El hombre hace apenas seis meses emergió como la “novedad” pese a sus 77 años, el que podía romper la grieta y poner al país en el camino del crecimiento, como cuando fue ministro de Economía.
Tal posibilidad la alentaba una encuesta que había llegado a manos de un viejo lobo del peronismo, Eduardo Duhalde, el mismo que lo hizo volver de Suiza en 2002 para que se hiciera cargo de una economía en llamas.
De pronto, Roberto Lavagna era la gran esperanza. No sólo algunos peronistas se ilusionaron. También, los socialistas santafesinos y sobre todo los empresarios, temerosos de otro descalabro económico.
Cuando vieron que la ola crecía, los radicales se sumaron al entusiasmo. Primero fueron los rebeldes, como Ricardo Alfonsín, y luego la cúpula partidaria. Al fin de cuentas, en 2007 fue candidato a presidente de la UCR anti K.
Tanto se ilusionaron en el radicalismo, que lo vieron como la mejor opción presidencial cuando Mauricio Macri se desplomaba en las encuestas. Con ese fin, armaron un operativo para reformular Cambiemos y acercarlo.
De eso se trató en parte aquel pedido de apertura que hizo Alfredo Cornejo y que terminó con Miguel Pichetto como candidato a vicepresidente. En la góndola de los peronistas dispuestos a aliarse con otras fuerzas, fue lo mejor que consiguió Macri.
Lavagna no se movió de su postura inicial: “Ni Macri ni Cristina”. Sus potenciales aliados iniciales del peronismo, claudicaron: Sergio Massa volvió a los brazos del kirchnerismo y Pichetto, como ya se dijo, terminó en el oficialismo.
El único que quedó de aquel proyecto que se llamó Alternativa Federal, Juan Manuel Urtubey, es ahora el candidato a vice del ex ministro.
Hoy, las mismas encuestas que lo encumbraron muestran a Lavagna muy lejos de la pelea. La polarización se lo devoró. La intención de voto a su favor oscila entre 7 y 11 puntos, con tendencia a la baja.
Haciendo un promedio, podría sacar en las PASO la mitad de los 18 puntos que obtuvo cuando se postuló en 2007. Lo que no variará es la ubicación: tercero.
Entre aquella esperanza del verano y este presente sombrío, pasó de todo, pero el postulante de Consenso Federal tuvo mucha culpa. Está claro que sabe de economía, pero la política y sus tiempos son una materia muy distinta.
Lavagna y sus zigzagueos confundieron a propios y extraños, casi tanto como las sandalias con medias que usó en el verano y que lo convirtieron en meme. Antes de definirse, estuvo meses diciendo que no sabía si finalmente sería candidato.
Entre idas y vueltas, exigió ser nominado por consenso, se distanció de Massa y una y otra vez se negó a competir en internas. Nunca entendió que ganar una PASO lo hubiera potenciado. El camino que eligió, en cambio, lo debilitó.
Esperaba un “operativo clamor” que sólo puede esperar quien se sabe el dueño de un triunfo seguro. En esta elección, nadie lo es.
“¿Cómo iba a hacer una interna con los que se estaban yendo? Sabíamos que Massa y Pichetto se estaban yendo”, argumentó hace unos días. Y sobre la fallida Alternativa Federal opinó: “Nunca se iba a consolidar. Era un rejunte”,
Tal vez, sus ex socios hayan sido un rejunte, pero varios de sus aliados en esta aventura son peores aún. Hay una puja judicial en Capital Federal por una lista de legisladores.
Luis Barrionuevo, líder vitalicio de los gastronómicos, cercano a Duhalde y siempre polémico, se adueñó de las listas bonaerenses y dejó afuera a Margarita Stolbizer, la única dirigente que podía darle algo de lustre.
En Mendoza, se alió a Protectora, sin preocuparse mucho por las coincidencias o diferencias: era su única posibilidad de hacer pie en la provincia. Para ser coherente, entre los postulantes hay una sindicalista ligada a Barrionuevo.
Tal vez la polarización haya sido inexorable esta vez. De hecho, también la sufre el Frente de Izquierda, con una fuga de sus votantes al kirchnerismo. Pero la historia democrática reciente demuestra que son muchos los escenarios posibles en el país.
Hubo polarización hasta ahora en cuatro presidenciales: en 1983, cuando volvimos a votar y ganó Raúl Alfonsín, y en 1989 y 1999, con las victorias de los opositores Carlos Menem y Fernando de la Rúa ante oficialismos desgastados.
La cuarta que podría encuadrarse como “polarizada” es la de 2015: aunque Scioli y Macri no sumaron más 71% de los votos, si dejaron bastante atrás al tercero, Massa.
En 1995 y 2011, Menem y Cristina buscaron la reelección y ganaron con contundencia.
En 2007, Néstor Kirchner no fue candidato pero si su esposa, en una suerte de reelección delegada, y también hubo triunfo holgado. En las tres, el segundo quedó más cerca del tercero que del primero.
Luego está el extraño 2003: el país venía de su mayor crisis, del “que se vayan todos” y hubo una elección atomizada, donde el primero sumó apenas 24% y el segundo, 22%.
La caída de Lavagna no sólo es un golpe al ego de un hombre, sino que deja sin una opción competitiva al enorme sector de la sociedad que preferiría que el próximo gobierno no tenga nada que ver con Macri ni con Cristina. Pero que los votantes potenciales estén allí, a la espera, no basta: hay que saber interpretarlos, guiarlos y convencerlos.