Evocando hechos históricos en los cuales patriotas, imbuidos con los ideales de independencia y libertad, protagonizaron una gesta compleja, llena de matices de ideas de avanzada para la época, sintieron la necesidad imperiosa y el coraje suficiente, a pesar de sus diferencias en cuanto al proyecto de organización política que debía sustentar el nuevo Estado, de declarar la Independencia de nuestro territorio, al que llamaron, “prudente e imprecisamente, Provincias Unidas de América del Sud” (Luis A. Romero. 2016).
Fue entonces cuando el ideal de libertad política comenzó a gestarse como un desafío en un territorio marcado por la inestabilidad política, las traiciones, los heroísmos, las luchas sangrientas, la violencia fratricida, que recorrían el extenso mapa de la patria.
La libertad política se sustenta en el conocimiento, en los valores del pueblo y de quienes lo representan; es vano tratar de convertir el poder político en democracia cuando la barbarie y la ignorancia generan dictadores.
Resulta pertinente en esta evocación destacar las figuras de Manuel Belgrano y sus ideas pedagógicas para las escuelas públicas que quiso fundar, muchas de las cuales se podrían aplicar en la actualidad; de Mariano Moreno y, qué decir del Maestro de América, Domingo Faustino Sarmiento: la educación como fundamento de todas las libertades.
En todos ellos existió un común denominador: la importancia de la escuela pública como base de toda independencia política y económica.
Belgrano no sólo donó sus premios por las victorias de Salta y Tucumán para la construcción de escuelas públicas, sino que también elaboró un reglamento para las mismas: "El Maestro es un padre de la patria y merece el sitial más destacado en el Cabildo Local". (Archivo Capitular de Jujuy , tomo 2 libro IV - 25 de mayo de 1813)
Mariano Moreno luchó contra el alto grado de analfabetismo de la población desde sus artículos en el diario que fundó: La Gaceta de Buenos Aires. Su impronta fue la libertad de expresión y la oportunidad para que los ciudadanos, libres de ataduras, pudieran expresar libremente sus ideas. "Nada hay más digno de los magistrados que promover por todos los medios la mejora de la educación pública".
Sarmiento, en De la Educación Popular, advierte que el remedio inmediato para América es la instrucción pública: la escuela como órgano de mejoramiento social; educar ciudadanos eficaces más que individualidades aisladas.
Basten estas evocaciones para advertir que los conceptos de libertad y educación germinaron con fuerza en los albores de la República. Lamentablemente, salvo pocas excepciones, la idea de libertad quedó en los relatos políticos o, como dice el historiador Felipe Pigna, en los festejos patrios y en las letras del Himno.
Me resulta difícil encontrar el hilo de Ariadna que me permita, desde sus orígenes, hablar de libertad y educación en el Sistema Educativo Argentino, cuando sus componentes: leyes, reglamentos, etcétera, siempre estuvieron orientados políticamente por el gobierno de turno y por los iluminados técnicos que importaban las experiencias educativas europeas o norteamericanas sin sentido crítico y sin tener en cuenta la compleja realidad de nuestra república.
Sin embargo, dos hechos trascendentes marcaron a fuego las libertades educativas: la sanción de la Ley 1.420, que surgió de uno de los más extensos y lúcidos debates de la vida democrática argentina, y que posibilitó una ley de educación pública común, obligatoria, gratuita, graduada y tolerante, y la Reforma Universitaria de 1918. El presidente Yrigoyen hizo suyas las banderas de la Reforma y convalidó, a través de sucesivos decretos, sus postulados fundamentales. Así nació la primera legislación reformista en las universidades americanas.
Desde entonces, se sucedieron gobiernos en los cuales los sistemas educativos se orientaron según las ideologías de los poderes de turno, transformándose, la mayoría de las veces, en vehículos de adoctrinamiento político, cuando no en campo experimental de los expertos en teorías pedagógicas, que poco tuvieron que ver con la participación activa de los docentes en sus diseños curriculares, y menos con su transferencia a los diversos contextos en los cuales se aplicaba.
La crisis de la educación argentina, de la que tanto se ha escrito denominándola “tragedia”, es evidente no solo en las estadísticas, sino en la comprobación de la falta de igualdad de oportunidades, pues la pobreza en aumento, la inseguridad, el clientelismo, ponen límites a la declamada inclusión educativa. En la grave situación que atraviesan los docentes, tanto en su formación como en sus salarios. Con la intervención de sindicatos, que responden más a sus ideologías políticas que a la defensa de los derechos del educador.
Hoy el éxodo de estudiantes de la escuela pública se produce hacia las escuelas privadas. ¿Qué sentido tiene entonces hablar de libertad de enseñanza cuando la precariedad de opciones está creando profundas grietas en la formación de nuestros niños y jóvenes?
La educación duele
El paradigma educativo vertical, enciclopedista, autoritario ha colapsado en medio de los diversos desafíos políticos, sociales, científicos y tecnológicos de la contemporaneidad. Tenemos que advertir las exigencias de nuevas formas de educación para nuevas generaciones sin perder de vista valores que sustenten la humanitas.
Conmemoremos, entonces, en este centenario, el ejemplo de los patriotas que dieron sus vidas por la independencia y la libertad de la República, a esos líderes políticos que fueron verdaderos estadistas y continuemos ese camino que nos mostraron con su ejemplo: no hay libertad sin educación, ni república sin ciudadanos capaces de pensar y actuar por el bien común.
"¿La Historia se repite? ¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla?"
Eduardo Galeano