Leonard Bernstein, la música clásica nunca estuvo tan cerca

Hoy se cumple un siglo del natalicio de una de las figuras claves de la música clásica del siglo XX. Un artista cuyo legado vive.

Leonard Bernstein, la música clásica nunca estuvo tan cerca
Leonard Bernstein, la música clásica nunca estuvo tan cerca

La música suele ser un lugar para los genios, pero no para los multifacéticos. Quizás por eso Leonard Bernstein (1918-1990) es una estrella que brilla sola en la música clásica del siglo XX.    

Lo sugirió el pianista Arthur Rubinstein, cuando dijo que él era "el mejor pianista entre los directores, el mejor director entre los compositores y el mejor compositor entre los pianistas". Pero se quedó corto: Bernstein también era educador, divulgador, escritor y divo. Y si pasó a la historia, fue por cada una de sus facetas.

“El problema es que yo no puedo hablar como un director de orquesta, porque no soy un director de orquesta -le dijo a Helena Matheopoulos, quien lo cuenta en su famoso libro “Maestro”-. Soy algunas veces director, aunque siempre y exclusivamente soy un músico, para quien dirigir (y componer, enseñar, tocar el piano) pertenecen a una misma actividad: hacer participar a la gente de todo eso que yo siento y sé sobre la música”.

Hoy, que se cumplen exactamente 100 años del día en que Leonard Bernstein nació (25 de agosto de 1918, en Massachusetts), su figura vuelve al podio. Especialmente en Estados Unidos, donde es todo un emblema de la cultura nacional: por estos días, unos 3.500 homenajes se reparten por el mundo, especialmente en el país del norte, donde él es un símbolo de la esperanza cultural de los años de John Fitzgerald Kennedy y de los movimientos pacifistas.

No casualmente se realizarán dos biopics sobre él: en una, será interpretada por Bradley Cooper (con dirección de Josh Singer y producción de Martin Scorsese y Steven Spielberg); en otra, por Jake Gyllenhaal (con dirección de Cary Joji Fukunaga).

Sus mil rostros 

Si Bernstein fue grande, no fue solo por su incansable trabajo al frente de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (a la que dirigió por primera vez con apenas 25 años, y hasta cinco días antes de morir), sino también por su trabajo como divulgador.

Él fue una figura crucial en las postrimerías del Estado de Bienestar, cuando grandes masas pudieron acceder a la industria cultural y la tecnología. Condujo los llamados “Conciertos para la juventud”, que se transmitieron de 1958 a 1972 en televisión, y sí no solo acercó la música clásica a miles de nuevos oídos, sino que fue la primera cara que muchos vieron por la pantalla.

Además de su erudición, contaba con otras armas: era una especie de showman entrañable y a la vez didáctico. Ese carisma e interés por relacionarse con los jóvenes los tuvo hasta el final de su vida, en 1990.

Incluso cuando dirigía, todo él era una materia en trance. Para él tomar la batuta no era un acto de frío tecnicismo, sino una expansión de amor. Temblaba, saltaba, se erizaba, su cara se desfiguraba de dolor o de felicidad. Y no tuvo pocas críticas por ello, de hecho. Sus interpretaciones “dionisíacas” fueron desaprobadas por los más conservadores.

Pero él siempre estuvo más allá: para él la música era un acto comunicativo. Y su cuerpo, un lenguaje más. Dijo muchas veces que para él la música solo existía compartiéndose con otro: “Si miro un atardecer solo, no hay un atardecer. Nada existe para mí sin participación”. Lo decía también en otros términos: hacer música era un inmenso acto de amor.

Sin embargo, si algunos lo conocieron por la televisión, otros lo hicieron por el cine: cuando su musical “West Side Sory” (“Amor sin barreras”) se hizo película, en 1961, el filme ganó diez Oscar y se convirtió en uno de los ejemplos más perfectos del género musical. Se trataba de una versión de “Romeo y Julieta” en unos Estados Unidos que prometían la gloria pero se hundían en el espanto de la discriminación y los prejuicios interraciales.

Pero además de este musical, Bernstein escribió tres sinfonías, diversas canciones y cantatas, dos ballets, dos composiciones corales, dos comedias musicales más, una ópera lírica y hasta una banda sonora premiada con otro Oscar.

Su música 

Su estilo merece un párrafo aparte, porque se diferenció notablemente de los intrincados caminos que estaba siguiendo la música académica de esa época. Mientras la llamada Música Contemporánea se decodificaba en lenguajes de la posvanguardia, él no solo continuó en la vereda de la tonalidad, sino que incorporó sonoridades urbanas: jazz, swing, balada, congas (“Wonderful Town”), mambos (“West Side Story”) y hasta un aparatoso tango (“Candide”).

En su mente sonaba todo por igual y creó una vertiente musical híbrida entre las técnicas heredadas y los fuegos artificiales de las nuevas músicas y las calles de Broadway.

Es uno de los pocos compositores que entendió que, a esa altura de la Modernidad, la música iba a tener que resignar las pretensiones de progreso “adorniano” para poder continuar comunicándose con el público: la “espectacularidad” de la que habló alguna vez el ensayista Alessandro Baricco.

Sus amores

La chilena Felicia Cohn Montealegre fue la compañera de toda su vida, de 1951 a 1978, cuando murió de cáncer de pulmón. Siempre supo que Leonard era bisexual e incluso le aceptó “aventuras” fuera del matrimonio. Se rumorea que una de ellas incluso fue con el propio Marlon Brando.

Estuvieron a punto de separarse cuando él decidió irse con su pareja Tom Cothran, aunque cuando a ella le diagnosticaron su enfermedad volvió para acompañarla.

Él confesó que el año que corrió desde enero de 1978 a enero de 1979 fue el peor de su vida: lo atacó el remordimiento, el insomnio, y volver a hacer música no sería igual que antes.

Luego de esa época, algunos notan que cambió su forma de dirigir: sus tiempos elásticos, que se desplegaban o se contraían, formando remansos de intensa emocionalidad, se acentuaron más, especialmente en la paleta dolorosa de los graves. Y dirigió así hasta cinco días antes de su muerte.

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