El lenguaje “inclusivo” excluye. ¿Por qué? Porque crea una solución a un problema inexistente e implantado, dividiendo a la población a través de la lengua, que es justamente nuestra principal herramienta para la comunicación. Confunde al género gramatical con el sexo biológico, simplificando absurdamente el análisis del lenguaje.
El género gramatical es una propiedad de un cuarto de las lenguas del planeta, que clasifica a los elementos nominales en dos, tres o incluso más géneros. Su principal función es establecer la concordancia. Por ejemplo, en ‘el chico petiso’, el adjetivo y el artículo concuerdan en género y en número con el sustantivo al que modifica. El español posee dos géneros: femenino y masculino. Solo conserva el neutro en los pronombres como esto, aquello, eso o en el artículo lo.
Ahora bien, el lenguaje “no machista” equipara el género masculino y femenino gramatical a lo femenino y lo masculino biológico. Llamar a estas categorías gramaticales de este modo proviene de las lenguas antiguas, pero bien se podrían haber nombrado de otra manera. De hecho, la mayoría de los sustantivos son inanimados y aun así todos poseen género, negando así que este último sea una característica intrínseca al sustantivo. Ni siquiera existe una correspondencia biunívoca en los sustantivos animados, como podemos observar en aquellos que poseen solo un género que corresponde tanto al sexo masculino como al femenino: el personaje, la persona, el bebé, el pulpo, la jirafa, la cebra…
El género gramatical tiene muchas funciones y solo una de ellas es la del masculino genérico (donde el masculino incluye a los dos sexos). Otras funciones son, entre varias, la distinción posible entre profesión ejercida y la materia de dicha profesión (el biólogo/ la biología); distinciones asociadas al tamaño, donde el masculino muestra menor tamaño (el huerto/la huerta) o al revés (el barco/la barca). Existen otros casos como el de el policía o la policía donde el femenino puede tanto marcar el cambio de sexo como referirse a la profesión o al cuerpo de seguridad de un Estado. Además, el masculino puede referirse a lo individual y el femenino al conjunto (el leño/la leña).
Nuestra lengua ya posee un mecanismo para incluir a un grupo de personas independientemente de su sexo o cómo se perciba. Ver al masculino gramatical como una muestra de machismo es forzar una visión ideologizada y simplista en ella, desconociendo su naturaleza. Por ello, no apoyo la adopción del lenguaje “inclusivo” en la universidad. Como mencioné anteriormente, este nos divide y enseña a las personas a ofenderse y a sentirse excluidas ante un problema inexistente.
La Universidad debería ser neutral ante estas ideologías y mostrar una mirada más objetiva. No cualquier forma que se utilice en la cotidianeidad corresponde a lo académico. Por ahora, este lenguaje es agramatical. Sin embargo, los individuos en su día a día pueden hablar como deseen, aunque muchos pensemos que ya existen demasiados problemas en nuestro mundo y que fabricar uno en la lengua requiere demasiado esfuerzo cognitivo y tiempo.