León Balter, que durante años fue corresponsal de Los Andes en Estados Unidos, señala que de la gran cantidad de sucesos que tuvo que cubrir, lo más espectacular que vivió en su vida periodística fue la partida del Apolo 11 a la Luna.
Los recuerdos surgen frescos de este hombre que hoy vive en Buenos Aires y sigue, a los 91 abriles, colaborando con medios especializados de cine.
Balter tenía 41 años cuando Estados Unidos lanzó su misión al satélite natural de la Tierra. Desde 1955 estaba establecido en Los Ángeles (California) y en 1969 ya había entrevistado para este diario a las figuras de Hollywood.
En las vísperas del lanzamiento del cohete a la Luna, nuestro hombre estaba en su departamento, en la Meca del cine. "Recuerdo -relata por teléfono- que estaba en el living de mi casa, mirando la TV y de pronto sonó el teléfono. Era Antonio Di Benedeto (por entonces subdirector de Los Andes, fallecido en 1986), a quien yo consideraba mi amigo. Fue breve: me pidió que viajara de inmediato a Cabo Cañaveral y que cubriera la partida del Apolo 11. Como estaba cómodamente sentado, traté de disuadirlo y le ofrecí pasarle mis impresiones mirando todo por televisión. La respuesta de Di Benedetto fue inmediata, terminante y con un dejo de asunto terminado: 'Quiero tus impresiones en persona y las mandás desde el lugar'. No hubo nada que discutir. Le prometí que haría lo posible por cumplir y el diálogo se cerró".
Con las horas, supo que iba a poder transmitir sus materiales a través de la United Press International (UPI), que dispondría de equipos teletipos en el sitio. El mayor problema de Balter fue llegar al área de lanzamiento a tiempo, ya que la distancia entre Los Ángeles y Florida era de unos 5.000 kilómetros y sin conexión directa. Pero, se las ingenió para llegar a la medianoche del día siguiente, antes de la partida de los astronautas.
Camino al aeropuerto de Los Angeles compró en una tienda un telescopio, que le sería de gran utilidad.
Benedetto tenía razón
"Llegué a Cabo Cañaveral a las 22 y me acredité. El vuelo del Apolo estaba programado a las 9 de la mañana. Preferí ir al lugar de partida, a una tribuna para contener a unos 3.000 periodistas e invitados. La nave espacial estaba a unos 3 kilómetros de distancia. No se podía ir más cerca. Fue entonces cuando se justificó la adquisición del largavistas, que me acercaba al Apolo y a sus tripulantes. Me acomodé en la parte superior de la tribuna, y mientras amanecía vi que había una larga trinchera para acomodar a más de 200 fotógrafos y camarógrafos. Empezaban a llegar los periodistas y reporteros gráficos. Para entonces ya había escrito tres notas con mis sensaciones, que despaché a través de la UPI, que había instalado cuatro remolques para los periodistas que quisieran mandar sus materiales".
Según este veterano, el contexto era de gran expectativa, porque junto a los periodistas se habían dado cita casi cinco mil civiles. "Una verdadera romería, un enjambre de hombres y mujeres mirando al cielo con emoción", evoca.
Finalmente el Apolo encendió sus motores. "El ruido -acota el entrevistado- era como el de 100 locomotoras. Y empezó su viaje. Los que estaban presentes gritaban y muchos, incluyéndome, teníamos lágrimas de emoción. Luego la nave desapareció de la vista. Me di cuenta entonces qué razón había tenido Di Benedetto cuando me sacó de 'patitas a la calle' para ir a Cabo Cañaveral, y ver el 'espectáculo' en vivo y en directo".