Aunque las críticas no le han sido favorables, Werner Herzog insiste: porque es un prolífico creador que cuenta con más de sesenta títulos en su mochila de sucesos, y porque nadie puede quitarle el incuestionable título de referente del Nuevo Cine Alemán, o guía del cine contemporáneo europeo. En Argentina, los films que nos lo han convertido en ineludible, no deben ser mucho más de veinte: así de poco hemos visto a Herzog, así de olvidados estamos en la distribución de los bienes culturales en este mundo supuestamente pródigo en imágenes.
Y las reseñas a las que nos referimos se circunscriben a la nueva ficción que estuvo produciendo en los imponentes paisajes bolivianos del Salar de Uyuni: "Sal y fuego". "... es reconocible la locura de Herzog, esa tendencia hacia la desproporción y las conductas extremas de sus personajes... El problema de 'Salt and Fire', en todo caso, no son las impresionantes imágenes, que no necesitan de trucos digitales, sino el guión y los diálogos, siempre al borde –cuando no del otro lado– del humor involuntario", afirma el periodista Luciano Monteagudo en el diario Página 12.
La película es un thriller fantástico que tiene como protagonista a un actor de extraordinaria maleabilidad, como lo es Michael Shannon (el policía de "Boardwalk empire" o el indescifrable Bobby Andes de "Animales nocturnos").
La trama, de corte ecologista, vuelve a poner en evidencia el interés de Herzog por instalar a sus personajes en lucha filosófica con la naturaleza voraz ("Fitzcarraldo", "Cobra verde", "Aguirre, la ira de Dios" y más). No obstante en "Sal y fuego" el Amazonas peruano se vuelve desierto de sal boliviano. Y las impactantes imágenes (esa pura belleza límpida que extrae Herzog de sus fotogramas) despliegan la acción y tensión entre una científica secuestrada por el líder de una corporación responsable del desastre ecológico que ya está en ciernes; en tanto que todos los personajes (a Shannon lo acompañan Verónica Ferres y Gael García Bernal; entre más) sienten bajo sus pies la inestable amenaza de un volcán a punto de ebullición.
Más allá de los buenos o deficientes oficios del guión de este film, lo interesante es, nuevamente, la mirada de su realizador. Es que Herzog, seducido por el fuego de los volcanes (bien vale el tránsito por el documental que hizo para Netflix, "Into the inferno") y lo impensable de la sal, salta del brutal realismo del esclavista despiadado, a la fantasía casi alienígena de plantar acción sobre un mar blanco: lo que importa es la metáfora, lo que no se dice pero se muestra desde una cámara que nunca fue condescendiente, pero sí pródiga, con su espectador.
“El salar, para mí, no pertenece a Bolivia ni a nuestro planeta, es algo extraterrestre, es ciencia ficción, algo de las neblinas de Andrómeda, es un sitio lleno de sueños y fiebre, como la selva”, reproduce el diario El País al momento de citar una clase de Herzog en La Paz, Bolivia.
"La realidad no existe, solo porciones de la realidad, de percepciones, nuestra situación puede parecer confusa y deformada", dice la voz en off del tráiler oficial. ¿No está acaso en esas palabras, en esa idea de la Andrómeda mítica, implícita la índole de la película?