Boca se debía a si mismo una recuperación de la autoestima con todos los condimentos: volumen de juego, mentalidad fuerte, actitud y aptitud complementadas, convencimiento en su propia potencialidad y sobre todo retroalimentación con la energía que bajaba desde la tribuna hacia el campo de juego y viceversa. A lo Boca, valga la expresión que parece en estado de hibernación durante temporadas sucesivas. Y con fútbol en el sentido pleno, lo cual podía robustecer sus posibilidades mucho más que si hoy se pusiera el foco en un hecho fortuito o circunstancial.
Sin embargo, ese equipo compacto y sólido apenas se vio en dos mini ciclos: uno de 5 minutos al comienzo del partido y otro de 4 en el cierre de la etapa inicial. En los 81' restantes, hubo una parodia más que una realidad. Y ni siquiera el efecto Guillermo Barros Schelotto, con ese ADN gestado en la etapa fundacional de la era Bianchi, pudo sostener la identidad de imbatibilidad que en estos ciclos está dejando la impresión de alejarse como sinónimo de la Bombonera.
El local, que había recuperado fortaleza tras el gol tempranero de Pavón, pagó caro esa baja de tensión, en la cual se perdieron marcas tanto en retroceso como en acciones con pelota detenida. El empate fue un ejemplo: desde una corrida larga de Sornoza se derivó en un corner y en un balón que quedó entre el área chica y el punto penal apareció Caicedo en una soledad absoluta - sorprendente, también - para rematar antes de la reacción de Orión.
Esa relación simétrica decantó en los goles siguientes. Cabeza y Angulo, casi sucesivamente, aprovecharon yerros garrafales de Daniel Díaz y sobre todo del arquero, respectivamente. ¿Hubo dominio contunde de los ecuatorianos? No, todo lo contrario: en la visita prevaleció el apego a un sistema de juego clásico con tenencia de pelota y armado en triangulaciones cortas tanto para salir de zona defensa como en la construcción de circuitos en progresión ofensiva.
Fue llamativa, también, cuál es la causa que provoca una merma colectiva tan intensa de un equipo con referentes indiscutibles en cada sector. Orión, Cata Díaz y Tevez tienen todo para convertirse en líderes por línea, pero de los tres quien más está sobresaliendo en el último tiempo es el guardameta (excepción hecha de su error grosero). Y ésto es un indicio de que hay fallas de funcionamiento colectivo que repercuten en las individualidades de segunda línea de conducción, tales los casos de Insaurralde, Pablo Pérez, Lodeiro y Zuqui. La excepción que volvió a romper la gama de altibajos fue Pavón, otra vez. Y en los pies del atacante hay cualidades que se advierten como de crecimiento continuo: sendos goles, las habilitaciones, las diagonales sacando de zona al marcador y el mostrarse como descarga ante una posible pared o un pase filtrado. Es el único signo positivo de este momento. No hay otro.
De arrebato, hay que destacarlo, pudo haber vuelto Boca a sacar ventaja en el resultado antes de que finalizara el primer tiempo. Fueron tres acciones en cascada, en la cual el disparo de Jara que pegó en el travesaño fue la más clara. En frío, cuesta preguntarse por qué ese camino de pelota al pie, cambio de ritmo y jugadores en apoyo por el lado ciego no se siguió más que en esos 9 minutos...al cabo, sólo el diez por ciento del partido. El penal que desperdició Lodeiro con un disparo casi de compromiso fue otro ejemplo del quiebre psicológico de un conjunto que quiere pero no puede y que tiene con qué conseguirlo, aunque ni siquiera sabe cuál es el límite del amesetamiento. Cuando lo descubra, este Boca será el que deba ser. El de ayer, mientras, tiene sabor a nada.