Es primavera, renacen las cosas, la vida, llena de vida, estalla nuevamente y se puebla el aire con las golondrinas, en el campo se advierten las mariposas, pinceladas de colores del aire, los árboles vuelven a llenar sus copas para brindar por el resurgimiento.
Regresa el verde con todo el significado que tiene ese color para la vida.
“Si lo verde tuviera otro nombre, debería llamarse rocío”, dice el queridísimo Armando Tejada Gomez en una de sus zambas más emblemáticas: “Zamba del laurel”. El verde siempre fue aliado de la vida. Verde es la naturaleza, verde es la esperanza, lo que crece es verde, primavera es verde y son verde son los mapas cuando indican vegetación.
Pero no es solamente una ligazón intelectual, es también sensitiva, de los sentidos. Cuando estamos rodeados de verde, cuando vemos verde, cuando nuestros ojos se llenan de verdor, comienza a funcionar en nuestro interior un código de placidez, de bonanza, de bienestar. Cuando vemos verde vemos algo bueno.
Entonces en el interior, dicen que en el marulo, donde se resuelven los sentidos, ocurren cosas que nos reconfortan. No nos damos cuenta porque la habitualidad nos lo hace pasar desapercibido pero para el cerebro no, ver verde es mandarnos un buen mensaje de optimismo.
A veces pasamos días enteros, por no decir semanas y meses lejanos del verde, encapsulados en una oficina, un taller, un recinto magro en donde cada una de nuestras miradas nos devuelve hostilidad. La monotonía se sienta como una señorita malhechora en la sillita de nuestros sentidos.
Lo que vemos nos predispone a no ver lo bueno, nos condiciona a ser como eso que nos rodea, muebles y papeles en una oficina, máquinas y herramientas en un taller, cemento y asfalto andando por el centro.
¿Se acuerdan de Baldomero Fernandez Moreno? Setenta balcones y ninguna flor. Yo he llegado a contar más de cien sin un verde, un minúsculo verde que le de noticias de la vida a la vida.
En Mendoza el verde es casi un milagro, si no fuera porque los hombres tuvieron mucho que ver. Cada verde en Mendoza es un monumento a la fe. Aquel que regaba cuando la plantita era minúscula ya estaba pensando en su estallido de verde de futuro.
¿Por qué piensa usted que la gente del campo es de otra forma, más apacible, más amable, más diáfana? Puede haber muchas explicaciones pero una de ellas es el verde.
Salir a encontrarse con el verde en los alrededores, en las plazas, en los parques, caminar por él, aprehenderlo en cada mirada, puede ser una buena terapia sin recetas y sin divanes. Ahí está, esperándonos, él sabe que está para nosotros y se da enteramente verde. Puede ser una contigencia del día para que nos saquemos de los ojos tanta rutina, para pegarnos un baño de esperanza.
Dele de beber verde a su mirada. Acuérdese otra vez del Armando cuando decía: “Si lo verde supiera tu nombre / la ternura no me olvidaría / porque viene de vos puro y simple el verdor / como el simple verdor de la vida / Déjame en lo verde / celebrar el día / porque por lo verde / regreso a la vida”.
Ahora avanzá, distraído, el semáforo ya se puso en verde.