Menudo trabajo de archivo le tocaría a un recopilador si tuviera que dedicarse a tiempo completo para seleccionar un compilado de hechos resonantes, frases estentóreas, tomas de posiciones encontradas, amores y desamores, aceptaciones y rechazos, euforias y fastidios, y hasta delgadas líneas que separan al instinto de supervivencia con el caminar al filo de la muerte.
Diego Maradona es una figura que desde hace casi cuatro décadas tiene presencia permanente en la vida cotidiana. Cada una de sus apariciones toma una resonancia mediática inmediata, sea en la parte del mundo que fuere.
No pasan más de dos o tres semanas en las que el nombre y/o apellido del ícono vuelva a ocupar espacios destacados en los medios de comunicación. En silencio, cual si estuviera festejando una victoria, el astro pareciera decir: “Ustedes necesitan de mí más que yo de ustedes”.
Maradona es una figura idealizada en el imaginario argentino. En el inconsciente colectivo de esta comunidad están grabadas a fuego situaciones surgidas desde el fútbol que alcanzaron una consistencia en el plano simbólico de identificación en cualquier otra instancia; a saber: los goles a los ingleses navegan entre la picardía y la autodenominada viveza criolla de la “Mano de Dios” hasta la máxima creación del arte futbolero en los diez segundos que conmovieron al mundo con la maravillosa gestación y concreción del segundo tanto.
Desde allí en más, ese hecho bisagra ocurrido un 22 de junio de 1986, ubicó a Diego en el metro patrón cultural con características de semidiós, al punto de haberlo elevado a una categoría que parecía ubicarlo en un círculo áulico por sobre el común de los mortales.
Las lágrimas ante la silbatina del himno en Italia ‘90, el tobillo hinchado contra Brasil, la persecución italiana sistemática antes, durante y después del doping positivo en el ‘91, sumados al definitivo y contundente “me cortaron las piernas” del ‘94, desembocaron en las ya históricas frases del partido despedida: “Yo me equivoqué y pagué” y “La pelota no se mancha”.
Ya en su rol de entrenador, tras la clasificación al Mundial 2010, en Montevideo, el taxativo “La tenés adentro” adquirió connotaciones de sigla (LTA) aplicable a cualquier situación, tiempo y lugar. Aunque no lo veamos, siempre está.
En Diego Armando Maradona anida una fuga hacia adelante en cuanto a su necesidad extrema de figuración. No se trata de establecer un juicio de valor, porque en este enfoque está ausente la dicotomía bueno/malo; simplemente, Diego fabricó un propio producto que es la de encajar en el estereotipo europeo respecto de la visión del macho sudamericano. Así, hace uso y abuso de la imagen que bordea los límites hasta saltarlos sin medir las consecuencias.
Excepto en Nápoles, la más sudamericana de las ciudades italianas, en el resto del suelo itálico se lo considera poco menos que una calamidad. No habría de qué sorprenderse: cuando el Nápoli gobernaba el Calcio en épocas de Diego, en el Norte recibían al equipo sureño con banderas que portaban leyendas como “Bienvenidos a Italia” o “Nápoles, campeón de África del Norte”.
Rechazado como notoriedad pública en Estados Unidos, a partir de sus cuestionamientos sistemáticos a la macro política de hegemonismo planetario en todas sus formas, Maradona se fue acostumbrando a que en países emergentes del Asia y del África se lo reivindique como un paladín en la lucha antinorteamericana.
Sin embargo, Diego, más allá de una declaración de ocasión, nunca estuvo dispuesto a inclinarse por la carrera política propiamente dicha, sino que supo como entrar y salir de posiciones incómodas en este terreno igual que lo hacía en el campo de juego.
Más de una vez se embarró en contradicciones, apoyando a tal o cual expresión partidaria a partir de la impresión que le dejara un encuentro o una charla - por caso, con Menem o Cavallo en los ‘90 - y luego cambió radicalmente de postura acercándose a figuras de dimensión ilimitadas como Fidel o apoyando a Néstor y a Cristina una vez que accedieron al gobierno.
En sus puntos de contacto con el mundo de la alta política, Maradona siempre mostró una actitud rayana con aquello que la psicología especializada define como podericto, entendiendo a quien necesita - irremediablemente - demostrar a toda hora y lugar que está en una relación simétrica con quien está enfrente, o, incluso, por arriba de él/ella mismo/a.
Es muy frecuente que, luego del encuentro con representantes de la más alta magistratura de un país, Diego salga del ámbito reservado para expresar públicamente frases en tono afectivo.
“Es un fenómeno”, “el presi es un grande”, “Todos tenemos que apoyarlo/a”, etcétera, se convierten en expresiones maradoneanas que revelan el estado de fascinación que le cupo al estar vinculado sin intermediación alguna con quién/es ostentan el máximo poder.
En el tiempo reciente, luego del silenzio stampa en el cual se sumergió después del 0-4 contra Alemania en 2010, Diego terminó aceptando una oferta suculenta en lo económico para ir a recluirse en Dubai dirigiendo al ignoto Al Wasl.
Quizá, si hubiera aprovechado ese momento para - luego de elaborar el duelo post mundialista - iniciar una carrera seria de entrenador, hoy podría hablarse de un director técnico camino a la alta performance.
Hasta, inclusive, hubiera sido más valioso como parte de un proyecto para reflotar a los seleccionados juveniles o a un club de primera división, que desembocando en lo que realiza hoy: asesor futbolístico de Emiratos Árabes Unidos, por cierto, una función poco menos que inentendible.
Este febrero que finaliza en esta semana lo encontró de vuelta en un primer plano figurativo. Desde el reconocimiento del hijo que tuvo con Verónica Ojeda, su ya ex pareja, hasta declarar que se sentía un “exiliado deportivo” porque, según él, el clan Grondona no lo deja trabajar en el fútbol argentino, en estos días se potenció la posibilidad de un hipotético regreso a Argentinos Juniors como DT para suplir al renunciante Gabriel Schurrer.
“Yo soy dueño de mi vida. Me tiraron a los 15 años y ahora tengo 52, y que ¡a esta edad me quieran venir a comandar la vida! ¡Pero vayan a trabajar!”, fue una de las frases de su última y resonante aparición en los medios luego del affaire en torno a Diego Fernando, su nuevo hijo.
Inclusive, ahora se difundió al novedad de que ha iniciado un romance con Rocío Oliva, una deportista perteneciente a River y que tiene 22 años, treinta menos que él; ninguna de las partes ha confesado la relación, aunque el Diez se encargó de filtrar fotos en la web sin ningún prurito.
Encima, el fisco italiano le reclama 30 millones de euros supuestamente adeudados en su etapa como jugador y por ésto, Diego debió abordar un avión desde Dubai a Roma. Antes de su arribo, ya tenía concretada una entrevista con la televisión italiana y luego una conferencia de prensa.
Consecuencia: el modo maradoneando de captar la atención es siempre el mismo, ni más ni menos que el de patear el tablero y después regodearse en ver cómo se recomponen las piezas.
De Diego Armando Maradona, todo es posible. Hasta cuando irrumpe, impoluta, la imagen pública de Lionel Messi como antagónico en cuanto a modelo paradigmático en lo social. Lío no lo buscó; Diego, tampoco.
Quizás, a sus 25 años, los mismos que tenía el Diez durante el Mundial de México, la Pulga pueda proyectar a largo plazo qué le sucederá a él mismo si es que elige el mismo camino de alta exposición pública de su vida privada.
No sabemos ahora de qué manera actuará el astro del Barcelona; sólo contamos con los elementos que ha entregado el más irreverente, contradictorio y enigmático de todos los futbolistas. Y es suficiente.