A la cancha entran once, que valen por cuarenta millones. Es Argentina, entera, la que está representada. Desde Ushuaia hasta La Quiaca. Desde el río Uruguay hasta la Cordillera. Somos todos. No falta nadie. Es la hora. Es un sentimiento hecho pelota del fútbol. Una carga de ansiedad, de esperanza y de compromiso. Es esta Selección, que ha logrado identificarse con el sentir de la gente. Es ese abrazo de hermano. El calor que retempla. El deseo de compartir. La vida misma.
Vamos, Argentina. Enfrente está Alemania, la candidata de casi todo el mundo. La potente, calculadora, equilibrada y auto suficiente. La que tiene una mirada propia del que festeja a cuenta. La que hasta ha recibido el apoyo local, que la prefiere aún con la mochila cargada por siete goles. Pero no den por muerta a la Selección. No se crean que ya está, que será un trámite o una simple consecuencia de un hecho inevitable. No, para nada. Es la historia, el presente y el hambre de gloria aquello que anima a pensar que el esfuerzo vale la pena.
Los días previos transcurrieron con tensión, sano y positivo combustible. Tensión porque Argentina necesitó de los penales para quebrar a Holanda, mientras Alemania apenas se esforzó media hora para aniquilar a Brasil. Tensión porque el estado físico de dos puntales como Agüero y Di María le restó posibilidades a los dos de estar al ciento por ciento.
Tensión porque la base del Bayern Munich supo cómo contrarrestarlo a Messi en el Barcelona.Y tensión, también, porque Argentina se está acostumbrado a convivir con aquella, casi como si la consigna fuera: caerte, levantarte, volver a tropezar, recuperarte y enfrentarte a lo imposible confiando en que las metas máximas pueden convertirse en posibles.
Lo dijo Mascherano: “Si esta Selección se metió en el sentimiento de la gente, eso ya vale como un triunfo”. Y quién lo ha dicho, nada menos que el gran referente, el que ha tomado la bandera para erguirla frente a las líneas adversarias. Masche, el símbolo. Masche, el guerrero. Masche, el león.
Y lo dijo Messi, aún sin necesidad de palabras. Habiendo demostrado contra Bélgica y Holanda cómo se puede estar sumándole a la demanda del equipo más que al lucimiento personal. Leo pide el balón, junta marcas, libera zonas y permite que los volantes respiren. Leo se ofrece siempre, y arma circuitos a uno o dos toques, por el centro o por los costados, encarando o colocando el pase filtrado según la decisión que tome. Leo reparte el protagonismo con Masche, se entienden con la mirada y perciben cuando uno necesita apoyo del otro. Así juega el mejor del mundo, sin tener que explicarlo cuando termina el partido.
Sí, claro, Alemania no puede subestimarse. Es un equipo completo, con un trabajo de casi cinco años. Cada uno sabe cómo ocupar espacios, con un juego entre líneas que asombra por su precisión. Ese termómetro doble entre Lahm y Schweinsteiger se complementa con dos volantes completos como Özil y Khedira, quienes pueden trabajar como externos o asociarse en el juego interior. Kroos es el cerebro de ataque, el que marca la pausa o el cambio de ritmo, y quien tiene a Müller y a Klose como complementos ideales.
Llegó la hora, Argentina. Habrá que extremar recursos, achicar el margen de error y evitar desconcentrarse. Aunque en la consideración general se esté por debajo de los alemanes, nadie le ha regalado nada a la Selección. Y vamos, que el tiempo sigue estando a favor de los que sueñan; siempre.