El viajero que recorriendo la India se aventure por el norte hasta Leh, buscará en vano similitudes entre la tierra y la gente que ha dejado y aquellas que encontrará en la capital de la región de Ladakh, enclavada entre la cordillera de los Himalayas y la de Karakoram.
Los rostros y la psiquis de los Ladakhis, así como la ropa que visten, se asemejan mucho más a los del Tíbet y el Asia Central que al resto de la India. Y es en esta ciudad donde el Dalai Lama se retira una vez al año para meditar y traspasar sus enseñanzas a los lamas que cuidan celosamente los cientos de monasterios que pueblan la región. Es que, según los entendidos, aquí se respira el verdadero espíritu de las milenarias tradiciones tibetanas, más aún que en el propio Tíbet. No en vano la inmigración desde ese país comenzó hace más de mil años "y desde la ocupación china las cosas han cambiado mucho, y no precisamente para bien", cuenta Tenyi, un guía turístico que, aunque nacido en Leh, mientras orgulloso su pasaporte tibetano. A su vez, el budismo llegó al Tíbet desde la India a través de estas tierras, y hoy los budistas de Leh conviven pacíficamente con los musulmanes, que llegaron años después.
Pequeños y antiquísimos monasterios llamados Gompas -de los que cuelgan miles de banderas con oraciones prendidas al cuello-, decenas de ruedas de oración, afilados monolitos resplandecientes de blancura (mani) y singulares edificaciones con forma de pimentero (chorten), se mezclan en perfecta armonía con las poco pretenciosas mezquitas y los imponentes Imbaras islámicos, coronados por domos de bronce que brillan resplandecientes a la luz del sol.
Un poco de historia
Por cerca de 900 años, desde mediados del siglo X, Ladakh fue un reino independiente cuyas dinastías descendían directamente de los reyes del antiguo Tibet. En el siglo XVII alcanzó su apogeo bajo el reinado del famoso rey Sengge Namgyal, quien le dio una estabilidad política a su reino sin igual, en contraste con las tribus sin ley del oeste. Debido a ello, la región se convirtió en la ruta predilecta de los comerciantes que llevaban especies, textiles, seda, alfombras y narcóticos entre el Punjab y Asia Central. Y fue aquí -entre las alturas orientales de Ladakh y el oeste del Tibet-, donde nació el mundialmente famoso "cashimir", cuya suavidad y tibieza sería, irónicamente, la perdición del reino: en 1834 el gobernante de Jammu, Gulab Singh, puso sus ojos en el lucrativo negocio de la cachemira y envió a su general Zorawar Singh a ocupar la región. Le siguieron años turbulentos que sólo se calmaron con la intervención británica y a mediados del siglo pasado, con la partición de India y Pakistán, Ladakh pasó a formar parte del estado de Jammu y Kashmir.
Como en el viejo Tíbet
El turismo está bien desarrollado en Leh y, además de la gran variedad de hoteles, hostales y agencias de viajes que ofrecen tours, el viajero puede elegir entre los innumerables restaurantes ubicados al aire libre o en cuidados jardines, donde es posible disfrutar verdadera comida tibetana- no tan picante ni cargada de especias-, así como india, china, italiana, israelí y hasta coreana.
Pero si prefiere algo más auténtico, aventúrese sin miedo por los diminutos y oscuros puestos de comida que se agolpan cerca del mercado, a un costado de las carnicerías, donde muy pocos turistas entran y los lugareños beben su chai y hacen vida social.
O compre agua mineral, frutas en el mercado y una hogaza de delicioso pan hecho frente a sus ojos, y continúe alegremente su travesía entre las imperturbables vacas y las bocinas de los claxons -una verdadera manía en toda la India-, subiendo hasta perderse por las callejuelas donde, en diminutos gompas que aparecen a cada vuelta de esquina, los lamas hacen sonar sus tambores y platillos y repiten las letanías extraídas de antiquísimos libros que reposan ahí para el que los quiera usar. No se molestan si el turista, respetuosamente, fotografía mientras ellos rezan los coloridos frescos que cubren las paredes o las escalofriantes máscaras, ni menos se niegan a conversar tímidamente una vez finalizado el cumplimiento de su rito.
Afuera los niños juegan y las mujeres lavan, tejen y rezan, dando infinitas vueltas a unos tamborcitos en su mano izquierda. Verá como todo el mundo lo saluda: niños, mujeres, monjes y ancianos. "Julley!", se escucha al pasar. La palabra significa hola, adiós, buenos días, buenas tardes y buenas noches, y es lo único que necesita decir para entablar amistad. Es que los ladakhis deben ser de las personas más cordiales del mundo, y no es raro que lo inviten a pasar a beber un vaso de chai o a compartir su comida. Y si se queda unos días en la ciudad y tiene suerte, puede que hasta lo conviden a alojar. No dude en aceptarlo. Vivir por dentro el estilo de vida tibetano es una experiencia imposible de describir en este reportaje.
Al otro día, camine por Zangsti hasta el Centro Ecológico de Ladakh y desde allí siga hasta el gompa Sankar, o doble por Changspa -un atractivo poblado-, hacia el moderno Shanti Stupa construido con donaciones de los budistas japoneses y desde el cual se tiene una impresionante panorámica del valle y la cordillera Himalaya.
En un radio de 10 kms. a la redonda -posibles de hacer sólo si es un adepto del trekking o arrendando un taxi, una moto o un auto en el centro-, se encuentra el poblado de Spituk, cuyo gompa alberga una inmensa estatua de Buda, y los encantadores poblados de Sabu y Choglamsar, en el que se puede visitar un refugio de niños-monjes y el sitio de oración del Dalai Lama, Jiva-tsal, a quien se lo puede ver, como a cualquier mortal, entre los meses de julio y setiembre.
Por supuesto, Leh no es el único atractivo de la apasionante región de Ladakh. Además de las diversas rutas para los amantes del trekking que incluyen excursiones por los Himalayas, unos pocos kms. hacia el norte del valle del Indus se encuentra Shey, la más antigua capital del reino, cuyo magnífico palacio y templos tapizados de vibrantes y antiquísimos murales fueron restaurados a principios de los 80'.
Stok, cruzando el río desde Leh, es el poblado con que la desposeída familia real fue compensada por los británicos al perder su trono. De los innumerables gompas que pueblan la región, el más antiguo es el de Lamayuru, el que se cree fue un sitio sagrado para los pre-budistas que profesaban una fe llamada Bon.
Phiyang, Hemis y Chemrey también fueron edificados bajo la dinastía de los Namgyal y en todos ellos el visitante se sentirá transportado hacia una época llena de esplendor y misticismo.