A comienzos de la década de los ’70, en el Chile de Allende, Armand Mattelart y Ariel Dorfman publicaron “Para leer al Pato Donald”. La invitación, la tesis central del libro, fue totalmente pertinente entonces y lo es en cualquier época. Los cambios sociales profundos precisan, para serlo, decodificar los mensajes en las historietas, en los dibujitos, en los consumos culturales masivos. Los valores, la lógica imperial de dominación viene encriptada en ellos.
En esos inicios de los ’70, la revista, la caricatura era un consumo difundido. Cuánto más, hoy, la omnipresencia mediática afecta nuestra percepción del mundo y hasta define valores.
No se puede leer el fenómeno que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca sin una interpretación de procesos sociales, culturales y económicos de Estados Unidos (y del mundo todo) actual.
Y, efectivamente, se ha interpretado de muy distintas maneras este proceso político, se ha caracterizado profusamente a Trump, pero, me parece, faltan lecturas culturales, epocales y, por qué no, cuestionamientos a las categorías mismas que utilizamos. Así como en los ’70 era necesario ver con otros ojos el Pato Donald, hoy deberíamos hacernos algunos replanteos semejantes.
Lo primero a decir es que el autor de estas líneas deplora el racismo, la xenofobia y su utopía (o su punto de partida según lo plantea Rancière) es la igualdad del género humano. Y Trump tuvo, sin lugar a dudas, afirmaciones y comportamientos racistas y xenófobos, entre otras discriminaciones execrables.
Dicho esto, pido, requiero profundizar el análisis.
Esa categoría, la condena ética, tan de moda, debe ser puesta en la picota porque está en el corazón de la trampa imperial. Alegan que Sadam Hussein tiene armas de destrucción masiva, hay una condena “escandalizada” y se decide una invasión a Irak. Decenas de ejemplos podemos dar en que se describe un hecho de modo amañado, manipulado o inventado y, a partir de allí, se postulan consecuencias políticas, sociales o judiciales. Prima el grito, el escándalo moral, el foco es un individuo malvado, pero hay una carencia absoluta de análisis de las estructuras que hacen posible el hecho.
De algún modo, Trump es el corolario necesario del gobierno hipócrita de Obama. Si un gobierno que concentra la riqueza, que expande la guerra, que se asocia a organizaciones terroristas, que espía más de lo que nadie nunca espió sobre la Tierra, que financiariza la economía, deja a miles sin vivienda, que hace del Mediterráneo la fosa común más grande del mundo fruto de sus guerras, si ese gobierno pretende presentarse como un virtuoso catálogo de humanismo y civilidad... si eso pretende, bueno, Trump. Hay una razón para ello: para implementar políticas salvajes más vale tener valores vinculados con el desprecio y el atropello. No puede Obama (menos Clinton) presentarse como un gran humanista y aplicar políticas salvajes que pierden su disfraz a los cien metros sin que ello suponga una pérdida de credibilidad.
Pero hay algo aún más decisivo: la construcción de legitimidad. Años llevamos viendo cómo se concentran los medios, cómo se homogeneizan discursos uniformemente discriminadores y violentos. Obama amagó enfrentarse con la Fox. Obama puede ser el Burrito Ortega de la política estadounidense, el rey del amague. Amagó salir de Afganistán, amagó cerrar Guantánamo, amagó una reforma migratoria, amagó y amagó y siempre hizo otra cosa.
No es anecdótico, no se puede confrontar el discurso xenófobo de un candidato en los medios que bajan un discurso xenófobo día tras día sin confrontar también esos medios. No se puede confrontar un discurso xenófobo si se es responsable de la muerte diaria de miles de inmigrantes, producto de guerras intencionalmente impulsadas y con pleno conocimiento de que ésas serían las consecuencias.
Lo individual tiene su peso pero no es la única manera de analizar un proceso. El mundo requiere que hagamos de este cuestionamiento epistémico un bandera para no caer en el anecdotario con que nos entretiene la televisión. Hay grupos, élites, corporaciones, intereses, naciones, clases sociales.
Por ejemplo, lo que en la teoría política suele verse como “paradigma dirigencial”, las élites, los grupos, las corporaciones en disputa, aportan un material importante al análisis del fenómeno Trump. El modelo de globalización financiarizada, con preeminencia de guaridas fiscales, los tratados de libre comercio, el gobierno mundial de las empresas, sufrió una derrota. No es “un pasado injusto pero conocido”, no, lo que estamos viendo los últimos años es una aceleración que lleva a un mundo de (otrora) ciencia ficción con manipulación global de la información, destrucción de los Estados y saqueo imperial de los recursos naturales. El modelo es Libia, donde hasta simularon en un set de TV el triunfo rebelde. Libia, la guerra personal de Hillary Clinton.
Por supuesto, otro imprescindible a recuperar epistemológicamente es el punto desde donde mira el analista. Tienen buenas razones para preocuparse los estadounidenses. Pueden aprovechar para hacerse algunas preguntas. Sugiero una: si llevan años filmando ‘Rambos’ en el cine ¿por qué asombrarse que los presidentes les salgan con forma de ‘Rambos’?
Pero el punto de mira de los ciudadanos estadounidenses es distinto del de un sudamericano. Que además no pretende emigrar a Estados Unidos. Para los de acá, para los que queremos hacer de Sudamérica nuestro lugar y hacerlo mejor y más autónomo día a día, es difícil lamentarse, en función de nuestro interés, del resultado electoral. No sabemos qué será Trump. Hillary hubiera sido un desastre difícil de superar.
Para las élites locales que necesitan la ayuda imperial para gobernar los países del Sur, es un grave problema. Tenían todo jugado a gallareta Hillary. Y salió Pato Donald Trump.