Liliana Bodoc, la que rompe moldes

La autora se yergue como una figura imprescindible en el panorama argentino. Creadora de un universo que barrió con la épica anglosajona.

Liliana Bodoc, la que rompe moldes
Liliana Bodoc, la que rompe moldes

Junto a Antonio Di Benedetto, Liliana Bodoc (nos la apropiamos, sí, porque ella se dejaba) es la autora mendocina más trascendente que haya dado la historia literaria de esta provincia. 

Es que, al igual que el autor de “Zama”, Liliana no sólo se ubicó con soltura entre sus colegas nacionales sino que hizo cimbrar las estructuras hegemónicas de la épica y la fantástica, en la misma época en que los británicos J.K. Rowling y J.R.R. Tolkien eran los mimados del mercado editorial: a principios del siglo XXI.

El cine había revitalizado, para los niños y adolescentes, la monumental obra de “El señor de los anillos” y Rowling, con su personaje de Harry Potter, llenaba salas y generaba colas de fans desesperados por el primer volumen de cada edición.

En ese contexto llegó Liliana. Hacía años, según ella supo contarnos, que iba peregrinando por las editoriales con su carpetita de "Los días del venado" y, viendo el potencial de mercado de esa historia, fue la Editorial Norma la que finalmente le abrió los brazos.

Lo de Liliana Bodoc no era una moda de ocasión. Era una decisión, una intención política, un cantar poético a los originarios de este continente, a los desposeídos, a los negros esclavos, a los innombrables y descastados de estas sociedades que desprecian la índole latinoamericana. Y fue en la épica fantástica que a ella le pareció adecuado narrar la conquista americana a partir de los mitos de esas culturas milenarias.

La Trilogía de la "Saga de los Confines" se convirtió así en un quiebre literario novedoso, tal y como Úrsula Le Guin lo consignara apenas la leyó.

Pues Liliana fue la primera autora americana que supo cómo introducir temáticas fuertemente ligadas con nuestra tierra e identidad en un género que hasta entonces había estado dominado por las espadas de los ingleses, normandos y los nórdicos.

Su fiebre narrativa no se ciñó al oportunismo que otro autor podría haber aprovechado merced al éxito en este mercado cultural global. Ella se mantuvo fiel a sus búsquedas, a sus fines, a su ética profundamente humana.

Es así que produjo otra infinidad de obras extraordinarias, todas en relación a las temáticas que la inquietaban en cada tramo de su camino artístico.

Basta con mencionar pequeñas -pero formidables, por intensas, poéticas y precisas- novelas como “Presagio de carnaval” o “El espejo africano”, “El rastro de la canela”, “Memorias impuras” y “Elisa, la rosa inesperada”; su último libro (que la acercó, con su bitácora de viaje como proyecto, al territorio del padecimiento femenino en torno a la trata de personas).

Liliana era inmensa e inasible, jamás un cliché ni un gesto de marketing. Su prolífica obra es herencia para las generaciones de jóvenes que, en este país, desconocen los orígenes del suelo en el que pisan.

Fragmentos de sus textos

Del primer capítulo de "El espejo africano"

Hay objetos que jamás nos pertenecerán del todo. No importa que se trate de antiguas reliquias familiares, pasadas de mano en mano a través de las generaciones. No importa si los recibimos como regalo de cumpleaños o si pagamos por ellos una buena cantidad de dinero... Estos objetos guardan siempre un revés, una raíz que se extiende hacia otras realidades, un bolsillo secreto. Son objetos con rincones que no podemos limpiar ni entender. Objetos que se marchan cuando dormimos y regresan al amanecer.

Los espejos, por ejemplo. No hay duda alguna de que los espejos pertenecen a esta categoría. Más aún... Si tuviésemos que hacer una lista de objetos fantasmales, rebeldes, incontrolables, los espejos ocuparían el primer lugar.

Mucho se escribió sobre ellos. Poemas y cuentos, leyendas y relatos de horror. Se ha dicho que son puertas hacia países fantásticos. Se ha dicho que son capaces de responder, con sinceridad, las oscuras preguntas de una madrastra. “Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa?”.

Pero aun así, con tanta letra escrita, siempre habrá nuevas cosas que contar, porque en los espejos cabe el mundo entero (...).

Del Prólogo de "Elisa, la rosa inesperada"

Cuando tomé la decisión de viajar para escribir una novela no sospeché ninguna oscuridad. Acostumbrada a transitar argumentos, a esperar largas horas hasta el arribo del próximo verosímil, resignada a perder, de tanto en tanto, el equipaje de las certezas lingüísticas, supuse que la ruta planeada resultaría en una fructífera narración, nutrida por la geografía norteña.

Nada sucedió como lo había previsto. El viaje se agrietó y por las fisuras nacieron cardones. Mi cuaderno se transformó en tierra, y me quedé viendo cómo se alejaba.

Acunada por el movimiento del ómnibus blanco, una mujer se durmió en mi hombro y me dejó sin palabras.

Fue la realidad, que no quiso adecuarse a la lógica de los párrafos.

Es cuestión de básica honestidad confesar que atravesé dudas, conflictos, me contradije y reconsideré la misma cosa incontables veces hasta encontrar el sentido de esta novela, y su auténtica relación con el viaje que le dio origen.

Respiré el viento de los camiones que pasaban cerca. Me acodé en mis rodillas para ver pasar gente desconocida. Descreí de las fotografías. Extrañé la línea argumental... Finalmente comprendí que esta novela solo podría ser la versión escrita de un camino impensado, de un plan fallido.

Un viaje, no. Un naufragio me trajo hasta esta página. Conocí Tilcara. Comí tortillas rellenas, me tropecé con una cruz caída, amanecí llorando (...).

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA