Aún con la emoción a flor de piel nos dicen que en Estancia San Lorenzo -cercana a Punta Norte, también en Península de Valdés- llegaron 2 pingüinos, parece una broma. También advierten que para el 20, día en que usted leerá esta nota, miles de ellos habrán tomado la playa, sus nidos, para desovar y luego alimentar a sus crías. A diferencia de Punta Tombo, éste es un sitio privado al que accede menos cantidad de gente y se puede disfrutar de las aves con total libertad y tranquilidad.
Un gran galpón de la estancia oficia de restaurante pero también es el sitio en el que trabaja la comparsa de esquila que, como nuestros viñateros, cobran por chapita recibida por animal. Allí se encuentra el agarrador, que lleva la oveja hasta el esquilador, el vellonero, quien junta la lana; los meseros que separan las mejores partes, generalmente la del lomo por su limpieza y así con gran cooperación, logran extraer de 1 kg de lana, unos 600 gramos para la venta.
Desde hace algunos años los biólogos comprobaron que en las costas de este paisaje fuertemente cambiante por las lluvias, los vientos, los médanos que mutan y hasta las orillas de barrancos, fue elegido por los pingüinos de Magallanes para crear una nueva colonia. Cada año son más parejas las que arriban para pasar los tiempos reproductivos por aquí con total seguridad. Cuentan que antiguamente era una factoría de lobos, una matanza indiscriminada tenía lugar para aprovechar la piel y la grasa de los animales. Por suerte en 1953 se prohibió la faena.
Mientras Willy Paats organiza la bienvenida, el Nene Carranza asa un cordero para los viajeros, su mujer prepara empanadas y una picada que con vino de la casa, aclimata a los recién llegados. Luego la bióloga guiará la caminata hasta la pingüinera y otra vez nos emocionaremos. (Valor de la excursión $ 800)