Lo que el viento se llevó

De un país compuesto en 2011 por una mayoría oficial y una oposición atomizada, hoy la Argentina pudo reconstruir una nueva mayoría social que vino a competir contra la oficial, equilibrando con su triunfo de ayer una democracia que amenazaba con converti

Lo que el viento se llevó

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Con un porcentaje de apenas 23 puntos en 2003, el kirchnerismo ganó las elecciones presidenciales y desde allí no cejó en su intentó de dividir a la sociedad en dos partes enfrentadas. No lo logró pero nunca dejo de intentarlo, en particular cuando Cristina Fernández sucedió a Néstor Kirchner.

Ahora, con un cambio de signo político, quien gana lo hace por poco más de 50 puntos y quien pierde por poco menos de 50 puntos. Sin embargo, el éxito del nuevo presidente se verificará, a nivel cultural, si es capaz de reunificar a las dos mitades para acabar con toda intentona de hegemonismo donde los adversarios son enemigos, recuperando el pluralismo donde los que piensan distinto se enriquecen mutuamente con sus aportes en vez de llegar al extremo provocado por este gobierno por el que los argentinos se vieron impedidos de hablar de política en una mesa familiar y se insultaban en las calles por cuestiones ideológicas. Ahora, una sociedad que votó por mitades deberá reconciliarse o, mejor dicho, sus élites deberán, desde el nuevo oficialismo y desde la nueva oposición que posiblemente surgirá, construir un sistema democrático normal que, en vez de recurrir a la política de facción para acumular poder, lo acumule luchando contra ella.

Desde 2011, luego de ser reelegida presidenta, Cristina apostó todas sus fichas a la gestación de un partido único en el que ella sería la reina madre (recibió el bastón de mando de manos de su hija, con lo que quiso simbolizar una coronación) y, de haber ganado ayer, hubiéramos estado muy cerca de esa meta, con un presidente como Daniel Scioli al cual le hizo de todo para que asumiera lo más débil posible, representante de un peronismo que se mantuvo en humillante silencio frente a todas las afrentas que recibió de una supuesta jefa que siempre lo despreció. La idea fue que la única persona fuerte siguiera siendo Ella y que continuara ejerciendo el poder desde afuera con un Estado colonizado por sus fanatizados adherentes.

Sin embargo, para poder producir este parto contra natura, Cristina tensó en exceso la cuerda y condujo al peronismo a la derrota cuando después de las PASO estaba a dos puntos de la victoria. Pero fueron demasiados los errores cometidos por una presidenta más desesperada por acotar a los suyos que por lidiar electoralmente contra los ajenos. No hubo nadie sensato que le advirtiera que poniendo a Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires se arriesgaba a repetir el papelón peronista de 1983 con Herminio Iglesias, como efectivamente ocurrió. Lo obligó al sumiso hasta la indignidad de Daniel Scioli de sobreactuar un papel que no tenía nada que ver con su personalidad, con lo que devino no creíble tanto para los K como para los que, sin serlo, podían votarlo. Provocó inútilmente a un público hastiado con una secuela interminable (en cantidad y duración) de burdas cadenas nacionales con las que quería advertir que el centro del mundo fue, es y seguiría siendo Ella.

Los macristas hace meses que venían repitiendo que la única posibilidad que existía de ganarle al poderosísimo monstruo peronista teniendo en su poder solamente a Capital y una Mendoza radical aliada, era que un fuerte viento se lanzara a correr para su lado unificando la bronca de muchísima gente enervada con tantas provocaciones. Pues bien, entre las PASO y la primera vuelta ese viento se desató, mejor dicho lo desató Cristina cuando ya casi nadie esperaba que comenzara a soplar. Así, de modo imprevisto, ese 25 de octubre en la Argentina apareció imprevistamente una nueva mayoría social (que es mucho más que una mayoría de opositores sueltos o incluso que una alianza de compromiso entre partidos que si pierden se separan y si ganan se pelean, como pasó con la Alianza) que se gestó más en las bases que por arriba y que es la que permitió derrotar al kirchnerismo. Esa mayoría social apareció debido a dos cosas: una, por una buena estrategia seguida por la oposición donde Macri, Carrió y Sanz constituyeron un acuerdo político posible tratando de no reeditar los defectos de la Alianza. Y dos, al vendaval que gestó Cristina no tanto porque haya errado de estrategia sino porque le interesó mucho más mantener su poder personal que hacer que gane el peronismo.

Así, de no haber sido porque la oposición encontró una línea, un guión al cual atenerse y porque el oficialismo se dejó conducir por la vanidad de una persona, el viento no hubiera soplado y una oposición dividida le habría dejado al peronismo la posesión del país entero.

No obstante, existió un fenómeno más estructural al cual el viento unificó pero que se venía gestando desde 2008, que fue esta nueva mayoría social que también fue construida por Cristina, aunque a su pesar. Una mayoría social compuesta por todos aquellos a los que la presidenta denigró hasta el hartazgo a fin de tener un enemigo al cual culpar de las desgracias que su gobierno no dejó de cometer, sobre todo en su última presidencia donde su discrecionalismo no superó determinados límites porque en su lucha por constituirse, esa nueva mayoría social fue limitando la intentona cristinista de sustituir la democracia republicana por la democracia autoritaria.

Esa nueva mayoría social que gestó no al gobierno de Mauricio Macri sino al espíritu de cambio que se impuso sobre la continuidad en estas elecciones, tuvo como antecedente la lucha de la Iglesia del cardenal Bergoglio al cual, durante su presidencia, Néstor demonizó. La digna resistencia a esa infamia del que luego fuera Papa, fue fundamental en esos primeros tiempos. Pero la mayoría social realmente se comenzó a gestar cuando la clase media agraria se sublevó contra el intento K de querer acusar de oligárquica a esa nueva burguesía productiva del campo surgida al calor de las tendencias internacionales de intercambio, favorables al país. La continuó luego la lucha de la prensa libre por seguir siendo libre en vez de ceder a los cantos de sirena que la quisieron transformar en una inmensa y jamás vista caterva de burócratas rentados disfrazados de periodistas. Le siguió la Justicia independiente que impidió reformas totalitarias y que, como pudo, fue poniendo límites al poder.

Fue luego la clase media urbana que a lo largo y lo ancho del país se movilizó por cientos de miles en la lucha contra la corrupción. Hasta el peronismo disidente fue vital contra el propio oficialismo cuando a través de la ruptura con éste pudo frenar la re-reelección que busco Cristina hasta que debió cejar, en particular, debido a que la gran cantera peronista de la provincia de Buenos Aires le dijo que no en 2013, como ya le había dicho no a Néstor en 2009. Esa mayoría social también se gestó en la rebelde Córdoba donde los que votaron a un gobierno provincial peronista fueron los más despiadados críticos del modelo kirchnerista. O en Jujuy donde el norte argentino comenzó a mostrarse hastiado de los señores feudales o de los caudillos como Milagros Sala, que fueron prohijados por el poder para crear Estados dentro de los Estados. Y en la bien plantada Mendoza donde sus ciudadanos se cansaron de que sus gobernantes pactaran o se subordinaran durante la última década con centralismos que no cesaron de esquilmarlos por la docilidad mostrada.

Y así, entre todos, a pesar de que el gobierno intentó confundir a esta suma de expresiones con las viejas corporaciones, lo cierto es que lo que acaba de surgir en estas elecciones es una nueva mayoría social forjada al calor de las luchas contra los excesos del poder kirchnerista, quien a la postre fue el único corporativismo real que se formó en esta década, aquél compuesto por burócratas de sesgo stalinista, capitalistas amigos del Estado, patrones feudales, barones del conurbano y militantes rentados, vale decir operadores. 
Y así como Macri deberá esforzarse por representar auténticamente a esa nueva mayoría social que expresa mucho más que a su futuro gobierno, los peronistas deberán reconstruirse a partir de sus mejores expresiones, en particular de aquellas que en estos años de agachadas y corrupciones supieron resistir las tentaciones y mantener la dignidad.

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