Como cualquier estudiante, nosotros no teníamos un peso. Cuando nos enterábamos de alguna inauguración, la muestra de algún artista, íbamos, no tanto por el arte sino para aprovechar el brindis que hacen al final y tomar algo.
Después de repetir un par de veces nuestra estrategia del escabio gratuito, notamos que no éramos los únicos reiterativos en esto. Sí, la gente es más o menos la misma en estos círculos, pero no era eso.
Habíamos notado un grupo de señoras fácilmente identificables, y a la vez no tanto; no teníamos tan nítida su imagen, pero estábamos seguros de que ellas siempre estaban por ahí: mayores de sesenta, maquillaje a granel, bijou gigantesca, sombreros negros y pañuelos de colores, suelen usar guantes. A primera vista un grupo de señoras elegantes, amantes del arte, seguramente. Están en cuanto evento cultural se inaugure, son las primeras en llegar, saben los horarios y las fechas de todas las presentaciones de libros, inauguraciones de galerías de arte, conciertos de la orquesta y apertura de salas culturales. Lo saben todo, manejan más información que los periodistas de la provincia todos juntos. Tienen una característica en particular: son soldados de primera línea en la mesa de los sanguchitos, no perdonan un canapé, el vino lo dejan pasar, aunque a veces toman un copa, sólo por disimular. Inmediatamente después de que se acaba la comida desaparecen. No dejan huellas. Nadie las conoce. Sus nombres no figuran en ninguna lista, ni en ningún catálogo, pero ellas están en todo.
Con Julio decidimos investigar. Empezamos a preguntar, todos sabían de qué hablábamos pero nadie pudo precisar datos. Ninguno de nuestros compañeros de la facultad de Artes las conocía. Bueno, las conocían pero no las conocían. Todos sabían quiénes eran, y no. Al principio creíamos que la diferencia de edad nos dejaba fuera de ese círculo:
-Si fuéramos más grandes serían nuestras amigas.
Me decía Julio. Yo no estaba tan seguro de que fuera así, no les veía pinta de que hubiesen sido estudiantes de arte.
-Bueno, quizás sean escritoras, viste que todas las escritoras mendocinas son viejas y feas.
Esa opción cerraba mejor. Los poetas también suelen ser unos muertos de hambre que van a las presentaciones a chupar gratis, pero no, esa idea tampoco me convencía del todo. Además no estaba de acuerdo con eso de las escritoras. A mí siempre me gustó Bellessi.
-No, ¿no has visto que no llevan libros? Tampoco hablan con los escritores o pintores que están en las presentaciones. Aparte no caminan como escritores y casi no toman.
Nunca eran protagonistas, ellas sólo estaban ahí, en todos los eventos, no se pierden ninguno.
Definitivamente tampoco eran del ámbito de la música. Ése no era el target que manejaban. Eran más bien de un perfil bajo, nunca llamaban la atención; si se las miraba saludaban amablemente con un gesto y se iban. No llevaban instrumentos, partituras o discos. En realidad nunca llevaban nada más que lo puesto.
Nosotros empezamos a sospechar. Dejamos de ir por el vino y empezamos a ir por intriga. Habíamos decidido investigar, las íbamos a estudiar, observar y, si fuera necesario, les íbamos a hablar.
Comenzamos a preguntar a profesores, artistas, compañeros más grandes, a algunos escritores que conocíamos y también a los músicos. Nadie sabía nada. Decidimos ponernos serios, investigar de verdad. Empezamos a juntar artículos periodísticos, revolver en las notas, buscar en los diarios, páginas de Internet, revistas de arte y todo lugar donde hubiera algún registro de los asistentes a estos eventos. Finalmente fue en el archivo del diario Los Andes donde las encontramos. Estaban entre la gente, como de fondo en una foto. Era la apertura del Museo Regional. Las distinguimos claramente, eran ellas cuatro, solas, como siempre, con sus sombreros negros y pañuelos de colores. No lo podíamos creer, esa foto tenía como setenta años y ellas estaban igual que ahora.
-¿Viste? ¡Están iguales!
-Sí?
-Pero ese museo es re viejo, mi abuela me contaba que iba.
Nos quedamos callados. No sabíamos qué pensar. Seguimos buscando, quizás era la foto, o nos habíamos equivocado, o no había sido hace tanto.
-Y bueno, capaz que siempre fueron viejas.
-No, no puede ser, a ver? fijate bien ¿Qué fecha tiene el evento del diario?
-?
-No lo vas a poder creer, mirá:
El Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas "Juan Cornelio Moyano" es uno de los más antiguos del país. Su antecedente inmediato fue el Museo de Historia Natural, creado por el primer gobernador constitucional de Mendoza, el Coronel Mayor Juan Cornelio Moyano, el 9 de marzo de 1858.
Ese museo poseía piezas propias de las ciencias naturales y de las ciencias del hombre, pero lamentablemente quedó destruido por el terremoto que asoló la región el 20 de marzo de 1861.
Recién el 15 de abril de 1911, por Resolución Nº 69 emanada de la Dirección General de Escuelas de la Provincia, se crea el Museo Central Regional.
-Abril de 1911, y están igual que la semana pasada.
-No vamos a negar que se mantienen bien.
-Sí, o?
-¿O qué?
-O están muertas.
-Muertas no están, si nosotros las vemos, y no sólo nosotros, muchos nos han dicho que las han visto, que saben de qué hablamos cuando les hemos preguntado.
-Bueno, muertas no están. Pero algo está mal.
-Para mí que están pasadas de Ginseng.
-No seas boludo, un antioxidante no te mantiene igual por tanto tiempo.
-Ya sé, era un chiste.
-No sé si quiero averiguar más.
Esa noche fue complicado dormir. No podía pensar en otra cosa, aunque tampoco quería hacerlo. Dormía de a ratos, me despertaba asustado, soñaba con sanguchitos de miga y gente que se mezclaba entre sí, como los de jamón y los de queso. Terminé haciendo unos bocetos sobre ?La condesa Sangrienta'. Con Julio teníamos la idea de hacer un cómic sobre la historia de Madame Báthory, aunque lo único que habíamos leído era el texto de Pizarnik.
A la tarde nos juntamos de nuevo en la facultad, Julio me dijo que a la noche inauguraban una muestra de Scafati en los galpones de la Nave Cultural.
-Es nuestra oportunidad, seguro que van a estar.
No le iba a decir que me daba un poco de miedo, el lugar es oscuro, hay muchos rincones perdidos en esos galpones, y en invierno a la noche no hay mucha gente en el parque. Pero tenía razón, era la oportunidad.
-Bueno, dale. A las nueve en la puerta de atrás.
Entramos a la muestra, era cómo temía, oscuro y grande, con mucha gente. Algunos cuadros hacían referencia a Poe y otros a Kafka. Más oscuro no podía ser. Esperamos a que la mesa del copetín estuviera lista, nos quedamos cerca de ahí, hasta que las vimos. No podía fallar, estaban ahí, rondando entre la gente. Era de esperar, no había nada nuevo en su proceder, pero ahora nos daba una sensación rara. Empezaron a comer, la gente charlaba entre sí, nosotros mirábamos desde una distancia prudente y esperábamos. No sé qué esperábamos, pero estábamos como congelados. No pasó mucho hasta que los sanguchitos empezaron a terminarse.
-Es ahora, yo voy y les hablo.
-¡No!, ¿Qué hacés?
-No me voy a quedar con la duda.
-Bueno, está bien, vamos.
Pero cuando nos empezamos a acercar a la mesa, vimos cómo se iban, parecía que se desvanecían entre la multitud, como una neblina que se dispersa en la mañana. La noche estaba muy cerrada, la luna apenas se vía. Las seguimos, no sé cuándo acordamos que íbamos a hacer esto, o si lo hicimos, pero lo cierto era que íbamos tras ellas. Las alcanzamos a ver cuando salían por una de las puertas del costado, cruzaron por el parque hacia la zona que no está construida y entraron en uno de los galpones abandonados del ferrocarril.
Entramos, estaba todo oscuro, no se veía nada. Todo negro. Sólo escuchaba un murmullo muy despacio, como la respiración de un animal. De a poco los ojos se me fueron acostumbrando a ese galpón donde la luz casi no entraba y la imagen se fue configurando, aunque hubiera preferido que no.
Pude ver cómo cerca mío las cuatro figuras desarmaban a mordiscos lo que hasta hace poco era mi amigo Julio. Apenas unos segundos y no quedaba nada. Estaban ahí, a unos metros, podía oler la sangre cuando quise salir y una de ellas volteó su cabeza hacia mí, como si fuera el último sanguchito de la bandeja.