Por muchos años se creyó que la india Magdalena colaboró con la campaña sanmartiniana, al teñir con sus manos los paños destinados a los uniformes del Ejército Libertador.
Aquella leyenda se prolongó con el tiempo, pero lo cierto es que Magdalena no cumplió con aquella tarea. Fue Francisco Javier Correas quien llevó adelante ese cometido y, como a veces ocurre, quedó en el anonimato.
La primera nativa
Durante la campaña, el Ejército necesitaba paños para poder suplir la falta de uniformes que tenía, ya que el gobierno de Buenos Aires tardaba mucho tiempo en enviar esas prendas. Por ese motivo, San Martín propuso experimentar con telas y tinturas naturales para teñirlas y confeccionar uniformes en Cuyo.
En febrero de 1816, el Libertador convocó a una criada que vivía en San Carlos llamada Juana Mayorga. Se comentaba que esta mujer poseía grandes conocimientos sobre el teñido de telas, cosa que había aprendido de los nativos del sur.
Con el objeto de emplearla para teñir telas se la trasladó hacia la ciudad. Al llegar, fue recibida por el mismo San Martín quien le agradeció por su participación en esa difícil empresa. Enseguida, Juana se puso a trabajar en la tintura para los paños pero, pese a la expectativa en la cúpula militar de Mendoza, el intento fracasó y la mujer regresó al Valle de Uco.
¡Traigan a la Magdalena!
Desalentado, San Martín no encontraba una persona que pudiera hacer el trabajo de teñir las telas. Pero el comandante José León Lemos, jefe del fuerte de San Carlos, volvió a insistir en este tema y consiguió a Magdalena, una nativa que vivía en la estancia de El Yaucha.
Después de unos días, ella fue conducida por una comisión militar que la llevó a Mendoza. Al llegar se entrevistó con el gobernador San Martín, quien le comentó del proyecto experimental de confeccionar uniformes para las tropas.
Magdalena afirmó que podía ejecutar esa labor. Esto hizo que el Libertador recuperara la esperanza y le ofreciera todo el apoyo para trabajar con tranquilidad. De modo que Magdalena fue alojada en una casa con todas las comodidades.
Mil intentos y ningún invento
El primer día de trabajo, la Magdalena tuvo todo listo para iniciar el proceso del teñido. Contó además con recipientes de madera y encargó a su asistente que trajera raíces de plantas específicas que servían para componer el color azul.
Inmediatamente, la materia prima fue entregada a la nativa y, conforme con lo pedido, se puso a trabajar.
Primero llenó los recipientes con agua y luego introdujo las raíces para macerarlas por varios días. Parecía que todo marcharía muy bien y que se obtendría el éxito necesario.
La hora de la verdad
Con el correr de los días, Magdalena extrajo de los envases los primeros pigmentos de color azul.
La noticia fue muy bien recibida por San Martín, quien alentó a la india para que siguiera con el proceso.
Más tarde, el asistente dejó las telas para que las sumergiera en la sustancia que había preparado. Horas después, sacaron aquel paño y los resultados fueron desastrosos. Ocurrió que las telas no se habían teñido como se esperaba.
Cuando se enteró el coronel San Martín, no tuvo otra opción que enviarla a su casa. Así que el 28 de marzo de 1816, la india partió, con los soldados que la habían traído, hacia el Valle de Uco. En compensación por su trabajo, se le pagó con varios kilos de yerba mate.
No satisfechos con los resultados de Magdalena, se llamó a Francisco Javier Correas, un químico que experimentó con otras técnicas y obtuvo muy buenos resultados. Pero una gran cantidad de uniformes fue enviada desde el gobierno de de Buenos Aires y el proyecto fue dejado de lado.