Antes de estar "engomado" y ni bien llega a un pabellón, cualquier preso siente lo mismo, según cuentan quienes han estado tras los barrotes de una celda: temor e incertidumbre. El interno es recibido por los reclusos que ya están instalados allí y entonces comienza un proceso de observación y análisis entre el recién llegado y quienes serán sus compañeros de encierro. Con algunos podrá llegar a compartir "ranchada" pero si ha tenido "bardo" con alguno de ellos o con un conocido afuera, será expulsado del pabellón. Sin embargo, habrá algo que compartirán de todos modos: la jerga "tumbera", que además configurará sus identidades.
"Ni bien llegás a una cárcel es una sensación muy extraña. He estado varias veces preso pero siempre ha sido la misma: un estado de alerta con un poco de temor, con bastante desconfianza porque te vas a enfrentar a un mundo que no conocés. Es un estudio de la gente y de ellos a vos, a ver quién sos, qué comportamiento tenés. Influye mucho por qué venís: no es lo mismo el que viene por un homicidio que por un robo", comenta "El Ruso", un ex convicto que pasó 23 años en distintas cárceles del mundo.
"Especializado como asaltante y ladrón de casas", como él mismo se define, "El Ruso" estuvo preso desde 1991 hasta 2006 en Chile, con "dos recreos" (como él dice) incluidos, ya que logró fugarse. Luego estuvo en penales de Italia y Suiza y además pasó por las cárceles locales, San Felipe y Boulogne Sur Mer.
Cuando regresó de Europa a un penal mendocino, el interno se percató de que muchos códigos y conductas habían cambiado. También notó que ya no se hablaba con las manos de un pabellón a otro para que los guardias no entendieran y que la jerga tumbera había perdido fuerza.
Es que con el paso del tiempo y con la masividad lograda por películas, canciones, documentales y series como "El Marginal" o "Tumberos", el lenguaje que se habla en las cárceles ha perdido "exclusividad". En los últimos años se ha mezclado con el mismo dialecto informal que se habla en las calles. Ambos se han nutrido de términos y expresiones que ahora comparten y en la "tumba" la jerga pierde fuerza, aunque aún resiste.
"Ya la jerga de la delincuencia no se usa tanto, se usa un vocabulario más de vulgar. Antes tenías que saberla porque si no pajareabas todo el día", explica el ex convicto, sin darse cuenta de que acaba de introducir un término carcelario. "Pajarear es estar despistado", aclara.
"Antiguamente se usaba hablar con las manos y no lo hablaba cualquiera, sino el delincuente conocido y hecho. Se usaba para comunicarte de un pabellón a otro, porque no podías estar a los gritos, para que los guardias no escucharan. Te lo iban enseñando los otros internos. Hoy no se usa, los pibes que llegan no tienen ni idea", detalla.
El aprendizaje de la jerga es todo un proceso. “Aprendés en el camino; siempre tenés un conocido que te orienta sobre el mundo de la cárcel, donde la palabra tiene mucho doble sentido. Las cosas son mal pensadas y tenés que fijarte lo que vas a decir porque, si decís algo que no corresponde, podés tener problemas”, describe “El Ruso”, quien hace unos años abandonó el mundo del delito y hoy tiene un emprendimiento de albañilería, service de electricidad y plomería.
Según su análisis, el ambiente carcelario cambió. Hoy los módulos penitenciarios están ocupados por un gran porcentaje de presidiarios jóvenes y "los delincuentes de antes", como se refiere con cierta nostalgia, son cada vez menos. Con ello se va extinguiendo el lenguaje que acuñaron para excluir a penitenciarios y a cualquiera que no perteneciera a su mundo.
“Antes llegabas calladito y el que era delincuente se conocía. Hoy por hoy cualquiera es delincuente. Los pibes ahora son atrevidos, no miden consecuencias. Antiguamente no existía que un preso le robara a otro o que fuera a robarle a la familia que fuera de visita. Si hacías eso te mataban; hoy lo hacen”, explica con un tono de resignación.
Del “pluma” al “lavataper”
Detrás de los oscuros y húmedos muros de un penal, las jerarquías o rangos y las "categorías" se distinguen a la perfección y se usan términos para definirlas. Así, el "pluma" es el jefe del pabellón. Antes a ese líder lo denominaba "poronga" (en referencia al órgano sexual masculino). El término pluma refiere al cacique, el jefe de las tribus que las utilizaba en la cabeza. "Si hay un problema, el pluma tiene que salir a solucionarlo como sea. Nunca está solo, siempre tiene una bandita de cinco o seis que más o menos hacen lo que quieren. El jefe tiene más derechos sobre los demás o eso sienten", cuenta "El Ruso", quien ha preferido no revelar su identidad por respeto a sus hijos.
El escalafón más bajo dentro de una prisión es el de "Valerio" o "lavataper". "En el penal no hay platos. Tu plato es un tupper plástico. Al que lo mandan a lavar los platos es considerado un tarado. También se le dice, o se le decía, Valerio: es el que limpiaba como la empleada doméstica porque tenía que pagar algún pecado", resume el ex convicto.
Y amplía: “Por ejemplo, si sos un tontito y moquero del barrio y te la mandaste con mi familia, si caes en cana te agarro de Valerio y vas a tener que limpiar la celda, planchar y lavar”.
Otro aspecto que configura la jerarquía viene dado por el delito que cometió el recluso. Ello puede llevarlo a ser integrado y sumar respeto o a ser despreciado y aislado. "Normalmente se respeta al que viene por un robo decente y con un botín importante: a una casa, a una tienda. No es lo mismo el que le puso un cuchillo a una abuelita para robarle el celular al que hizo un robo de un millón de pesos a un deposito", plantea.
Y agrega: “Mientras el robo tenga más resonancia y trascendencia pública, más respetada es la persona. Adentro se conoce todo, se ven las noticias en la tele”. Así la carátula de la causa con la que lleguen al penal les otorgará una identidad inmediatamente.
Menor respeto tendrá un "matarife", es decir, un homicida. Pero si se trata de un femicida o tiene una causa por violencia de género, el reo lo pasará realmente mal en prisión "porque no se le pega a una mujer". Son los "anticoncha", quienes son "basureados" aunque no estén condenados.
Un personaje despreciado y rechazado por los internos es un abusador. "A un 'violín' se le pega y va al pabellón especial porque se lo desprecia. Sobre todo si es de niños. A esos se les dice "come niños" y se los maltrata mal".
Los procesados y condenados por narcotráfico tienen una suerte dispar tras las rejas. Directamente se los designa "narcos o tranzas". "Hay narcos que son apreciados porque no son malas personas en la calle. Hay otros que son verdugos, que te venden cagadas y no te habilitan 'alita' (cocaína); esos son despreciados", explica "El Ruso".
Muerto en vida
A la cárcel se le dice la tumba y por lo tanto quienes la habitan son "tumberos". La definición deriva de la estructura que solían tener las celdas (actualmente muchas cárceles la mantienen) similar al espacio destinados a los nichos y a a musoleos en los cementerios. Los camastros están empotrados en las paredes en un angosto espacio. La imagen es muy similar al del lugar destinado a los féretros. Además, estar en la "tumba" es estar muerto en vida.
Aunque hay penales donde hay que "andar a las chapas", siempre alerta y activo para enfrentar cualquier disputa con otros presos, en las cárceles se crean "ranchadas" y muchas veces los internos terminan hermanados.
"La ranchada es la gente con que vos compartís desde la comida hasta los cigarrillos, con los que comes, con los que te juntás. Cada ranchada tiene una forma de vivir y de hacer las cosas y comparte, más o menos, los mismos códigos", concluye "El Ruso", quien a sus 50 años se sabe alejado del delito tras pasar casi la mitad de su vida encerrado.
“Ahora soy como cualquier otro que vive de sus ingresos. Me han invitado a robos y he dicho que no. Tengo hijos y no quiero hacer más cárcel. Quiero vivir tranquilo porque perdí 23 años de mi vida vegetando”, concluye.
Diccionario tumbero
-Astilla: parte del botín que corresponde a cada miembro de una banda
-Chancho: víctima de un secuestro, incluso dentro de una cárcel, que permanece atada como un animal.
-Pluma: líder de un pabellón.
-Valerio o lavataper: interno forzado a realizar tareas de limpieza.
-Engomado: preso encerrado con candado en un pabellón.
-Matarife: homicida.
- Buchón u ortiva: delator, dentro o fuera de la cárcel.
- Faca o herramienta: arma blanca de fabricación casera.
-Ranchada: grupo de internos que comparte espacio físico y afinidades.
Palabras adaptadas a necesidades comunicativas
"Desde el punto de vista de la Lingüística, la jerga carcelaria tiene el objetivo de manejar un código entre los presidiarios para poder entenderse y que esos términos mantengan ajenos a los guardiacárceles", explica la docente de la UNCuyo, Gabriela Azzoni.
La licenciada en Letras y analista del discurso señala que "la lengua es un organismo dinámico y hay palabras que caen en desuso". Lo que también puede haber llevado a la jerga tumbera a perder fuerza es la repercusión mediática. "Trasciende quizás por la recreación del ambiente carcelario de series y películas que difunden este tecnolecto y facilitan la amplificación", apunta Azzoni.
La magíster en Ciencias del Lenguaje aclara que "la jerga configura identidad y pertenencia". "Tenés que conocerla para pertenecer y es parte de tu identidad. También incide el idiolecto: la forma de hablar de cada uno de acuerdo al lugar geográfico y el nivel sociocultural al que pertenece", agrega.
"A veces la jerga se nutre del lunfardo. Por lo que se aprecia, los internos van haciendo expansiones significativas: le cambian el significado a las palabras existentes. Hay una adaptación permanente que sirve a las necesidades comunicativas. Toman el significado primario de la palabra y lo readaptan según el uso que necesiten", concluye Azzoni.