mundo.
Muchos creen que se burlan de los demás, otros no entienden su padecimiento o se ríen de ellos y la mayoría ni siquiera advierte su condición.
Detrás de su “no entendí” o “me puede repetir” algunos leen una especie de mente retorcida que se entretiene con la reiteraciones del interlocutor.
No saben que desde hace años no escuchan el canto de los pájaros ni las gotas de lluvia romper contra el piso.
Muchas veces un zumbido los acompaña las 24 horas haciendo irreconciliable el sueño y cambiando hasta al más dócil en un ser uraño e irritable.
No hay pistas que delaten su discapacidad. Parecen completos: no hay vendas, ni muletas, ni bastones, ni cicatrices, ni pañuelos, ni prótesis, ni pelucas ni sillas de ruedas. Un gran porcentaje tampoco utiliza las señas. Simplemente, sufren una deficiencia auditiva, lo que comúnmente se conoce como sordera.
Aprendieron a vivir escuchando fragmentos, reconstruyendo con recuerdos y adivinando las palabras que salen de los labios como suspiros vacíos. Según la Organización Mundial de la Salud, la sordera es la pérdida total o parcial de la audición en uno o ambos oídos. Es importante diferenciar la hipoacusia de la sordera. En la primera la pérdida auditiva es menor a 90 decibelios y en la segunda, la pérdida auditiva supera ese umbral de audición.
El mismo organismo internacional estima que actualmente 466 millones de personas en el mundo sufren problemas auditivos de los cuales 34 millones son niños. El número no es menor, si se compara con los 360 millones de casos que se registraban hace 5 años. Y la cifra es aún más alarmante cuando se hacen proyecciones a futuro. La OMS asegura que 900 millones de personas padecerán sordera en 2050.
La pérdida de audición afecta a quien la padece de múltiples maneras. Tiene un impacto importante en las habilidades comunicativas, en las capacidades sociales, de aprendizaje y de trabajo, a la vez que contribuye al aislamiento social y a una mayor sensación de soledad. A veces cuesta entender al sordo. Porque antes escuchaba, porque parece que “te está tomando el pelo” o que “escucha lo que quiere” o “no presta la suficiente atención”.
No es fácil lidiar con las personas con discapacidad auditiva. Generan impotencia y malestar a su alrededor.
Pero a veces hace falta un poco de empatía. Apagar la radio y el televisor, hablar de a uno, mirarlo a la cara para que lea los labios, hablar pausado y modular bien. Tener paciencia. Repetir las preguntas, repetir las anécdotas, repetir los enunciados. El sordo no está bromeando, no está enojado, no es idiota, simplemente no escucha.