Lo que “Pose” te da, “Maniac” te lo quita - Por Patricia Slukich

Una mirada sobre los aciertos y desaciertos de estas dos series recientemente estrenadas.

Lo que “Pose” te da, “Maniac” te lo quita - Por Patricia Slukich
Lo que “Pose” te da, “Maniac” te lo quita - Por Patricia Slukich

Blanco y negro, grieta, de un lado o del otro. No siempre los polos opuestos son malos, y este es el caso. Porque para entrenar la percepción y el gusto por el lenguaje audiovisual vale el contraste entre productos que se venden como la panacea.

Hoy elegimos dos series que estrenaron en Argentina recientemente. Una de ellas es “Pose”, lanzada por Fox Premium en sus señales televisivas y su plataforma de streaming. La otra es “Maniac”, producida por Netflix para deglutir enterita en sus diez episodios. Y, tal como anunciamos en el título, lo que “Pose” te da, “Maniac” te lo quita.

¿Y qué sería eso? Pues la hipnótica fluidez de la percepción que permite la emoción de una platea.

Es que en “Pose” los guiones y la puesta están tan bien hermanados que cada capítulo se convierte en un precioso, y medido, opus nostálgico sobre lo que el mundo comenzó a ser allá por los 80.

Mientras que en “Maniac” la supuesta “necesidad” de “creatividad de alto impacto” la vuelve desmesurada y, por ello, inasible.

Un baile para vivir

Respecto a “Pose” primero hay que contar que la trama hace pie en un atractivo momento histórico que ya probaron con gran éxito artístico, desde otras perspectivas, primero “Vinyl” de Martin Scorsese y Mick Jagger -una gema valiosa muy poco apreciada por el público- y luego “The Deuce”, producida por James Franco y Maggie Gyllenhaal.


    “Pose”, una historia simple con belleza e impacto visual y sonoro.
“Pose”, una historia simple con belleza e impacto visual y sonoro.

Ese momento es el Nueva York entre principios de los 70 y finales de los 80. En ese centro del mundo imperialista se fue gestando la cultura occidental que hoy se ha pulverizado en la subjetividad. En “Vinyl” fue a partir del mainstream discográfico y los conciertos a puertas cerradas y pura cocaína. En “The Deuce”, la semilla de la industria porno que pasó de las calles a las cabinas de autosatisfacción.

“Pose”, en sintonía con estas series, especialmente en su puesta en escena y dirección de arte, hace foco en la cultura del “ballroom”: espacio iniciático para el posterior despliegue de la comunidad LGBT.

La trama cuenta la historia de varios personajes gays y trans, reunidos en casas maternales que compiten entre sí en el “ballroom”. Y es ese espacio de encuentro el que, de manera centrífuga, va disparando anécdotas personales para referir problemáticas propias de ese mundo: discriminación, sida, soledad, promiscuidad, pobreza.

“Pose” tiene, además, un documental antecesor, premiado en Sundance y dirigido por Jennie Livingston en 1990, que recomendamos ampliamente (está en Netflix): “Paris is burning”. Allí quedan expuestos los gestos culturales, idiomáticos y de ghetto que en “Pose” encuentran belleza visual y musical para el despliegue.

Claro, la serie de Ryan Murphy tiene un esplendor (en la banda sonora, en el vestuario, en la fotografía) que en el documental se vuelve sórdido; y un guión más ligado con “Fama” y sus mensajes aleccionadores y edulcorados que con el crudo realismo de “Paris...”. Pero el tránsito es fluido y atrapante: hasta se suma el detalle marketinero de los “subtítulos inclusivos” para el mundo hispanohablante.

Más que loco, enredado

“Maniac”, al contrario de “Pose”, es un producto mañoso, rebuscado; un mejunje, tanto en la puesta como en los guiones. Porque tiene la pretensión de abarcarlo todo: la maestría narrativa dramática, sonora y visual.

Pero si bien la cantidad de millones invertidos en ambas producciones pueden parecerse, en esta serie dirigida por Cary Fukunaga (“True detective”) esos dólares no están tan bien aprovechados.


    “Maniac”, una trama surrealista que desborda por todos lados.
“Maniac”, una trama surrealista que desborda por todos lados.

Un montón de caché para dos oscarizados que hacen muy bien su trabajo: Emma Stone y Jonah Hill. Pero no es suficiente. Porque Fukunaga convierte a la historia de “Maniac” en un engendro que cruza aires de “Black mirror”, con cientos de intertextualidades en plan “James Bond”, épicas tipo “Vikings”, “Belleza americana” y podríamos seguir.

La idea es un planteo surrealista que hace pie en un tratamiento psíquico experimental al que se someten los dos protagonistas. Cada episodio es un viaje mental. Pero el resultado final es caótico, poco amigable desde lo perceptivo, rebuscado y recargado al extremo (hasta hay cruzas de PC vintage en un presente ultratecnológico, ¿qué necesidad?).

Toda esta pesadilla “kafkiana” que transitan Stone y Hill no cala profundo en sus personajes. Todo queda en la superficie: mucha forma y poco sustento, porque el proyecto es ambicioso. Contar tanto, con tanto, desoye la sabia consigna de “menos es más” para el lenguaje audiovisual y aturde a las audiencias que quedan frías ante tanto “tormento”.

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