Yo no sé si evitar una paliza en la infancia es suficiente motivo como para inventar un tío policía y así asustar a los del barrio cuando están a punto de ajusticiarte a trompadas contra el cordón de la vereda. Lo que sí me acuerdo es que era un invierno muy duro, empezaba la llovizna y ya empezaba a intuir los moretones y magullones mezclados con el ripio del asfalto. Entonces nació el tío -y al mismo tiempo- mi profusa imaginación.
No recuerdo exactamente qué les dije, pero debe haber sido con mucha autoridad porque los hice retroceder a pesar que esos de la otra cuadra eran bien matones y me la tenían jurada desde hacía tiempo. Salieron mascullando insultos y amenazas pero no me tocaron un pelo. A la noche en mi casa, sano y salvo y bajo las frazadas intenté recordar algunos rasgos de lo que dije del tío, para no pisarme después. Lo cierto es que dio resultado y en adelante lo traje a colación cada vez que me sirvió.
No sólo le di el oficio de policía para zafar de la golpiza sino que después, según me iba conviniendo, le cambié de profesión, le di una familia, lo hice ir y venir varias veces de su provincia natal, Chaco, a varios lugares de Europa. La última vez fijó su residencia en Damasco y allí permaneció por un buen tiempo.
La infinidad de anécdotas en que me salvó las papas su sola existencia me hacen pensar - mirando hacia atrás- que tengo una imaginación prolífica y que sobre todo he logrado mentir con una coherencia notable. Mi tío se transformó con el correr del tiempo en un personaje clave de mi existencia. Muchos me lo envidiaban, con razón. Incluso logré fundamentar su ausencia en mi casamiento sin despertar mayores sospechas y en medio del lamento general.
Por un tiempo muy largó lo dejé descansar y hasta aposté internamente a que lo fueran olvidando. La última vez lo describí como alguien acaudalado pero resentido con éste país, por lo que no pensaba volver.
La enfermedad que me ha postrado y los diagnósticos médicos ya no me dan mucho margen. He pensado en contarle a mi esposa la verdad, porque insiste en pedirle al tío algunos pesos para viajar y que me atiendan en otro lado. Pero en mi última maniobra he inventado una pelea reciente entre él con mi padre para justificar la ruptura.
Aún con esperanzas y rezos parece que no duraré más de una semana. Mis amigos disimulan cierto optimismo pero el cuerpo me denuncia dolores por todos lados. Apenas me sale un hilo de voz y estoy a punto de confesar todo, pero la más pequeña mía se asoma en la puerta del dormitorio y dice que mi tío ha llamado y que viene de visita al saber de mi convalecencia. La cara de mi esposa se ilumina y se levanta de un salto.
Me paraliza el miedo pero les digo que yo quiero atender cuando suene la puerta, a lo cual todos se niegan. Les pongo mi peor mueca y me ayudan a incorporarme hasta llegar al hall de entrada. Quedo momentáneamente solo porque mi esposa ha ido a preparar algo para la inesperada visita. Trato de incorporarme bien a pesar de tantos dolores. Por un momento pienso que quizás así hubiera quedado si allá en la infancia me hubieran dado la paliza.
Por fin suena la puerta. Respiro profundo, tomo el picaporte frío con la mano derecha, y abro.