Favio era un fundamental. Su cine, revalorizado en las últimas décadas, proyecta una riqueza expresiva, una sensibilidad y un latir que no se encontrará fácilmente, de ahora en más, en la filmoteca argentina. Su música, el aspecto artístico más desdeñado de Leonardo, tenía la vitalidad de lo simple. Tocó la fibra popular de un país que lo idolatró. Sus "Fuiste mía un verano" o "Muchacha de abril" cruzaron las fronteras de las naciones latinoamericanas con la naturalidad del viento.
Además, fue un hombre político inasible. Un peronista de Perón. Tan peronista, que su idea de pueblo, su concepción de la historia, se desnuda ante la retina de cualquiera que nade en su cine.
Favio era mendocino. Uno de los últimos “mendocinos universales”. Universal como Quino, como Di Benedetto, como Tejada Gómez. Mendocinos con ideas para “enfrentar” al mundo. Apellidos que no tuvieron la necesidad de cazar moda alguna, o subirse a tendencias ajenas.
Fue al revés. Hicieron escuela, aún sin perseguirlo. (Nota al margen: ¿será nuestra cultura, nuestra sociedad, capaz de concebir más "mendocinos universales"? ¿O son los últimos vástagos de una provincia en hipnosis; con el mentón clavado en lo que pasá allá, al Este, al Norte?).
Favio fue el hombre que supo ver.
En esta edición de
Cultura Los Andes
, firmas como el actor Edgardo Nievas ("Gatica"), los escritores mendocinos Fernanda García Lao, Lucía Brackes, Gabriel Dallas, Natalia Páez, Marcos Zangrandi, el fotógrafo Marcos López, el cantante Varón Alvarez, el director de cine Gaspar Gómez, narran cómo los ojos de Favio, el ver a través de Favio, los cambió para siempre. /
Leonardo Rearte
Dos pasionales
Por Edgardo Nieva - Actor, protagonista de "Gatica, El Mono"
Mi relación con este hombre con mayúsculas, ser entrañable y artista insuperable, comenzó cuando me puse en contacto con su hermano Zuhair Juri para que me escribiera el guión de una película que yo soñaba hacer. Mi proyecto era filmar la vida de “Gatica”, Zuhair me pidió que le diera un año y me dijo "mientras, aprovecha el tiempo y aprendé a boxear". Yo le hice caso, nos volvimos a encontrar cuando tuvo el guión terminado y le ofrecí que la dirigiera. Zuhair me dijo: "No, te agradezco, ¿pero por qué no se la ofrecés a Leonardo?".
La idea me pareció una locura. Leonardo entonces vivía en Pereyra, Colombia, y llevaba 14 años sin filmar. Hasta lo habían llamado de Hollywood para hacer la vida del Che Guevara y no aceptó, pero Zuhair insistió en que probara, total el "no" ya lo tenía. Me acuerdo bien de ese llamado telefónico, de cómo le conté la idea, me dijo que le interesaba y me preguntó de quién era el guión. "No, ¿de Zuhair? -me dijo-. Uy, el Negrito te estafó", me contestó en broma.
Nos conocimos personalmente el 3 de marzo de 1989, cuando él vino a cantar en Buenos Aires y nos encontramos en un café que estaba en la esquina de Las Heras y Salguero. Esa tarde me dijo: "Tengo una cosa hermosa y otra cruel para decirte". La hermosa era una de esas mentiras que decía él, algo de que era la tercera vez que tenía enfrente a un actor por mi riqueza expresiva. La cruel era que había soñado con un Gatica adolescente, de 18 años, al que pudiera ir envejeciendo, así que me ofrecía hacer de El Rusito, el coprotagonista.
Me dijo que lo pensara, que él mientras iba al baño, y cuando volvió yo ya tenía lágrimas en los ojos. Le dije que renunciaba a hacer de Gatica porque no quería ser una traba para que el director más grande de la Argentina volviera a filmar, pero también le contesté otra cosa por respeto a mí: "Leonardo, vas a encontrar caras más parecidas y mejores actores que yo, pero difícilmente alguien que entienda mejor el motor que sacó a Gatica de la pobreza y lo llevó ahí, porque yo vengo de ese mismo lado", le dije.
Una semana después, el viernes 10 de marzo, yo dormitaba en el camarín del teatro de Betiana Blum, que entonces era mi mujer, cuando mi hermana golpeó la puerta. Me dijo que Leonardo estaba en el bar de la entrada y estaba convencido de que yo era su Gatica. Salí corriendo del camarín, cuando entré al bar él abrió los brazos, nos abrazamos y me dijo: "Guacho, el otro día me mostraste el alma del Mono Gatica, tenés el personaje porque eso es lo que yo tengo que mostrarle a la gente. No parecerás su hermano mellizo pero después de todo, de aquí a la eternidad, la cara de Gatica va a ser la tuya".
Me largué a llorar de tal forma en medio del bar, con todos los mozos que se acercaban y me ofrecían agua, que no alcance a escuchar la segunda parte de la frase, donde me pedía que haga "un pequeño sacrificio quirúrgico". Tres meses después, entré a un quirófano para que me operaran toda la cara, me rasgaran los ojos, me ensancharan la nariz y me cortaran los lóbulos de las orejas, para lograr una cara más simétrica.
Lo que pasa es que nos cruzamos dos pasionales. Los dos pusimos muchísimo amor y también sufrimos por esa película. Cada diez días a mí me tenían que inyectar colágeno en la cara, yo gritaba agarrándome a la camilla porque ahí están todas las terminales nerviosas, y él escuchaba afuera y se descomponía. Cuando salía siempre me decía: "Sos loco, nene, ¿eh?", pero más loco era él.
La última vez que lo vi fue el 29 de agosto, durante el homenaje que le hicieron en el Congreso. Él ya estaba muy mal, en un momento lo abracé y le dije al oído: "Leonardo, estoy a punto de empezar a filmar una serie en la que hago de Juan Manuel de Rosas, ¿te acordás de ese viejo sueño mío?". El me contestó con una voz muy finita: "Ese personaje es para vos, lo vas a hacer como nadie", y yo siento que me bendijo. Sé que el primer día de rodaje lo voy a tener muy presente.
Un santo pop
Por Natalia Páez, escritora y periodista mendocina. Reside en Buenos Aires. Autora de "Mitos y leyendas del vino argentino".
Apenas una hora después de que empezara a propagarse la noticia de la muerte de Leonardo Favio apareció en Facebook el primero de los homenajes gráficos a este artista que se había ido. Era un dibujo sintético sobre un fondo celeste que rescataba en líneas simples dos de sus rasgos distintivos: el pañuelo que usaba en la cabeza y la forma de sus ojos, levemente caídos.
Su mirada melancólica. Una síntesis gráfica; una apropiación de su figura devenida en ícono pop. Así como en algún momento el dibujo de los anteojos de John Lennon representó más que su legado musical un símbolo de la militancia por la paz. O la boina del Che interpelaba sobre la rebeldía aún para los que jamás profundizaron en sus ideas.
El pañuelo y sus ojos: esos con los que miró al mundo y al género humano con una sensibilidad inteligente y compasiva, estaban siendo representados en distintas manifestaciones de la cultura popular (y compartidos en el soporte que hoy tienen más a mano, las redes sociales).
No sería el único dibujo que aparecería. Queda claro que en la figura de Favio no sólo hay una admiración intelectual por su obra artística. Un amor por sus canciones, sus películas. Como tampoco podrá reducirse para algunos el cariño por la comunión con su militancia política. En esa síntesis gráfica -pañuelo y ojos- había un homenaje a la coherencia y al talento. Al animarse a soñar. A todo eso que pervive y se transforma en memoria. Su esencia.
Favio había sido transformado -apenas minutos de conocida su muerte- en un ícono popular más desde lo emocional y menos desde el intelecto. Ya su imagen estaba lista para ser estampada en remeras, pintada en las paredes. Devocionado a la manera en que la cultura pop venera a sus santos.
El mantel de hule
Por Marcos López, artista visual y fotógrafo de reconocimiento internacional.
Desde anoche que no puedo dormir, angustiado, triste, porque tengo necesidad de blanquear un tema con Leonardo Favio. Lo voy a hacer: Leonardo: te robé la frase del mantel de hule. La dije cada vez que me hicieron una entrevista, o en una conferencia, o una clase... En Europa, en Rafaela, en México DF. Siempre hablo de " la textura del mantel de hule"... Y no siempre dije que esa frase era tuya.
De esos restaurantes de ruta, donde los antebrazos se quedan pegados levemente en el mantel, y uno espera un momento, para que no se ofenda, cuando la camarera se da vuelta, camina para otro lado, y le pasa una servilleta de papel, para terminar de limpiar la parte donde se apoyan los brazos. Ese mantel tiene que ver con la patria. Con la memoria.
Con la identidad de un país. Es como el Aleph de Borges en el Aracataca de Gabriel García Márquez, el pueblo Serodino de Saer y la costa del río Paraná de Juan L. Ortiz. El mantel de hule es la Argentina. Creo que es una frase de un libro de poemas de Favio. Estoy seguro de que esa sensación la inventó Leonardo Favio. Prefiero quedarme con esa idea y no buscarlo en google. En esas rosas rojas sobre cuadriculado celeste, gastadas de tanto trapo húmedo está la dignidad de un país. De un continente. No quiero prender la televisión, ni ver you tube, no quiero escuchar las canciones para no llorar. Un abrazo, Leonardo. Nunca es tarde cuando la dicha es buena.
Mas vale tarde que nunca. Mozo, ¡otro Gancia con soda! Quiero decir: no creo que sea tarde para contarle a Leonardo que su mantel de hule es la estructura central de todo mi trabajo desde hace 25 años.
Mi pueblo era un mundo mágico
Por Lucía Brackes y Gabriel Dallas, escritores. Autores de "Las habilidades inútiles", premio novela Ciudad de Mendoza.
Cientos de veces pasamos por esa esquina camino al colegio, cerca del Club, donde el pueblo se hace quebrada. Es la esquina de Lamadrid y Taboada, en Luján de Cuyo, donde una placa austera recuerda que ahí vivió el cantante y director de cine más importante que ha dado Mendoza. Por esas calles circuló, desnudo sobre su caballo, según cuentan las vecinas más viejas, entonces escandalizadas por el jovencito pobre y exhibicionista.
Y fue un artista porque fue sincero, porque creó en función de lo que conocía y lo que no conocía lo dejó a su imaginación. Leonardo Favio sabía que el mundo está representado en un pueblo, y él conocía muy bien a su pueblo.
Hay que ser un buen receptor, como él para entender que lo más profundo está representado en la vida de un conjunto de personas que comparten un lugar y un tiempo que a veces se siente cíclico. En ese micro mundo que es un pueblo están todos los hombres y mujeres; y están sujetos a sus propias miradas y frustraciones. Como lo supo Puig, otro cinéfilo de pueblo.
Favio supo contar las variaciones del alma del sujeto de pueblo en varias oportunidades. En “El dependiente” retrató esa aristocracia pueblerina que es aún más triste que la exagerada burguesía de la capital, más triste o más consciente de su tristeza. Por algo el dependiente pasa una, dos, tres veces por la puerta de la casa de la niña Borges y todo es igual o repetición, y cada vez que pasa las mismas paredes, las mismas miradas, las mismas marcas en la vereda. El dependiente conoce su (el)universo que lo rodea milimétricamente.
Favio habló de todo, pero siempre con humildad y poesía. La ambición es quizás un tema en “Soñar, soñar”, pero no como codicia desmedida, llena de odio y poder o destrucción del otro. No, su ambición es trágica y quiere seducir al otro, como la fantasía del empleado municipal que sueña ser artista y demostrar al mundo, a los vecinos, su ser especial. Película bisagra y maravillosa, estrenada junto con el golpe y cuyo final reflexiona sobre la violencia contenida que estaba por estallar o que ya venía estallando.
Cuando cualquier otro hubiera contado la historia de Nazareno desde el punto de vista de un pueblo asediado por una bestia. Él contó la verdad: la bestia asediada por el auténtico peligro que significa un pueblo supersticioso, que rechaza y persigue al distinto que pone en peligro a los iguales.
“Sé que nunca voy a olvidar la crítica de un inescrupuloso que señalaba que era un absurdo que un tipo del campo usara jeans en ‘Nazareno Cruz y el lobo’. Evidentemente, este buen hombre nunca fue al campo. Y, además, ¡mucho más absurdo era que el gaucho se convirtiera en lobo!”
Habló del amor, del orgullo, de la traición y de la política (o del peronismo) en “El romance del Aniceto y la Francisca”, “Juan Moreira” y “Gatica”. Porque sabía que el sincero deseo de un hombre de pueblo, antes que el dinero y el poder, es el reconocimiento.
Dejó un documental importantísimo para nuestro país, de valor poético y pedagógico. “Perón: sinfonía de un sentimiento”, porque para él los sentimientos mandan a las ideas.
Citó alguna vez a Ingmar Bergman cuando dijo “el encuadre es un tema moral”. Así lo entendía.
En su cabeza siempre cubierta hay un misterio que a nadie corresponde develar, en el niño que fue, pobre y solitario, hay una lección para todos; Favio fue el chongo poético, dulce y firme a la vez, faro de cineastas y amantes, mago del timing emocional de una cinta, cantante salvaje, actor bello y fundamentalmente alguien que se atrevió a ser lo que quiso, a mostrar el poder de la ilusión y el trabajo digno.
Varias veces Favio
Por Fernanda García Lao, novelista y dramaturga
Favio era mi mamá cantando en el living de la calle Corrientes “Ella ya me olvidó”. Después vino el exilio, y yo me olvidé de él.
Más tarde fue mi hermana, diciendo que no me podía perder” Gatica, el Mono” porque Argentina se parecía aterradoramente a esa película.
Hace justo 10 años, Favio fue la canción que dos actores cantaron en mi obra “Ser el amo: dos miserables”, que sólo encontraban consuelo cantando “Llovía, llovía”, mientras cometían atrocidades.
Tronaba afuera, cuando vi su Aniceto en un cine que ya no existe. Y entonces, fui él mientras duró su belleza.
Este Favio que se acaba de ir ha formado parte de todos. Por eso sigue acá, en la biografía de cada uno.
Su gloria fue mostrar la simpleza
Por Varón Álvarez, cantante de tangos
Brindo con mi copa en alto por un hombre que fue feliz, al que conocí hace aproximadamente un cuarto de siglo.
Como Tejada Gómez, fue un niño de la calle. Ambos supieron desarrollar en esa universidad el inagotable talento marcado por la honestidad de los sueños.
Leonardo... me parece un sueño verlo desde una multitud de muchachos en un club de Maipú admirando el carisma casi irreal en sus actuaciones frente al micrófono. Vivió muy bien tocado por esa varita, conoció el mundo con la antorcha del arte, su gloria fue mostrar la simpleza de la gente y nos deja una herencia luminosa: es posible lograr el sueño cuando se ama el trabajo.
Favio: la política como sentimiento
Por Marcos Zangrandi, escritor e investigador
El cortometraje “Gente querible” (2010), el último material conocido de Leonardo Favio, descubre la voluntad de acentuar la dimensión política e histórica de toda su obra, incluso de aquellas películas aparentemente alejadas de las discusiones de su tiempo. De esta manera, el escape de Polín (“Crónica de un niño solo”) se resignifica a la luz de las palabras de un San Martín que reclama incondicionalmente la libertad; Juan Moreira se rearticula en la voz de Rosas; las tentaciones del diablo a Nazareno Cruz son releídas bajo los argumentos de Dorrego; los peores miedos de Manuel Belgrano se reflejan en el decreto militar que prohibía difundir toda imagen y símbolo de Perón.
En 1965, la revista Primera Plana definía a la ópera prima de Favio, “Crónica de un niño solo”, con una sola palabra: poesía. Las exitosas películas de los años setentas, “Juan Moreira”, “Nazareno Cruz” y “Soñar, soñar”, por su parte, se asociaban con la exploración del alma popular. La coincidencia de la poesía y lo popular definen, justificadamente, la obra de Favio. Uno y otro rasgo invitarían a pensar a cualquier desprevenido que se trata de un cine de facciones ingenuas o cursis, de búsqueda puramente formal o de caracteres superficialmente festivos. En otras palabras, un cine despolitizado.
Por el contrario, la música, el cine y la actuación de Leonardo Favio tuvieron un sentido distintivamente político. Como se sabe, sus primeras incursiones en la pantalla grande fueron como actor. Pero, a contramano de su compromiso posterior, Favio forjó inicialmente su carrera en películas de dirección "contrera":
“El secuestrador” (1958), “Paula cautiva “(1963), “Dar la cara” (1962), “La terraza” (1963), entre otras. En “El jefe” (1958), interpretaba a un joven que dejaba a su familia de la alta burguesía venida a menos para unirse a la banda de un refinado matón, estafador y pornógrafo llamado Berger.
Aquella cinta, producida bajo la nueva ley de cine generada en los tiempos de la Libertadora, quería alegorizar en la figura de Berger, según su director Fernando Ayala, al presidente derrocado tres años atrás y a su gobierno. Puede recordarse también, en este sentido, la participación de Favio en “Fin de fiesta” (1960) de Torre Nilsson, film que narra la caída de Braceras, un caudillo fraudulento del conurbano de Buenos Aires durante los treinta, personaje que pretendía contener los caracteres políticos de Perón.
El Favio director es, en cambio, sintomáticamente peronista. Los perdedores, los fracasados, los perseguidos, los obstinados e inocentes: son estos los personajes que edifican sus películas -y no los obreros, figura central del imaginario peronista-. Tales caracteres, por supuesto, no son extraños en el cine argentino. La mirada que el realizador tiene hacia ellos, sí -con la excepción del Lautaro Murúa de “Shunko” (1960) y de “La Raulito” (1975)-.
No puede encontrarse en estas ficciones un ademán de denuncia, de ironía o de espanto (a diferencia del rictus de pavor frente a las aberraciones de la villa en “El secuestrador” de Torre Nilsson). Las películas de Favio se colocan a la misma altura de las ilusiones y de los berretines de Polín y del Aniceto, de Moreira y de Gatica (acaso del mismo Perón en la extensa Sinfonía).
Su cine no teoriza, no quiere enseñar; cae en lo cursi (como sus canciones), sí, porque acompaña a sus personajes, observa el mundo y se ríe con ellos, sufre y llora con sus desgracias. ¿Cómo no identificarlo con el carácter plebeyo, aluvional y popular del peronismo; con su historia de persecución y proscripción? La política de Favio, por eso, nunca es doctrina, es puro sentimiento. En “Gente querible” hay dos fragmentos que acentúan la amalgama de ese sentir con el peronismo, y que pueden entenderse como una última palabra de Favio.
Un recorrido de “Soñar, soñar” por una feria en la que se mezclan los mariachis, un faquir, una espigada loca contorsionándose al ritmo de la cumbia, patinadores, magos y bailarines. Jauretche habla: "Nada grande se puede construir con la tristeza". La alegría popular, la multitud variopinta no son elementos baladíes, son, por el contrario, pura política. Y Gatica, gritando enardecido sobre el ring: "¡A mí se me respeta! ¡Viva Perón, carajo!".
Como ningún otro de sus personajes, el Mono, sangrante y deformado por los golpes, remacha ese sustento de resentimiento e ilusión populares que alimentaron las bases del peronismo.
Cautivó a generaciones completas
Por Gaspar Gómez, director. Realizador de "Road July".
Mi primer trabajo profesional en el mundo audiovisual me llegó a los 19 años, a poco de ingresar a la escuela de cine. Las ganas incontenibles de estar en un rodaje y un poco de suerte me pusieron a trabajar como eléctrico en la serie "El jardín de los infiernos" junto al equipo de cámara de "Gatica", liderado por el gran Héctor Collodoro.
Allí en medio de mi inédita fascinación por el mundo tras las cámaras, me llovían anécdotas de cómo era Favio en el set y las vivencias, a través de la admiración del gran cameraman, parecían hablar de un mito lejano más que de un director argentino de carne y hueso. A pesar de ello, supongo que por perfil y por distancia generacional, no fue Leonardo Favio ni su obra una fuente de influencias para mí. A decir verdad, me impactaron más hondo las repentinas partidas de Lucho Bender o Fabián Bielinsky, cuyas obras en cierto modo representaban, desde mi punto de vista, el camino a seguir.
La figura de Favio es para mí la de alguien capaz de cautivar generaciones completas a fuerza de personalidad en su obra, algo muy valioso en un país que, como tantos otros, permanece invadido y tomado por el cine hollywoodense. Para muchos estamos frente a la muerte de Favio, pero sin dudas él puede descansar en paz sabiendo que renace cada vez que alguien se sienta frente a la pantalla para ver alguna de sus películas. La magia del cine.