La semana pasada tuve la suerte de viajar a Mendoza para compartir con autoridades provinciales de un organismo local las buenas prácticas en materia de eficiencia en la administración de lo público. Paradójicamente, mientras esto sucedía, me tocó vivir una situación vinculada a mi vida privada que puso en evidencia, por el contrario, el deterioro institucional que vivimos en materia de salud.
Mi abuela sufrió una descompensación cardíaca y llamamos a emergencias de una de las obras sociales privadas para personal de dirección más conocidas del país. Mi padre relata que se bajó un chico inexperto quien le informó que no había cama disponible en ninguna de las clínicas u hospitales privados con unidad coronaria de la provincia, lo que terminó no siendo cierto. En el apuro ofrecieron llevarla a una clínica que en mayo de este año inauguró nuevas instalaciones, a la que llamo "clínica del porcelanato".
Si bien el porcelanato brillaba no había cardiólogo alguno. A este detalle se sumaron una serie de situaciones desafortunadas: ausencia de control en el ingreso, ningún director médico que comandara ni siquiera la terapia intensiva. A mi abuela le constataron ausencia de signos vitales por varios minutos y nadie nos dio un "parte", al punto que agarramos el teléfono y googleamos "síncope", "paro cardíaco".
Nos preguntábamos cómo la "clínica del porcelanato" había sido habilitada, por qué desde la obra social la habían derivado allí habiendo otras opciones disponibles, si nosotros nos sentíamos así de desprotegidos cómo hacían aquellos sin ningún tipo de cobertura ni el teléfono del gerente de la obra social para que enviaran una ambulancia con desfibrilador. Solamente después de agotar esa instancia la ambulancia llegó.
Había estudiado la reforma en la salud de los noventa, pero estaba viviendo sus consecuencias. Las clínicas y hospitales privados funcionan como un recubrimiento de porcelanato manejada por grupos corporativos que llevan a cabo independientemente sus funciones, donde los servicios de emergencia están a cargo de médicos recién recibidos sin acompañamiento, donde muchas veces primero está el lucro que el paciente, donde la falta de selección al ingreso en la carrera de medicina lejos de producir la admisión de estudiantes más humildes permite a los menos capaces de las clases medias y altas entrar a una carrera a la que no hubieran podido acceder de superar pruebas de suficiencia.
Gastamos fortunas en salud pública, privada y en obras sociales y recibimos malos servicios. La salud es en general noticia por la anécdota escandalosa, y raramente por una discusión de problemas de fondo. Tal vez porque está relacionada a situaciones penosas e ingratas o porque de algún modo tenemos conocidos médicos, en las obras sociales, los sindicatos o el Estado.
Entré a saludar a mi abuela y le conté lo bien que nos había ido en la Legislatura. Se le iluminaron los ojos. Tiene 92 años y nunca perdió la esperanza de ver un mejor país: más educado y más justo. Quisiera llegar a esa edad así, y por eso cuento mi historia.
Paloma Martín
DNI 32.316.341