Los sucesos de Bolivia, como los de Venezuela y Chile dan lugar a discusiones bizantinas y enredos semánticos, porque parece, que, tanto de uno o del otro lado de la facción a la que se adscribe, no se quiere asumir que al pan hay que llamarlo pan.
Si un comandante del ejército le sugiere renunciar al presidente constitucional, eso es un golpe de Estado aunque ese comandante no asuma el poder.
Como no es un golpe, cuando el Congreso destituye mediante el mecanismo del juicio político a un mandatario como fueron los episodios que llevaron al cese en el gobierno de Dilma Rousseff.
Ahora bien, por el otro lado, si un presidente logra desconocer un plebiscito que le impide la reelección y lo logra porque una Corte dependiente declara inconstitucional la Constitución, ese presidente también hace un golpe y hace otro golpe si comete fraude en las elecciones.
El señor Evo Morales es, tal vez, el mejor presidente que ha tenido Bolivia desde los tiempos del Mariscal Andrés de Santa Cruz. Dicho sea de paso, el Mariscal Santa Cruz era hijo de una español y su madre indígena, por eso Juan Manuel de Rosas lo trataba del cholo, el cuico o el cacique, mostrando el dictador porteño de ojos celestes y pelo rubio, que el racismo es una enfermedad muy añeja.
El que esto escribe estuvo en Bolivia como observador electoral en 2005 durante las primeras elecciones que ganó Evo Morales y pudo observar el fracaso de sucesivos gobiernos en mejorar las condiciones de vida de su pueblo a pesar de las enormes riquezas de sus cerros y la fertilidad de sus llanuras del oriente boliviano.
Bolivia con Chile han sido los países más exitosos en avanzar en el desarrollo económico en los últimos 15 años. Una inflación del 2% anual, reservas en divisas que duplican las argentinas y depósitos en los Bancos que también duplican los que existen en nuestro país en relación al PBI.
El incremento del precio de las materias primas se ha invertido en infraestructura y mejoras sociales y una drástica reducción de la pobreza en el país del altiplano, al que se agrega la incorporación en el oriente a la producción agropecuarias de dos millones de hectáreas nuevas y por supuesto sacar de la marginalidad política a las inmensas mayorías indígenas.
Es que para entender Bolivia se debe tener en cuenta que además de las diferencias territoriales, existen culturas diversas. El sesenta por ciento de la población es indígena, a su vez divididos entre aymarás y quechuas, Otro tercio son los cholos o mestizos. En cuanto a las minorías blancas son diferentes las del altiplano de viejo origen hispano a las migraciones europeas del siglo XX afincadas en el próspero Oriente cuya ciudad principal es Santa Cruz de la Sierra.
Los éxitos de Evo Morales se empañan al haber incurrido en el mal latinoamericano de no atenerse a las reglas y de creerse indispensable. Con la reforma de la Constitución que habilitó una reelección, vino luego la imposición de no contar el primer mandato por haber sido elegido con la Constitución anterior, atropello institucional similar al que hiciera en Córdoba el gobernador radical Eduardo Angeloz y que intentara Zamora en Santiago del Estero, aunque en este caso lo frenara la Corte Suprema.
Evo Morales, vedado un cuarto mandato, pretendió que un plebiscito lo habilitara, y al perderlo buscó y logró el voto para la nueva reelección por parte de la Corte Suprema de Justicia por él designada.
En síntesis un gobierno eficaz pero con atropellos institucionales a lo que se agrega el fraude electoral confirmado por el informe de la OEA que da cuenta de las irregularidades en el proceso electoral.
En esta región debemos aprender todos que hay reglas para respetar si queremos lograr o preservar la convivencia civilizada entre los distintos grupos sociales y los intereses diversos de unos y otros.
Por eso es lamentable que un sector de la opinión condene solamente a Maduro y no admita que hubo un golpe en Bolivia. O que por el otro lado, se evite condenar a una dictadura sanguinaria como la de Venezuela y su sistemática violación de los derechos humanos.
Hay que reconocer que, conocido el informe de la OEA que demuestra las irregularidades electorales cometidas por el Tribunal Electoral, el presidente Morales resolvió remover al tribunal electoral y convocar a nuevas elecciones. Esa era la salida a la crisis, teniendo en cuenta que el mandato presidencial vence en enero del año próximo.
Las declaraciones y hechos violentos perpetrados por extremistas de ambos bandos preocupan y deben llamar a la moderación a los líderes regionales para que influyan en la dirigencia de todos los grupos de Bolivia a fin de encausar la crisis en canales pacíficos para no agravar una grieta que no es sólo política, sino también territorial, étnica, cultural, productiva y demás.
Si algo está demostrando la historia es que los enfrentamientos sangrientos solo traen más dolor, atraso y pobreza y agravan las divisiones prolongándolas por generaciones.
Por eso hay que abandonar prejuicios, preconceptos, o la creencia de que los buenos son siempre los afines.
Y entender todos, de una buena vez, que las reglas son para todos y que la alternancia en el poder es saludable para la fortaleza de las instituciones.