El mismo estadio que, hace diez días, se puso de pie para aplaudir a sus ídolos, hoy se volvió a levantar para despedir a los que ya son, y para siempre serán, sus héroes.
El 23 de noviembre, Chapecoense empató de local con San Lorenzo y así consiguió el logro más importante de su corta historia: la clasificación a la final de la Copa Sudamericana.
Hoy, cuando el cajón del arquero del arquero Danilo, figura de aquel partido, entró al estadio llevado por varios militares, pareció que en medio de un episodio y otro, de una semana a la siguiente, lo que en realidad había pasado era la eternidad.
El avión que llevaba al conjunto brasileño a Colombia, donde disputaría el partido más importante de su historia, cayó el lunes por la noche en las afueras de Medellín. Dejó 71 muertos. Cincuenta de esos cuerpos fueron velados hoy, al mismo tiempo, en el día más triste de la historia de la ciudad.
Desde temprano, se sabía que este sábado no sería un día más en Chapecó. “Hora de la despedida”, anunció en su tapa uno de los periódicos más importantes de la ciudad. Las filas en el estadio Arena Condá, para velar a los jugadores, integrantes del cuerpo técnico y dirigentes fallecidos ya eran extensas a las seis de la mañana.
Fue en esa hora cuando comenzó a llover. Y ya no volvió a parar. La garúa inicial se convirtió en llovizna, luego en lluvia, tormenta y al mediodía, cuando los cajones estaban por llegar al estadio,
Chapecó se frotaba los ojos para poder enfrentar la triste realidad bajo un incesante diluvio. El aguacero retrasó todo. Y el velorio, que se presumía para comenzar a las 9, acabó empezando después de las 12. Antes, tres aviones de la Fuerza Aérea Brasileña (FAB) habían transportado los 50 cadáveres, en sus respectivos ataúdes, desde Medellín hasta Chapecó. Luego, hubo una ceremonia de honra militar en la pista de aterrizaje. Y recién allí, los cajones fueron transportados, en camiones, al estadio.
A las 12.21 se escucharon sirenas desde el Arena Condá. Y cuatro minutos después, los primeros militares hicieron su ingreso al campo de juego. La tormenta, en ese momento, era cada vez mayor.
Entonces, cuando apareció el primer cajón, transportado por las férreas manos de varios soldados, el estadio se estremeció. Y por un segundo, también enmudeció.
Pero, al instante, repentina, fulminante, surgió de todas las bocas la música. Tres palabras retumbaron por un minuto en el Arena Condá. Y las lágrimas, que hasta allí sólo se acumulaban, empezaron a aflorar: “El campeón volvió”. Fueron en total 50 cajones que entraron en poco más de una hora. Y en ese lapso, el diluvio arreció. Los militares que llevaban los féretros caminaban ya sobre charcos. El público, con sus capas o bajo sus paraguas, asistía en silencio. El marco, silencioso, y hecho de gotas y de lágrimas, era conmovedor.
“Es que es eso: el mundo está llorando sobre Chapecó”, dijo uno de los numerosos periodistas que estaban cubriendo el evento. Varios de ellos se abrazaban y lloraban también.
Las familias de los fallecidos se juntaban alrededor de los cajones. Fueron, en total, seis días de espera desde el accidente en Colombia hasta ayer. Pero, finalmente, con la lluvia, los cuerpos habían vuelto a Brasil. Bajo el agua, y en un estadio repleto, en el que nadie se movía, los familiares decías adiós a sus hijos, esposos, hermanos y padres. Y los hinchas despedían a un equipo que en sólo cinco años había ascendido desde la Serie D de Brasil hasta la primera división y, a punto de jugar la final de la Sudamericana, se había convertido en el orgullo de la ciudad.
En un momento, dos familiares de Thiaguinho rompieron el protocolo y se acercaron a las tribunas, levantando una foto del atacante de 22 años, que una semana antes de morir se había enterado de que iba a ser padre. Junto a ellos, varias personas en las tribunas rompieron en llanto. Fueron aproximadamente 70 minutos del silencio de las gotas, de respeto y emoción. Cuando todos los cajones estuvieron en el campo de juego, comenzó la ceremonia.
La voz del estadio nombró, uno por uno, a todos los muertos, la gente los aplaudió (con énfasis especial en Danilo, Cleber Santana, Thiaguinho y Bruno Rangel) y entonces, las autoridades empezaron a pronunciar sus discursos.
Michel Temer, presidente de Brasil, estuvo presente en el estadio, pero no habló. Sí lo hicieron varias autoridades locales e Ivan Tozzo, presidente en ejercicio del club. Luciano Buligon, alcalde de Chapecó, emitió un discurso sentido, enfundado en la camiseta de Atlético Nacional de Medellín.
Plínio David de Nes Filho, presidente del Concejo Deliberativo del Chapecoense, afirmó que el club volverá a nacer y, con él, la esperanza porque “soñar es un arte involuntario”. Mañana la Confederación Sudamericana le daría el título de la Copa.
Así, entre la tormenta, los discursos y un simple pero emotivo acto, se fue pasando la tarde más triste de Chapecó. Casi al final de la ceremonia, habló Gianni Infantino, presidente de la FIFA. Tite, entrenador de Brasil, y los ex jugadores Clarence Seedorf y Carles Puyol estuvieron en el estadio. En el final del acto, las familias dieron la vuelta al estadio, mientras los hinchas lloraban y las ovacionaban.
Atrás había quedado la tarde: un momento único, un ambiente conmovedor y una atmósfera irrepetiblemente triste. El mundo lloró sobre Chapecó, en un velorio hecho de congoja, valentía y entereza, y cubierto por un temporal que, para siempre, se convirtió en atemporal.