Por Fabián Galdi - fgaldi@losandes.com.ar
La nueva estructura que fue aprobada por una Asamblea extraordinaria en la AFA es gatopardismo puro por excelencia: cambiar algo, en la forma, para que nada cambie, en el fondo.
El esquema del reparto de dinero no es nuevo en los vicios que arrastra la dirigencia del fútbol en su ADN. Tampoco responde a vaivenes de signo político o a coyunturas: está en la identidad misma de un círculo vicioso que beneficia a pocos en perjuicio de muchos desde tiempos inmemoriales. Los grandes serán más grandes y los chicos, más chicos. Las diferencias se van a ahondar entre las entidades futbolísticas.
Queda en establecer un juicio de valor acerca de si esta situación es justa o no lo es. Al menos, desde el prisma en el que se la mire. Lo cierto es que el proyecto estuvo lejos de ser un hecho circunstancial. Todo lo contrario: llegó para quedarse. El lunes de la semana pasada, un cuarto intermedio por 48 horas obró como una puesta de escena para ocultar que los dirigentes afistas iban -como finalmente hicieron- a definir el punto medular del debate en una reunión a solas.
Ese modus operandi tampoco es novedoso. En otro momento, ni siquiera había debate: la figura patriarcal de Julio Humberto Grondona definía todo sin consultar. El pulgar hacia arriba a hacia abajo de Don Julio era suficiente. Sin la presencia física de quien actuaba como un emperador, los cuadros medios se dividieron en facciones pour la gallerie: de facto, el llamado ‘grondonismo sin Grondona’ sigue armando y desarmando alianzas políticas para asegurarse el manejo discrecional del poder.
Para muestra basta un botón: el consenso se logró entre cuatro directivos de peso a la una de la mañana y en un lugar privado, mientras la mayoría aguardaba pacientemente que se cumpliera el plazo para reabrir la discusión. Así, los dirigentes Daniel Angelici, Hugo Moyano, Claudio ‘Chiqui’ Tapia y Daniel Ferreiro acordaron posiciones sin consulta entre pares.
A lo Grondona. Mientras el foco se intenta poner en la reestructuración de las competencias futbolísticas, con un calendario afín a la temporada europea entre agosto de un año a mayo del otro, el punto base anida realmente en cómo el fútbol reclama más subsidios de donde fuere y sin fijarse en la fuente aportante. Si los fondos provienen de los fondos estatales o privados no importa. Lo único que se busca es asegurarse una extensión del derrame de billetes.
El circuito se retroalimenta: un club equis genera deudas, no cumple los compromisos de pago y luego presiona para que se geste una condonación del monto generado o si no que le llegue un aporte de plata fresca desde donde fuere. El control sobre la gestión es mínimo y la rueda avanza pisando los acuerdos previos respecto de cómo hacerse cargo de lo que se debe. Ahora, inclusive, se avanza sobre la posibilidad de que se mantenga la gratuidad de las transmisiones de fútbol hasta 2019, pero a la vez que el monto prometido desde Balcarce 50 sea mayor al actual.
La FIFA, como entidad madre del fútbol mundial, también está inmersa en una crisis galopante desde que estallara el FIFAgate a mediados de 2015. Con decenas de directivos investigados por la Justicia y en fase terminal, el escándalo cayó sobre la dirigencia del fútbol sudamericano cual si fuera un tsunami. Las cabezas continúan rodando y hasta el propio presidente de la AFA, Luis Segura, actúa como si estuviera tratando de desembarazarse del asunto en vez de encolumnarse junto con quienes buscan enfrentarlo con el afán de esclarecer responsabilidades para luego encarar el modo de solucionarlo.
En un virtual estado de anarquía, la Asociación del Fútbol Argentino hoy se asemeja a una tierra de nadie. Hasta la pomposamente autodenominada comisión normalizadora no termina de consolidarse como tal, más allá de que cuenta con sendos veedores internacionales, como el suizo/colombiano Primo Corvaro (FIFA) y la abogada paraguaya Monserrat Giménez (Conmebol). Ninguneado, este virtual ente regularizador navega en aguas encrespadas: la Súper Liga quiere que los fondos por los derechos de la TV lleguen directo desde la AFA y sin intermediación alguna del ente intermedio que fuere.
El negocio del fútbol sigue siendo redituable pero los clubes han dilapidado esos recursos hasta el punto de que las deudas en conjunto con la AFA suman alrededor de 1000 millones de pesos.
Cómo se llegó al descontrol es la pregunta que aún no tiene respuesta. Cómo se podrá llegar a la solución es el gran interrogante. Si los clubes pretenden actuar en conjunto con el Gobierno, que mantiene el control de Fútbol para Todos, que se sinceren. Hoy, la Súper Liga es una denominación pomposa, pero en las condiciones en la que fue creada parece más de lo mismo.