Por Luis Abrego - Jefe de la sección Política
Francisco Pérez parece haber asumido -finalmente- su extrema endeblez política. Así se desprende de su sorpresivo anuncio en el que prometió dejar su rol de dirigente cuando termine su mandato. O por lo menos es lo que se entiende de sus dichos sobre eso de “volver a la profesión”.
Lo que Pérez no dice es que lo suyo no es un gesto de desprendimiento. Mucho menos un renunciamiento histórico de esos con que los dirigentes políticos de otra época solían honrar su vocación pública. Por el contrario, la rendición de Pérez encierra -en todo caso- el rotundo fracaso de su gestión que le impidió continuar en lugares expectantes, pero también la sucesión de derrotas a la que su ahora cuestionado liderazgo llevó al peronismo de Mendoza.
No es habitual que un ex gobernador como lo será Pérez en 20 días, pase del sillón de San Martín al sillón de su casa. La política no suele ser tan cruel, incluso con los que están peleados con el éxito.
En todo caso, Pérez se anticipa a los que en el PJ están esperando el próximo lunes para pedir su cabeza. Perdido por perdido, sin diputación nacional, ni Parlasur, ni gabinete nacional, ni embajada a la vista, prefiere jugar a la incomprensión antes que a la lisonja.
Pérez se va “de la política” porque hace mucho más tiempo que la política se fue de su lado. Esa rara habilidad entendida como don de mando, pero también templanza, estrategia, administración y equilibrio en el manejo de relaciones e intereses. Lo dramático no será que se vaya, sino que nadie lo extrañe rápidamente.