Lo que Roberto Vélez nos dejó

Lo que Roberto Vélez nos dejó
Lo que Roberto Vélez nos dejó

Me unió a Roberto Vélez, íntegro hombre de la izquierda y verdadero militante social, una amistad sin fisuras, anclada en el debate sincero, franco, sin hipocresías, a lo largo de muchos años. Todos saben que soy de “extremo centro”, alejado ideológicamente de la izquierda y alejado moralmente de la derecha.

Con esas convicciones teóricas leí el último libro de Roberto Vélez, que tuve el honor de presentar. Se titula El Profesor Gómez y es una crónica llena de reflexiones sobre el accionar de este “profesor” en distintos ámbitos, muy especialmente en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo, y en ámbitos castrenses y da lugar al entrecruzamiento o solapamiento de voces y miradas, que nos confrontan con preguntas que no siempre pueden recibir una respuesta sencilla.

He sabido que en el Museo de la Resistencia de Amsterdam los visitantes deben ver obligadamente un video antes de ingresar. El objetivo es confrontarlos con situaciones reales que vivieron los habitantes de esa ciudad bajo la ocupación nazi, e incitarlos a responder qué habrían hecho en esos contextos, partiendo de tres opciones: colaborar, adaptarse o resistir. La pregunta se repite durante la visita, en diferentes ocasiones, siempre frente a situaciones reales.

El libro de Roberto, de igual manera, nos confronta con esas preguntas complejas: ¿Cómo juzgar los grises de las complicidades? ¿Cómo juzgarlas moralmente, políticamente, penalmente?

Roberto condena las conductas de colaboración o de complicidad criminal manifiesta. A la vez que elogia las escasas oposiciones, da cuenta de ellas y de la amplia zona gris que media entre una y otra visión, a fin de que el lector pueda interrogarse sobre las motivaciones y las opciones morales que pueden entreverse detrás de aquellas conductas.

Creo -tomando una frase de Hannah Arendt en el prólogo de Los Orígenes del Totalitarismo- que lo más importante en la vida es comprender “qué sucedió”, “por qué sucedió” y “cómo pudo suceder”. Es lo que trata de explicarnos Roberto al extender la culpabilidad criminal a sectores civiles implicados en la dictadura pasada.

Cómo juzgar a quienes transitaron esa ancha franja gris sigue siendo para mí la gran pregunta que nos deja el texto de Roberto. No es que nunca me haya hecho la pregunta sino que celebro que Roberto, una y otra vez, nos traiga el tema a colación. Me siento huérfano todavía de sustentos teóricos para dar respuesta a ese interrogante.

Sólo algunos textos como los de Karl Jaspers, Hannah Arendt o el del gran filósofo argentino Carlos Nino pueden guiarme en el arduo camino de encontrar una respuesta a las preguntas: ¿Qué habría hecho yo en esa situación? ¿Qué habría hecho, de haber sido juez, o secretario o fiscal o abogado o funcionario académico o un simple empleado judicial?

¿Qué hubiera sido resistir? ¿Renunciar a formar parte de la Justicia? ¿Renunciar al claustro académico? ¿Arriesgar la vida presentando hábeas corpus de desaparecidos, de militantes de Montoneros o del ERP desaparecidos? ¿Investigar las desapariciones? ¿Hasta dónde? ¿Qué alternativa, otra que el martirologio, había para la resistencia dentro de muchas profesiones y/o ámbitos laborales?

Mientras leía no podía ocultar mi asombro acerca de quienes se dice que “resistieron” cuando en realidad lo que tuvieron fueron comportamientos anclados en pensamientos teóricos claramente antidemocráticos, muchos de los cuales pasaron a ejercer el innoble trabajo de ser dobles agentes, como es el caso de Horacio Verbitsky (comprobado doble agente) o el caso del ex juez de la CSJN, Eugenio Zaffaroni. Me dio vergüenza ajena.

¿No deberíamos preguntarnos cómo juzgar, sin complacencia moral pero con seriedad y honestidad, las gradaciones cromáticas que separan esa amplia zona gris que se extiende entre los casos de culpabilidad criminal indudable y la resistencia sin grises?Frente a esas preguntas, Roberto nos muestra sus formas de resistencia individual pura, ancladas en sus sólidas convicciones morales.

No es lo mismo haber torturado que haber cerrado cobardemente los ojos. No es lo mismo justificar la tortura y la desaparición que intentar justificar la propia cobardía o asumir el propio temor. No es lo mismo haber aceptado integrar la Corte Suprema que haberse resignado a jurar por los Estatutos del Proceso.

No es lo mismo haber visitado los campos de exterminio, ni haber participado de asados de confraternidad con los altos rangos militares, ni haber hecho pagar las costas a los familiares, que haberse negado, por miedo, a presentar el hábeas corpus de un amigo desaparecido.

Estos fueron algunos de los obligados debates que animaban nuestros encuentros. Tiendo a creer que la comprensión cabal de las complicidades y complacencias civiles debe incluir la pregunta sobre las opciones que quedaban a aquellos que no deseaban ser cómplices pero tampoco estaban dispuestos a convertirse en héroes o mártires.

Es indispensable ampliar la mirada sobre los años setenta; en ese sentido, celebré muchísimo la aparición del último libro de Roberto.

Pero al leerlo tuve y tengo resquemor frente a la tendencia a juzgar con demasiada seguridad moral, y con demasiado entusiasmo punitivo, la acción de quienes formaron parte de aquella amplia zona gris, repartiendo culpas y absoluciones que muchas veces no son sino la capa superficial de nuestras opciones políticas.

Desde una óptica ya totalmente personal, digo que debemos estar dispuestos a interrogar la responsabilidad de quienes participaron de organizaciones que declamaban y ejercían la violencia como medio para la acción política, y que contribuyeron -por nuestra acción u omisión- a la depreciación de la democracia y de la ley.

Pues cuando se desencadenó el terror criminal del régimen militar, gran parte de la sociedad civil se tapó los ojos. En esta ampliación de la mirada debemos interrogarnos sobre nuestra responsabilidad moral y política.

Ése fue el legado de Roberto que nos ofreció y ofrece en su último libro, donde queda claro el daño personal que sufrió en aquellos durísimos años, como así también la total indiferencia que sufrió en democracia por parte de instituciones que debieron reparar esas heridas, como por ejemplo la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

Roberto fue un militante social maravilloso. Militante barrial en su amado Ujemvi; militante estudiantil y académico en su ingrata facultad; militante ambiental con éxitos como el retiro de Cuyo Placas. Integral e íntegro, la democracia le debe reconocimiento. Ése es mi sentir a pocos días de su partida.

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