Épocas inolvidables de una Quinta Sección con inclinaciones futboleras manifestadas en nombres luego célebres, como Pedro Grima, Felipe Gallego, Barraquero, los hermanos Burgoa, Valverde, Coco Benegas y el recuerdo de aquel pibe que en los interminables partidos callejeros sólo le quedaba jugar de arquero, junto a los “monstruos” que llegaron a brillar en equipos representativos de Mendoza y que también en algunos casos tuvieron oportunidad de destacarse a nivel nacional e internacional.
-¿Arquero y dueño de la pelota?
-No todas las veces, pero era evidente que no había nacido para el fútbol. El boxeo era lo que me gustaba y con mi hermano Luis desandábamos las cuadras que nos separaban de Rivadavia y Belgrano, donde funcionaba en sus primeros tiempos el Justo Suárez B.C., que después se mudó a la avenida Sarmiento casi Belgrano. Ahí enseñaba Carlitos Suárez y luego se sumaron los hermanos Segura. Era un verdadero templo del boxeo y recuerdo el paso por esas cuatro paredes de los hermanos Leonardo y “Goyo” Espínola, Guindilla y Luis Rosales.
En ese entonces el sitio que llenaba las necesidades de un estadio apropiado era el “Garden Park”, de San Martín y Colón, donde ahora está el Correo. Por ahí pasaron Alfredo Lagay, Kid Cachetada, Oscar Flores, Mario Díaz y otros grandes. Mi carrera como boxeador no pasó del campo amateur, donde llegué a ganarle al campeón mendocino de los plumas, para después convertirme en el ayudante de Miguel Rivera en el Luis Rayo. Así fue como después también tuve boxeadores a mi cargo, haciendo de manager, entre los que destaco a Juan Oviedo.
-Sin dudas que lo más notorio viene después...
-Sí. Aunque también tuve tiempo para hacer el curso de árbitro de fútbol, del que egresé con Italo Pivetta. Lo mío como hombre de negro no pasó de las recordadas intermedias de ascenso, pero además en el fútbol tuve oportunidad de trabajar en Gutiérrez como preparador físico, ante una invitación que me hicieron el arquero Martín y los hermanos Morandini. Me fue bien y eso dio lugar a que en 1955 y 56 trabajara en Andes Talleres con un plantel que fue campeón.
-¿Y en el boxeo?
-Fue algo que no pude y no quise dejar nunca. En un campeonato Argentino de trabajadores viajé a Buenos Aires y tuve el honor de ser distinguido como el mejor de los que tuvieron a su cargo controlar las peleas. Al poco tiempo y estando una noche en el Babilonia, en una presentación de Eduardo ''KO'' Lausse, se descompuso Fernando Stefanelli un rato antes de empezar la pelea de fondo.
El mismo Stefanelli le sugirió a Víctor Martínez que me diera la oportunidad a mí, que venía de hacer un buen trabajo en Buenos Aires. La cosa se dio y así debuté dirigiendo una pelea entre profesionales, actividad que se prolongó durante quince años.
-¿El promotor?
-Diego “Corrientes”, Francisco Bermúdez y Miguel Rivera, que eran los entrenadores de mayor predicamento, me pidieron que me dedicara a esa actividad. Luego de pensarlo un poco, la idea me pareció buena y dada la buena relación que tenía con el Luna Park, me decidí a encarar la nueva profesión. Eso fue por 1964.
-Tiempo de ''vacas gordas'' para el boxeo mendocino...
-Una de las mejores. Cuando había sido árbitro tuve oportunidad de estar arriba del ring, en peleas memorables entre mendocinos, como aquella de Guillermo Cano con Nicolino Locche, ambos también pupilos de Bermúdez, y otra memorable entre Juan Aguilar y Ahumada. Eso me daba la pauta de que como promotor debía apostar a los boxeadores locales. Así fue cómo mi primera programación tuvo a Juan Aguilar como fondista. Después traje a Bonavena, Monzón y Galíndez, por recordar a los más famosos, siempre explotando la “buena onda” que tuve con Tito Lectoure.
Así fue como por primera vez logré poner en juego el título argentino de los livianos fuera del Luna, cuando se consagró campeón Carlos Alberto Aro, por supuesto con la anuencia de Lectoure, que llegó a Mendoza en calidad de invitado especial. Lo mío fue un trabajo muy intenso, tratando de buscar variantes que me llevaran a promocionar nuevos valores. Así fue como llegué a organizar festivales en Tunuyán en tiempos en que asomaba Corro.
-¿Festivales con campeones mundiales?
-Aparte de Bonavena y Galíndez pasó por Mendoza otro campeón mundial como Castellini. En los tiempos de Locche programé una pelea con el venezolano Huerta en cancha de Gimnasia y Esgrima, haciendo lo propio en el estadio de Talleres cuando Hugo Corro era campeón mundial.
-¿Qué nos podés decir de aquella Locche-Escobar?
-Esperaba la pregunta. Pese a los años que han pasado, se sigue considerando que ayudé a Locche, y lo que puedo decir es que simplemente hice lo que marcaba el reglamento. Cuando Ubaldino Escobar lo bajó en el cuarto round, tuve que mandarlo al rincón porque, al igual que todo el estadio, también estaba sorprendido.
Cuando iba por los dos segundos de la cuenta, se vino y se paró otra vez al lado nuestro. Eso no es reglamentario, por lo que lo acompañé nuevamente al rincón y le señalé la falta a su manager. Volví a Locche y reinicié la cuenta de dos y cuando andaba por el cinco o seis, sonó la campana.
No sé si lo ayudé o no a Nicolino, lo cierto es que después llegó Jaime Giné, con el que empató en Mendoza, y entonces Locche tuvo su chance para pelear por el título en el Luna, con el resultado que todos recordamos.
-Pero la cosa no terminó ahí...
-No. Al tiempo -cuando ya era promotor- lo encontré a Escobar en el Luna, rebuscándoselas de fotógrafo. “Profesor -me dijo-, usted me debe una...”. No -le respondí-, la pelea la perdiste vos. La cosa es que conversando con Lectoure me dijo que Escobar estaba todavía para ser digno rival de Locche, por lo que hicimos otra pelea en Mendoza y por esas cosas del boxeo, lo volvió a “embocar” a Nico en el cuarto round. Claro que por ese momento Nicolino ya sabía lo que debía hacer y pudo “zafar”.
-¿El nivel actual?
-No es bueno y pareciera que sólo se piensa en el boxeo como una posibilidad de supervivencia. Antes se dilataba como podía el paso de los chicos al profesionalismo y después se iba manejando con mucho tino la actividad de los pugilistas en el campo rentado. A veces había que inventar excusas con los chicos que reclamaban con cierto derecho oportunidades, tuvieran un par de peleas más como semifondistas. Ahora se da el caso, como el hijo de Víctor Galíndez, que llega a una oportunidad por el título mundial con 17 peleas. Eso fue un gran error, que seguramente si hubiera estado el padre no se habría cometido.
Habrá oportunidades de enhebrar mil anécdotas. Tiempo para desempolvar recuerdos y actualizar vivencias de un verdadero personaje del boxeo mendocino, con participación activa en otras disciplinas. Lejanos los tiempos de actividad incesante, la rueda de amigos de siempre ayuda a seguir pensando que todo puede mejorar. Leonardo Paludi el “Polideportivo”