Romance de la milonguitaI
Bajo las lunas del mundo
-misterio de noches mansas-
suena un silbido entre el humo
-la noche sobre las plazas-.
Bajo las lunas que giran,
sobre los techos las pajas.
Tejas y ladrillones
bajo los tanques de agua.
Brusca y dormida contiene
su aliento de aljibe y baba.
Brusca y despierta sonríe
sin voces y sin palabras.
Gusto de adobe y barro,
de la pieza el placer que canta.
Vainas maduras sus piernas:
yunta de vainas blancas.
II
Y un solo ladrido es la noche
-al fin madreselva encendida-
Y un solo grito el crepúsculo
de azufres y golondrinas.
Repleta de luz y asfalto,
espera semivestida.
Sobre las sábanas, lenguas.
Gritos. Pieles. Colillas.
Suben las mantas sus estaturas
cuando los cuerpos se inclinan.
De azúcar prolongación,
de carne las manos íntimas.
Feria nocturna de sorprendentes
cortes de amor y de fantasía.
Hay torres de humo y de huesos...
Sobre la cama una torre prohibida.
III
Al fin un dolor en el alma.
En el alma un dolor que muerde.
Al fin sus ojeras ceñidas
al cutis que languidece.
Al fin la infidelidad
-coronas sobre las sienes-
Y una tos que huele a sangre
y las escaras que vienen.
Hambriento y feroz. Animal.
Ha entrado hasta allí a perderse.
La busca entre sus vigilias
sabiendo que nunca duerme.
Y una ráfaga de fuego y cal
sobre las pupilas crece.
Ya está en su cuarto, en las cosas,
ya avanza sobre su vientre.
IV
La noche, de pronto, es simple
como sobre la espalda un lirio.
La noche de golpe es triste:
silencio de foco y grillo.
La noche prolonga un beso,
con piel de azafrán ardido.
Y bajo la parra las cosas:
Cuerdas. Botellas. Cuchillos.
Noche. Un revés de parral y luna
en su negrura el patio ha descubierto.
¿De qué teme? ¿Cómo es que llora?
Se alarga en los labios un círculo...
de charcos y de silencio.
Cuando vivamos en París
Cuando vivamos en París cenaremos mate y sopa,
Y viviremos sin nada.
Digamos… casi sin libros.
Sólo leeremos Verlaine, al revés,
en un francés duro y torpe.
Y sonreirás con ojos de niña.
Y me besarás con una boca grande,
con un temblor de agua entre los párpados,
y un atropello de peces en el vientre.
Y te recordaré que no te amo
(porque no te amo)
Y asentirás muerta de risa.
Y te recordaré que te deseo,
(porque mucho)
Y te sonrojarás muerta de pena.
Muerte en el conventillo
A Evaristo Carriego
Primera anunciación de la muerte
Con sus lenguas y bombillas,
y su brillo -luz de alpaca-
viene la muerte cantando
y entra por las ventanas.
Filo, temblor, serpentina
sin rostro en el inquilinato.
A buscarlo entre sus cosas
viene la muerte cantando.
Por un callejón angosto
lo busca entre los bártulos.
Está el galán y las putas.
Y un perro durmiendo entre diarios.
Segunda anunciación de la muerte
Sobre la tarde hay crepúsculos
-remaches de cielos rasos-
y entre las cosas que hay, hay un hombre…
Entre las cosas un hombre soñando.
Con su bulto de olvidos y metales
al arrabal le han dado paso.
Y sin hallar ni siquiera su nombre,
al hombre la muerte sigue buscando.
En un cajón de papeles,
busca el puñal en su casa.
Ya viene por él y no hay gritos
(sepulcros mellados de escarcha).
El encuentro
Silencio de adobes y aljibes
que miran con ojos fríos de agua.
Ya viene por él y está ausente…
Un charco de sangre en la cama.
Lo justo
Escribir que tus ojos son azules,
es poca cosa.
Pero escribir en cambio
que tus ojos lo son todo,
es demasiado.
Sí puedo escribir
que tu mano es un puñado
de lunas temblorosas.
O que tu boca es una fruta rosa.
O que tu frente es mar abierto.
Sin pretender que sea cierto
podría decirte tantas cosas…
Escribir que tu risa es un silbido,
es muy poquito.
Pero decir que es canto de agua,
de violín, de pajarito…
Es demasiado.
Sería trágico decir que es "dulce, suave, tierna".
Por eso es que prefiero
describir el arco de tus piernas,
blancas, húmedas, despiertas.
Y, como dos gaviotas muertas,
el plumaje blanco de tus pechos.
Alicia
A Alicia Gabrielli
Aquí la languidez estilizada,
la tristeza en los ojos, la más pura
palidez de un rostro que a la noche
va ofreciéndole de a poco una locura.
Cambiar el mundo, dice su voz blanda
Cambiar el mundo… ¡quién pudiera!
Empuñando un beso, alguna rosa
y un compendio de palabras nuevas.
Aquí la delgadez y la frescura,
la débil mano conducida
a combatir un mundo que no entiende
la vida simple, la simple vida.
Aquí una voz tranquila, una elegancia antigua,
un lenguaje de secretos circundantes.
Y un recuerdo tal vez algo dolido.
Y un silencio tal vez algo distante.
Gallinero
I
Pluma blanca.
Pluma roja.
Gallina que se espanta.
Gallina que se enoja.
II
Pluma de coral.
Pluma de espejo.
El pollo envidia el canto
del gallo viejo.