Nada es tan poéticamente estremecedor como su muerte: solitario en la casucha del jefe de estación de Astápovo. "Perdido en la blancura de la estepa", imagina Tomás Eloy Martínez, esa fría madrugada de 1910 mientras "los campesinos cantaban un antiguo himno funerario". Fugitivo de su propia familia, octogenario, había decidido partir apenas con su discípulo y un baúl con ropa blanca y libros. Lo sorprendió una neumonía en el ferrocarril. Lo último que dijo, filántropo, fue "Amo a todos".
León Tolstói había nacido el 9 de setiembre de 1828 bajo el signo de la antigua nobleza rusa. Fue el cuarto de los cinco hijos de un conde y una acaudalada princesa, dueños de Yásnaia Poliana, una gran finca en la región rusa de Tula.
Apenas con 9 años, el pequeño aristócrata quedó huérfano. En 1843 marchó a la Universidad de Kazán, donde se matriculó en la Facultad de Letras, carrera que abandonó por derecho. No era buen estudiante, ni destacaba en su rendimiento académico.
Según cuenta él mismo en "Adolescencia", a los 16 carecía de toda convicción moral y religiosa, era perezoso, disoluto, tenía una asombrosa resistencia alcohólica, jugaba a las cartas sin control y obtenía sexo con envidiable facilidad. Típico estudiante rico y regalado, se cansó de Kazán y se instaló en la deslumbrante San Petersburgo.
Pero al salir de la universidad, en 1847, huyó de la ciudad y regresó a su Yásnaia Poliana natal. Reencontrado con los campesinos, tuvo un golpe de conciencia: una profunda sacudida ante la miseria, el dolor, la injusticia.
Y ya no pudo no verlo: de algún modo, necesitaba hacer algo. Pero en medio de ese proceso interior, ingresó en el ejército a instancias de su amado hermano Nicolás.
El enfrentamiento en las fronteras del Cáucaso contra las guerrillas tártaras le reveló dos cosas. No temería a la muerte y abrazaría una nueva fe panteísta, un singular misticismo.
La Guerra de Crimea y una ejecución en público que presenció en París terminaron de desencadenar su rechazo a la violencia. Poco después de ser testigo del sitio de Sebastópol, se reintegró a la frívola vida de San Petersburgo, pero de vuelta sintió el vacío. "He adquirido la convicción de que casi todos eran hombres inmorales, malvados, sin carácter...Y estaban felices y contentos, tal y como puede estarlo la gente cuya conciencia no los acusa de nada", escribe sobre los habitantes de la urbe.
Ya declarado pacifista, se retiró y compartió sus ideas sobre la "no violencia activa". Libros como "El reino de Dios está en vosotros", tuvieron un profundo impacto en grandes personajes como Mahatma Gandhi (con quien intercambió muchas cartas) y Martin Luther King.
Escribió, en 1866, "Cuánta tierra necesita un hombre", un cuestionamiento que lo enfrentaba a sus más profundas contradicciones de clase. Y un clásico que no pierde vigencia.
¿Lo recuerdan? Pahom es un campesino que vive con su mujer y tres hijos en el oeste siberiano. Tiene una pequeña parcela, pero no le basta. Desea tener más tierra y así poder ser feliz. Cada vez que compra una propiedad o decide partir en búsqueda de nuevos campos de cultivos, la angustia lo come. Tiene más tierras, es más rico, pero siempre quiere más.
Adscripto a la corriente realista, intentó reflejar fielmente la sociedad en la que vivía.
Su novela "Anna Karenina" (1877) cuenta las historias paralelas de una mujer atrapada en las convenciones sociales y un terrateniente filósofo, Liovin, que intenta mejorar las vidas de sus siervos (apellido derivado del nombre Liova, el diminutivo de Lev; así es como llamaba, en privado, a Tolstói su esposa Sofía Behrs).
Son impresionantes "La sonata a Kreutzer" (1890), curiosa condenación del matrimonio y la obra más patética de todas: "La muerte de Iván Ilich" (1885).
Pero es "Guerra y Paz", claro, la obra monumental en la que describe las vidas de 500 personajes distintos en medio de la invasión napoleónica a Rusia en 1812. Y sí, Tolstói tuvo una importante influencia en el desarrollo del movimiento anarquista, concretamente, como filósofo de la corriente anarquista cristiana y anarcopacifista.
Otra educación
Quizá la imagen más emblemática de Tolstói es la de ese anciano excéntrico de largas barbas blancas y arrugas profundas en la frente. Sus ojos -ojos de novelista- revelan batallas para reformar la vida social de su patria y sus agotadoras derrotas.
Viajó por Francia, Alemania, Suiza. De esos sitios trajo las revolucionarias ideas pedagógicas que le moverían a abrir una escuela para desposeídos y fundar un periódico sobre temas didácticos al que puso por nombre el de su tierra natal, Yásnaia Poliana.
La enseñanza en su institución era gratuita, los alumnos podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún motivo, se procedía al más mínimo castigo. La escuela estaba ubicada en una casa próxima a la que habitaba Tolstoi y la base de la enseñanza era el Antiguo Testamento.
Pronto fue imitada por otras, pero la corriente despertó sospechas y recelos. León, además, no cesaba en sus batallas contra la censura, en su defensa de la libertad de palabra, incluso para los disidentes políticos.
Resentido, el gobierno, mandó a cerrar su escuela. Pues el proyecto también se había echado en contra a la Iglesia Ortodoxa, dado que negaba abiertamente su parafernalia litúrgica, denunciaba la inútil profusión de íconos y la hipocresía y superficialidad de los popes.
Tal como narra su biografía, también cargó contra el ejército basándose en el Sermón de la Montaña y recordando que toda forma de violencia era contraria a las enseñanzas de Jesucristo. Se ganó, así, la enemistad juramentada no sólo de los militares sino del propio zar. Su temperamento bondadoso pero fluctuante despertó inquietudes también en sus campesinos, a quienes concedió la emancipación tras el decreto de febrero de 1861.
Tal como escribió Eloy Martínez, Tolstói tenía incontables enemigos: “El Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa lo excomulgó en 1901, precisamente porque profesaba un anarquismo cristiano, según el cual cada hombre puede decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal, sin confiar en mediadores que corrompen el verdadero mensaje de Jesús. Era un difusor incansable de esas ideas y empleaba casi toda su fortuna en panfletos, asambleas de campesinos, pagos a prosélitos e incesantes obras de propaganda.
Una escuela tolstoiana en el sur mendocino
En 1924, el compositor ruso Alejo Vladimir Abutcov (1872-1945), quien había sido profesor de la Capilla Imperial de Coral de San Petersburgo, se instaló en el sur mendocino.
Había sido músico del zar, ingeniero agrónomo y amigo de Tolstói. Tras la Primera Guerra Mundial, encontró su refugio en General Alvear, donde trabajó la tierra y fundó su propia aldea tolstoiana.
Su idea fue fundar en el sur mendocino una colonia tolstoiana. En la finca que adquirió en Carmensa (San Pedro del Atuel), quiso organizar clases a un pequeño grupo de campesinos con los métodos de la escuela Yásnaia Poliana. Construyó él mismo su austera casa de quincha y promovió el cultivo de la zona para generar un espacio autosustentable. Pero sólo se sumaron al proyecto dos agricultores solteros y una familia poco numerosa.
Tal como ha investigado Diego Bosquet, Abutcov se convirtió en el pionero de la enseñanza musical institucionalizada en el sur de la provincia. Creó, además, el Conservatorio "Schubert", en 1928, en la localidad de General Alvear. Único profesor, Abutcov enseñaba allí piano, violoncelo, viola, violín, canto, guitarra, armonio, mandolín, trombón, acordeón, bandoneón, composición, teoría y solfeo.
También en Alvear fundó una filial local de "Solidaridad Internacional Antifascista". Y escribió varios artículos en revistas anarquistas de Buenos Aires.
Apreciado por los habitantes de su patria adoptiva, falleció el 25 de agosto de 1945 y fue sepultado en el cementerio del departamento.
Dejó un legado de más de 400 obras musicales, entre las que se encuentran dos libros sobre contrapunto y armonía.
A principios de 2000, sus partituras y parte de su documentación fue rescatada y forma parte de la investigación de Bosquet.
La casa solitaria de Carmensa aún está en pie.